Miércoles 09 de julio 2025

Pintando el delito se conoce la sociedad

Redacción 26/06/2012 - 03.27.hs

Señor Director:
El título de esta nota se remite, obviamente, al dicho según el cual si uno pinta su aldea, tiene el retrato del mundo.
Parece ser que fue Tolstoi el primero en escribirlo y se debió entender que, sin negar los rasgos que agrega o quita cada época y las circunstancias que imperan en cada lugar, el ruso pensaba que el protagonista no solamente es el mismo, sino que, aunque se vista de seda, como la mona del cuento, mona queda. También el dicho según el cual no hay grande hombre para su mucamo, debe ser interpretado como otra manera de comunicar que el hombre es sustancialmente el mismo. Y si se toma en cuenta que decimos que por los frutos se conoce el árbol, cerramos el círculo de la relación aldea-mundo. Aldea y mundo (el mundo humano) es lo que queda o resulta del quehacer del hombre como testimonio de lo que quiso y de lo que pudo en cada una de sus circunstancias.
Digo que si tomamos buen saber del delito que se consuma en nuestro tiempo, podemos diagnosticar el estado de la sociedad en que vivimos. Se puede objetar que la delincuencia es una especie de enfermedad que solamente afecta a una minoría de las personas, pero este punto resulta difícil de sostener si se piensa en el hombre, en sus rasgos específicos más constantes. Este procedimiento no tardaría en revelar que la rapacidad es una constante, si bien menor en cantidad, no más pequeña que la capacidad de cantar con buena voz, de hacer música, de componer poesía, etc. Son logros de minoría, pero son posibilidades del hombre, constantes suyas. Nos es grato pensarnos como partes de una totalidad capaz de pintar, cantar, modelar, danzar, correr, saltar, etc. porque lo estimamos bueno o, quizás, prestigioso (buscamos confirmarnos en ciertas conductas estimables). Si volvemos ahora a la rapacidad, ya más resignados a admitirla como rasgo de lo humano, podemos confirmar una triste certidumbre al reconocer que los delincuentes más frecuentes en los titulares no son los únicos que hacen daño al conjunto (en sus bienes, en su moralidad) y que ni siquiera son los más dañinos. La burbuja financiera que conmovió a la primera potencia hace pocos años y que hundió en la pobreza a multitud de personas, enriqueció a una minoría, sobre la cual, luego, recayó un castigo limitado en número e importancia. Incluso, organismos financieros como los bancos, fueron asistidos con dineros públicos para evitar su quiebra.
Sin embargo, al escribir que si conozco la delincuencia de mi tiempo y lugar, conozco la sociedad a que pertenezco, tengo una mira más limitada. Lo que he pensado es que ciertos rasgos de la delincuencia que ahora se manifiesta permiten saber más acerca de la sociedad que integramos, en cuanto a sus desniveles. Siempre y en todo tiempo ha habido delincuencia noticiable y generadora de carne de presidio, pero cada momento de una sociedad hace que predominen unos u otros rasgos de esa conducta. Por ejemplo, los periodistas con más veteranía en el tema, suelen decir que ahora "no hay códigos", con lo que quieren avisar que conocieron momentos en los que el delincuente de sus crónicas diarias se autolimitaba. He contado que tuve oportunidad de saber de un ladrón "prolijo", así lo califiqué en esta columna: entraba en una casa cuando estaba desocupada, se llevaba algunas cosas (alimentos, ropas, algún utensilio), pero no desordenaba, rompía ni ensuciaba todo. Días, atrás, en Pico, unos ladrones entraron en la casa de un matrimonio entregado al sueño y se ensañaron golpeando al hombre y a la mujer y aterrorizando a una niña pequeña. Este comportamiento, "sin códigos", puede que, en el caso, revele el efecto de la droga, que se agrega a causas clásicas de este tipo de delincuencia. En suma, que no intento justificar a este tipo de delincuente, sino que digo que si se quiere entender hay que mirar más allá de él y de su acto, a partir de las ventanas que abre con su comportamiento.
Atentamente:
JOTAVE

 


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