Madre no hay una sola
El machismo vendió una maternidad rosa tan berreta que destiñe, y el feminismo incluso nos auxilia ahí, para visibilizar las manchas y quitarles el remordimiento.
VICTORIA SANTESTEBAN
El feminismo ha insistido en romper con el modelo de maternidad hegemónica, que la romantiza y ubica en el podio de realización femenina, a la par que demoniza a las madres que no cumplen con el mandato de crianza con dedicación exclusiva y peor aún, a las mujeres que deciden no maternar.
La maternidad nos ha venido impuesta como única alternativa «natural» a la vida de las mujeres, que nos completa, como si nos faltara algo. Y al deber de convertirse en madres, se suma un solo modelo de maternidad válido como funcional al sistema de opresión: la mamá 24×7 que cumple el mandato de postergación eterna y, además, disfruta de esa maternidad esclavista. La romantización de los pañales y las noches en vela hace crecer la culpa por no disfrutar el combo completo. A todas las culpas culturalmente femeninas -por comer, por gozar, por desear, por salir- se agrega la de no disfrutar la crianza, y la depresión post-parto también se lee bajo ese prisma. Para vivir la maternidad con libertad y también para tener la libertad de elegir no maternar, porque la maternidad será deseada, o no será.
Por mi grandísima culpa.
Si de culpas se trata, el engranaje patriarcal sabe bien cómo engendrarlas para aceitar las piezas. El reproche machista gesta en mandatos esquizofrénicos culpas en las mujeres que quieren concebir y no pueden, en las que engendraron y no quieren ser madres, en las que adoptan, en las que quieren ser madres solteras, en las que abortan, en las que desafían la heteronormatividad, en los cuerpos gestantes que no son de mujeres, en las madres que tuvieron cesárea, en las que parieron en la casa sin medicación y en las que pidieron la peridural a gritos, en las que «cerraron la fábrica temprano» con un único embarazo y sin producción de hermanitos ni hermanitas. Culpas también en las que, por impuntuales, se les pasó el tren. Así las cosas, ejercer los derechos sexuales y reproductivos de la ley 26.485 se vuelve utópico.
Por si fuera poco, al modelo hegemónico de maternidad se suma el de belleza hegemónica: la policía de los cuerpos aturde con las sirenas que capturan panzas, pechos y pieles estriadas mientras felicita a las mujeres que lograron no dejar rastros de los nueve meses de gestación. Las panzas chatas post parto son el cachetazo que culpa y avergüenza a las que sí se les nota que ese cuerpo concibió, gestó y parió.
Fábricas, alquileres y vividoras.
La alianza machismo-clasismo-racismo-capitalismo titula que las mujeres pobres son fábricas de hijos, que se embarazan por un plan, a la vez que legitima con engañosa publicidad, el alquiler de vientres. También dictamina que la maternidad es estrategia de mujeres que, obnubiladas por el sueño de la casa con perro y pileta, quedan embarazadas para enganchar al varón, al menos, con una cuota alimentaria. Porque en la repartija patriarcal de deberes, los de cuidado siempre recaen sobre nosotras, de manera que el mandato de no quedar embarazadas es también de nuestra exclusiva responsabilidad. El machirulaje culpa a la mujer que no se hizo cargo de la anticoncepción porque insiste en que, en medio de la calentura, el semental no piensa. Entonces por única vez el machismo reconoce a las mujeres como seres racionales y nos exige que en pleno actual sexual nos ocupemos solitas de no quedar embarazadas porque el varón no se aguanta. Y esto del varón caliente que no piensa también legitima la cultura de la violación.
Mamá trabaja.
El patriarcado romantizó históricamente la imagen devota de la santa madre, que es feliz a pesar de una maternidad que la consume. La postergación de la vida pública y profesional de esa madre se festeja porque nos saca de carrera para relegarnos al hogar. Y ni lerdo ni perezoso, el machismo disfrazado de aliado frente a la mujer trabajadora, va a exigirle más a ese cuerpo cansado, para aleccionarlo. Otra vez, el universo en clave patriarcal exigiéndonos tantísimo más que a nuestros compañeros varones. Para probarnos, para ver si aguantamos, para ver si podemos con todo. Para decirnos que solitas nos complicamos la vida queriendo salir de casa, porque ahora tenemos doble trabajo (fuera y dentro del hogar), y encima ganamos menos que los varones. También las mujeres somos preguntadas por recursos humanos si somos madres o planeamos serlo y tendremos que pensar en el telegrama que notifique el embarazo y en cómo haremos para trabajar en un lugar donde no hay lactarios ni guarderías, ni horarios que acompañen nuestra condición de madres trabajadoras.
Mala madre.
El machismo se horroriza ante la madre que tacha de abandónica porque sale a trabajar y deja al padre «oficiando de niñero» pero no acusa recibo contra los padres que no reconocen a sus hijos, a los que no volvieron más después de ir a comprar cigarrillos, a los que no pasan la cuota alimentaria. El patriarcado perdona a los padres que se borraron del mapa pero no tiene piedad con la madre que mandó al nene al jardín con el guardapolvo sin almidonar. De manera perversa, las madres víctimas de violencia doméstica también van a ser cuestionadas y se dirá que exponen a sus hijos e hijas a un hogar violento, que por qué no salen de ahí. El ensañamiento con las víctimas de violencia machista deja impune al abusador y en Argentina en los últimos once años, más de 3500 hijos e hijas (el 64 por ciento menores de edad) fueron arrancados de sus madres por manos femicidas.
Madres y abuelas.
El domingo faltaron físicamente también las madres que dieron a luz en centros clandestinos de detención, las que desaparecieron de sus casas y muchas de las madres que buscaron a sus hijos, hijas, nietos y nietas. A las que el terrorismo de Estado les increpó sobre su maternidad, culpándolas por las desapariciones: ¿Dónde estaba señora, cuando su hijo militaba, cuando su hija soñaba con cambiar el mundo? ¿Qué clase de madre es usted, señora? Son las que nos enseñaron a marchar a pesar del dolor y del miedo, movidas por la fuerza más poderosa. Por el amor. Hay lugares donde nos reencontramos. En los recuerdos felices, en la memoria que nadie nos quita, en un más allá donde imaginamos los abrazos que vamos a volver a sentir. Por todas esas madres que abrazamos y por las que vendrán, es que se lucha y se sueña.
*Abogada, magíster en Derechos Humanos y Libertades Civiles.
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