Hombre simple que se convirtió en símbolo
La noticia de la muerte del puestero oesteño Salustiano Suárez llegó a esta capital con mucho retraso. De algún modo, ese fin fue armónico con su vida: humilde, sin estridencias, alejado de los centros urbanos y trascendiendo solo cuando las circunstancias lo exigieron. Con todo lo que sucedió en torno a su persona, ahora Suárez pasó a ser un símbolo de la lucha por la tierra y de un muy antiguo problema sin resolver, deuda de los más diversos gobiernos.
Los Suárez llegaron a la zona de Limay Mahuida antes que terminara el siglo XIX y se aposentaron en aquellas tierras ejerciendo la actividad de pastores y criadores de ganado. En la actualidad, esa familia lleva cuatro generaciones viviendo en el lugar, en el paraje de nombre sugestivo y cargado de historias: La Cautiva. Cien años poblando en esos "desiertos", en los confines de Pampa y Patagonia. Estos parecen títulos más que suficientes para que hubieran tenido derecho a la tierra que habitaban, que pasó de mano en mano después de la ocupación militar de esa zona y poseída por adjudicatarios que en algunos casos nunca fueron hasta allí siquiera a conocer lo que tenían como suyo.
Suárez y sus antepasados fecundaron el suelo con trabajo y con hijos. Cómo no se ejerció en ellos la posesión treintañal y veinteañal que marca la ley es algo que acaso explicarán alguna vez el gobierno provincial y la justicia, desentrañando la maraña legal que se formó en torno a los reclamos de esas tierras por parte de los que se pretenden ser nuevos dueños, basados en fallos y derechos no del todo claros.
Desde hace algunos años, el avance de la frontera agropecuaria en La Pampa revalorizó esas extensiones y la ambición sobre ellas. Como si fuera la Edad Media, se vendieron campos con pobladores dentro y sin considerarse sus derechos. Semejante torpeza generó conflictos inevitables y también una simple pregunta: ¿por qué los políticos, el Estado mismo, no fueron capaces de amparar mínimamente a aquellos habitantes que habían vivido una argentinidad tan profunda como desamparada? En seis décadas, la Provincia no resolvió un problema que se insinuaba a ojos vistas y que -la historia lo enseña- ya tenía antecedentes en el país y la región.
El caso Suárez pasó a tener carácter emblemático desde el momento en que entró en la esfera de la acción política y pública ante la difusión periodística que tuvo y del apoyo de legisladores, estudiantes y ciudadanos que vieron en esa apetencia de tierra un avance de la injusticia. Esto tuvo dos derivaciones, conocidas e inquietantes. La primera fue la creación de un movimiento colectivo de respaldo a los pobladores del oeste, junto con un programa de ordenamiento territorial que busca el estudio individual de cada caso y la entrega de los correspondientes títulos de propiedad. La segunda, más grave, estuvo dada por la actitud de un integrante de la familia Suárez que realizó varios disparos con arma de fuego contra uno de los pretendientes de esas tierras, hiriéndolo, según parece, harto de actitudes provocativas y prepotentes. Fue un hecho muy grave y la evidencia de que el problema debe tener una solución rápida antes que pase a mayores. No hay que olvidar que el planteo a Suárez se repetirá en varios casos, y podría tener similares circunstancias.
Hace más de un siglo y medio, en un parlamento con los cristianos, un jefe ranquel dijo refiriéndose a sus dominios, que incluían el actual Limay Mahuida: "No entregaré los lugares donde se hicieron tierra los huesos de mis parientes". La familia Suárez tiene sepultados en el campo en cuestión los restos de sus antepasados. Es curioso, pero la historia suele repetirse con algunas variaciones.
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