Cisneros y Sobremonte
En la historia argentina, dos virreyes se ganaron un lugar en sus páginas por ir, justamente, a contramano de la historia: Baltasar Hidalgo de Cisneros y el Marqués de Sobremonte. Ambos fueron, para usar términos actuales, los "presidentes" de lo que hoy es Argentina en el período inmediato anterior a la Revolución de Mayo, como delegados del rey de España.
Sobremonte es recordado no por sus obras sino por huir hacia el interior del país (el Virreinato del Río de la Plata) cuando en los albores del siglo XIX las tropas inglesas intentaron invadir el territorio. Este virrey, la máxima autoridad nacional en aquellos años, lejos de encabezar la defensa de Buenos Aires -la ciudad-puerto que era la puerta de entrada para la ocupación extranjera-, se alzó con el tesoro y huyó a buscar refugio seguro en Córdoba. Su actitud le valió ser recordado cada vez que otros gobernantes en vez de enfrentar los problemas de su gestión prefirieron tomar distancia y eludir su responsabilidad de prestarle urgente atención.
El otro, Cisneros, pasó a ocupar un lugar igualmente como contraejemplo de lo que se espera que sea la actitud de los gobernantes. A este delegado del poder de la Corona española por estas tierras, le tocaron los tiempos en que maduraba en los patriotas rioplatenses la idea de formar un gobierno propio. Ante una plaza de la Victoria (hoy de Mayo) colmada de vecinos en la jornada del 22 de mayo de 1810, que exigían la constitución de una junta de gobierno, este virrey, en vez de escuchar la voz del pueblo, maniobró para desoír ese clamor popular y, en cambio, intentó formar una junta que seguía encabezando en contra de los deseos de quienes manifestaban.
En estos días los argentinos hemos podido comprobar que, lejos de ser prácticas coloniales olvidadas en la historia, aquellas actitudes de los virreyes se repiten en gobernantes que, a diferencia de aquéllos, reconocen como mandantes a los ciudadanos y no a un rey extranjero.
La multitudinaria marcha de los docentes -la tercera que se realiza en pocos días y que, como las anteriores concentró a centenares de miles de argentinos que piden un cambio de rumbo- fue la ocasión para comprobarlo. Los cientos de miles de maestros y profesores que marcharon por su derecho a la paritaria y en defensa de la educación pública, encontraron, como hace dos siglos los vecinos de Buenos Aires, a un Cisneros que, en vez de oír su clamor, les endilgó la responsabilidad por los males de la educación pública y reafirmó que no accederá a su pedido.
No contento con ser un Cisneros del siglo XXI, el día de la marcha el mandatario se subió a un avión y partió, cual Sobremonte, raudo a la provincia más alejada del conflicto, donde gobierna un gobernador que, pese a decirse peronista, acompaña las políticas oligárquicas del presidente. No es causalidad que el titular del gobierno nacional se sienta más cómodo en aquella provincia, Allí son reconocibles los resabios de una estructura política, económica y social colonial, premoderna, donde la diferencia entre las clases sociales está marcada por una verdadera grieta que, es evidente, es el objetivo que se quiere institucionalizar en la Argentina.
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