Los dinosaurios y el secreto de su retorno
Señor Director:
Días pasados se dio noticia acerca de un fósil de dinosaurio hallado en un yacimiento neuquino próximo a la población petrolera Rincón de los Sauces, nada lejos de La Pampa.
Pertenece a una especie diferenciada, que se ha dispuesto denominar overosaurus, herbívoro, de tamaño poco espectacular: unos 15 metros. Vivió hace unos 80 millones de años, dato éste que se saca de un registro incrustado en un sedimento que baja o emerge.
Puede estar declinando la popularidad que llegaron a tener estos seres. Hace años unos niños de menos de diez me sorprendieron por el entusiasmo con que se habían dedicado a acumular saberes al respecto. El cine ayudó cuando tuvo la capacidad de reconstruir y animar el escenario del tiempo que dio lugar a estas formas de vida. El cine no vaciló en asumir la incongruencia de hacerlos presentes en nuestro tiempo, como si se tratase de contemporáneos nuestros. El dato de 80 millones de años no parece perforar la conciencia de los entusiastas. En su mente el dato convive con la idea religiosa de que la creación del mundo tiene una antigüedad de menos de cinco mil años, según el minucioso escrutinio de sabios de hace apenas dos o tres siglos. Si el mundo había sido creado de una sola vez por un acto de voluntad divina, en seis días, ¿cómo entender estos testimonios que entregaban los curiosos y los excavadores? Se pensó en supercherías y, más tarde, en que hubo no una sino varias creaciones, de las cuales sólo habría resultado satisfactoria, aunque no del todo, la más reciente. La ciencia tuvo que pasar a través de sucesivas inquisiciones hasta hacerse laica, desligada. No obstante, aun hoy subsisten creencias porque también subsisten zonas oscuras para el saber científico. Al que sube la montaña, cada paso hacia arriba dilata el ámbito abarcado por su mirada y siempre algo sigue tenazmente oculto y parece huir hacia atrás sin meta final.
Así desarrollo mi propio intento de explicación. Alumbro un sector y acreciento las tinieblas. En este empeño, he dicho en más de un escrito publicado en mis columnas que los fósiles parecen haber sido sembrados por la vida para dejar testimonio de su presencia y de su dura y agónica batalla por desarrollar sus posibilidades en una naturaleza preexistente (con antelación de cientos, miles millones de millones de años). A falta de medios de grabación y de escritura, la vida puede ser vista como sembradora de testimonios, en cada uno de sus momentos, para que alguna vez la criatura final (que presumimos ser nosotros, el hombre) alcance el conocimiento de su protagonismo. Johnny Appleseed, el sembrador de manzanas de la bella leyenda norteamericana, también puede ser pensado en esta clave, pues bien pudo responder a su afán de perdurar al proveer perduración a lo que sentía valioso. Lo que quiero concluir es que siempre nos encontramos o chocamos, conscientemente o no, con el tiempo, tanto desde nuestra finitud individual como de la limitada capacidad de nuestra imaginación para abarcar distancias de miles de millones de años de nuestro planeta y de medidas aún mayores acerca de la distancia de esas estrellas que siguen brillando ante nuestros ojos cuando ya hace mucho se extinguieron. Su luz juvenil llega a nosotros con semejante demora, a pesar de venir corriendo a 300 mil kilómetros por segundo. El cielo nocturno que suele sobrecogernos está poblado de espectros, zombis que, a su manera, también parecen negarse a morir, viviendo al menos para algunos. El menos capacitado de nosotros suele hacer ruido o producir hechos llamativos para que los otros terminen de reconocerlo como existente. Hacemos una reducción absurda a la individualidad por algo que nos sobrepasa y nos toca con mayor fuerza por nuestra desnudez y desamparo. Todo en el universo parece cabalgar en el tiempo y, a la vez, empeñarse por negar su precariedad. Eso cuentan los dinosaurios.
Atentamente:
JOTAVE
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