A propósito de la visita del hijo de Raúl Alfonsín
I -Hace treinta años, Alfonsín, Raul Ricardo, predicó en el desierto. Intentó unir la Nación que salía desmembrada y lacerada de la peor dictadura de la historia reivindicando la solidaridad como elemento de cohesión. Esa adhesión a la solidaridad desde la política le costó que muchos lo tildaran de ser un ingenuo que propiciaba con candidez un idealismo utópico, bueno en teoría pero inservible en la práctica. Pero no, la solidaridad olvidada y resucitada por Alfonsín en la Argentina es un mandato histórico, revolucionario de 1789. Un mandato que el capitalismo se encargó de sepultar porque no era funcional a sus fines. De los tres preceptos de la gran revuelta francesa, el capitalismo salvaje solo levantó como banderas dos: libertad e igualdad, archivando a la Fraternidad en el cajón de los malos recuerdos y a partir de esa lectura interesada de la historia, libertad e igualdad significaron, en el idioma del capitalismo, la ley de la selva. Aquí la padecimos cuando se fue Alfonsín en ese revival que se llamó neoliberalismo al que le abrió la puerta el menemismo y su correlato radical el delarruismo.
II - Alfonsín se animó a rescatarla, se animó a recordarnos que la solidaridad, la fraternidad fue pensada como programa universal de la humanidad para construir un mundo nuevo por la Revolución Francesa. Por eso la palabra Fraternidad se incluyó en las máximas de la nueva era que se avecinaba para que la libertad y la igualdad que se proclamaba sea la de una sociedad consciente de las desigualdades que ataban a los más pobres a las cadenas de la esclavitud. Alfonsín, pese a los límites que le imponía su propio partido y una sociedad no preparada del todo aún para escucharlo, abogó como un quijote la ética de la solidaridad pues veía con claridad que para construir igualdad necesitaba cohesionarla con la solidaridad.
III - Por eso Alfonsin fue un grande. Por adelantado, por incomprendido, por la claridad con la que vio la encrucijada nacional. La misma claridad con la que identificó a los enemigos de entonces en las corporaciones de militares y gremialistas y en el pacto sindical militar que prohijaban. Ese pacto derrotó a Alfonsín, le torció el brazo, pues no hubo ley de democracia sindical (aún hoy no la hay) y hubo Punto Final y Obediencia Debida y luego indultos. Hoy, cuando hay un gobierno que levanta esa bandera pisoteada que levantó casi en soledad Alfonsín y los militares son sentados en los banquillos y condenados y los popes gremiales van la cárcel por delitos que han cometido históricamente con impunidad. Hoy, cuando la ética de la solidaridad se ve plasmada en jubilaciones para todos, en asignaciones universales por hijo y en otras medidas que recogen aquélla prédica, podemos decir que una parte de la lucha del viejo radical está fructificando. Por encima de aparentes contradicciones, la enorme mayoría del país lo confirma al repartir el 80 por ciento de la intención de voto en las opciones más progresistas de ambos partidos mayoritarios que, siguiendo al viejo, sostienen que con la democracia se come, se cura y se educa.
IV - Pero aquí, en La Pampa, demasiado frecuentemente, la clave para entender cómo se comportan no pocos de los que pidieron el voto a la ciudadanía pampeana y los que llegan al poder de su mano, no es, como debería, la ética de la solidaridad. La clave es, mucho más frecuentemente de lo que debería ser, el ascenso del político devenido funcionario, su permanencia y acrecentamiento del cargo y también, el ascenso y permanencia de su grupo de pertenencia. Este comportamiento distorsiona la idea que la gente común se hace de la política. Confunde la acción política con la corrupción política. Por eso es que la palabra que más fácilmente sale de la boca de los encuestados cada vez que se les pide que respondan rápidamente con una palabra cuando se les menciona "política", es "acomodo". Para el común, el político es un acomodado que acomoda. Y es una tragedia que así sea. Una tragedia que así se identifique la palabra y la acción política y más tragedia que tengan razón. Porque hoy por hoy, la política, en nuestra comarca es, casi siempre, eso: acomodo o intención de acomodarse.
V - Ese acomodo es el origen del fracaso del Estado en hacer realidad el bienestar general. Porque una institución, una empresa pública, un ministerio y hasta una escuela y un hospital, que en vez de estar en manos de quien siente el mandato de lo público como un compromiso ético con la sociedad, cae en manos de un pariente, de un cliente, de un colega amigo, en fin, de un incapaz que forma parte de la tribu del que tiene la decisión de nombrarlo, es una usurpación, aunque se vista de un ropaje legal. Ese acomodo se transforma lisa en llanamente en uno de los peores delitos contra la democracia, contra el sistema de partidos, contra la idea del Estado porque frustra la idea de que es una herramientas de bienestar general que debe servir para que se coma, se cure y se eduque. (LVS)
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