Miércoles 09 de julio 2025

Los migrantes en el cementerio de Praga

Redacción 04/09/2013 - 04.20.hs

Señor Director:
Habrá leído usted, en la crónica diaria, que hacia el final del verano europeo ha aumentado sensiblemente el número de migrantes que arriban, desde Africa, al suelo italiano.
En seis semanas llegaron diez mil. No se toma en cuenta los que se ahogaron porque la frágil barcaza que los conducía naufragó o porque murieron por deshidratación durante la travesía. El promedio anual de migrantes en Italia es de unos veinte mil. El gobierno ha creado 26 centros de recepción, para que permanezcan ahí hasta que se decida si se los acepta o se los manda de vuelta al pago. No es difícil imaginar cómo los alojan, puesto que entre todos esos centros pueden recibir a 6.700. La crónica de estos días también da cuenta que los migrantes han comenzado a protestar. Días pasados detuvieron el automóvil en el que viajaba la ministra de Integración, para explicarle su situación agónica. La ministra, la médica Cecile Kyenge, no ignora qué pasa, pero ella misma, que es africana aunque ciudadana de Italia, está acosada por quienes no conciben que una negra pueda ser ministra. La Liga del Norte, que es un poderoso partido político, tiene una fórmula concluyente: "Echarlos a todos".
Una barcaza con migrantes llegó a una playa del sur de Sicilia. Los veraneantes, salidos de la sorpresa, colaboraron para el desembarco. Ahora no hay sólo migrantes varones: llegan mujeres, niños y embarazadas. Pagaron caro a los mercaderes, que los instalan en embarcaciones que no están hechas para cruzar el mar. Los migrantes huyen del desierto o de la guerra: desde Túnez, Libia, Egipto. Siria. No eran los más pobres: pudieron pagar el pasaje. No se sabe si los bañistas adoptaron a alguno de esos niños o los alojaron en sus casas. El gobierno destacó su conducta.
Un africano de Angola, ahora establecido en Brasil, donde se destaca como novelista, dice que en Luanda (Angola) "la realidad es tan fuerte, que tienes que reducir un poco la versión para escribir, si no, nadie te lee". La realidad es más fuerte que la ficción. Más terrible. Ondjaki se hace llamar este escritor, una de cuyas novelas acaba de traducirse en nuestro país: "El silbador". ¿Contarán su realidad o una ficción los migrantes? ¿Aceptamos conocer la realidad o preferimos la ficción? ¿Acaso vivimos contándonos cuentos de hadas acerca de nuestro mundo?
Umberto Eco genera una zona intermedia para sus relatos. Ahora, desde hace un tiempo, se lee aquí la traducción de su "El cementerio de Praga". El personaje es un italiano del Piamonte, cuyo medio de vida es fraguar documentos. En las varias guerras por las que pasa (las de la era de Garibaldi en su país, las de fines del siglo XIX en Francia), su quehacer se torna fructífero y premioso porque... mueren tantos hombres jóvenes que no han hecho testamento. Además, ahí está la permanente vigilia de los Estados por prevenir las intenciones de sus vecinos y para conocer las andanzas de conspiradores que en cualquier momento pueden conducir un levantamiento: los masones, los jesuitas, los judíos. Nuestro personaje fragua documentos y también historias. El cementerio de Praga es el lugar donde, según una leyenda, los jesuitas hacían su balance anual; pues él "documenta" que quienes celebran esa asamblea en Praga son los judíos. Eco cuenta la extrema maldad o vileza de gobernantes y gobernados, pero toma cuidado en darle un tono liviano, burlón, que permite que el lector no descubra fácilmente que es él quien está siendo interpelado y denunciado y siga avanti a través de las 450 páginas del relato.
"Están cantando nuestra canción", dice una letra que ayuda a evocar los buenos momentos y a intentar que se eternice su vigencia. "Estoy contando nuestra historia", parece decirse Eco, pero se cuida de hacerlo de un modo gentil, que hasta provoca una sonrisa ante el ingenio o el cinismo con que se urde una mentira o una calumnia para destruir a otro o a muchos.
Atentamente:
JOTAVE

 


'
'