Miércoles 27 de marzo 2024

2022, el año en que vivimos en peligro

Redacción 29/09/2022 - 08.08.hs

Las próximas elecciones en Brasil son cruciales, no solo para el bienestar del pueblo brasileño sino para la salud de la democracia en la región.

 

JOSE ALBARRACIN

 

2022 no sólo trajo de regreso la guerra en Europa. También abrió el telón para el regreso masivo del autoritarismo, que ya no sólo se insinúa, sino que también ha comenzado a cosechar éxitos electorales. Desde luego, el autoritarismo del que aquí se habla es exclusivamente -por mucho que se pretenda agitar el "fantasma del comunismo"- de extrema derecha. Por eso, desde este rincón lejano del mundo, resulta tan crucial la elección que se celebrará este domingo en Brasil, el principal país de Sudamérica, y la cuarta democracia más poblada en el mundo. No sólo por el bienestar del pueblo brasileño, sino por la salud de la democracia en la región.

 

Derecha.

 

Este año hubo elecciones en Hungría, donde obtuvo la reelección Víktor Orban, cuyo sistema de gobierno -vigente desde 2010- ha sido evaluado por la Unión Europea, que concluyó en que no se encuentran reunidas allí las condiciones mínimas de democracia y republicanismo. Orban -cuyo partido se llama, curiosamente. "Unión Cívica"- cultiva un perfil mucho más cercano al del ruso Putin o el turco Erdogan que a un dirigente europeo clásico como -por ejemplo- el español Sánchez.

 

También este año hubo elecciones en Francia, donde la fascista Marine Le Pen estuvo muy cerca de ganar la presidencia. Y en Suecia, hace apenas dos semanas, un partido autoproclamado Demócrata, aunque fundado principalmente por neonazis, obtuvo un rutilante triunfo en las elecciones legislativas, que lo coloca en posición de influir crucialmente en la formación gobierno (por cierto, a diferencia de Alemania o Italia, poco se habla de los profusos antecedentes fascistas de esa nación escandinava).

 

Pero lo ocurrido en Italia el fin de semana pasado es casi un golpe de nocaut. Que los italianos, después de haber padecido el fascismo en carne propia, hayan elegido a Giorgia Meloni y sus "Hermanos de Italia" resulta deprimente. Meloni es un personaje pintoresco, que mezcla su admiración por Mussolini con un fanatismo extraño por la saga "El Señor de los Anillos". Todavía está por verse cuánto daño podrá hacer con su prédica de odio hacia los inmigrantes. Lo cierto es que, mal que le pese, los contrapesos institucionales establecidos en la Unión Europea -de la que Italia depende económicamente- se encargarán de morigerar sus impulsos autoritarios: para eso sirven estas instituciones creadas tras la Segunda Guerra Mundial, cuando existía un consenso democrático. Y por algo los fascistas de todo el mundo odian estas instituciones.

 

Brasil.

 

En un mundo semejante, donde la derecha no sólo empieza a ganar elecciones, sino que, con su mera intervención en el poder, socava las bases mismas del sistema democrático, la posibilidad de que este domingo se desaloje de Brasilia a Jair Bolsonaro representa un soplo de esperanza.

 

Está por verse qué reacción tendrá el presidente en funciones si esto ocurre: siguiendo a su admirado Donald Trump, ya ha sugerido que el sistema electoral brasileño -que en buena medida él controla como presidente- estaría corrupto, y que cualquier resultado distinto a un triunfo suyo sería rechazado. Aquí también Bolsonaro se encuentra con un contrapeso importante, y es que, precisamente por sus vínculos con el trumpismo, no goza del favor de Washington.

 

Todavía puede hacer mucho daño en los meses que le quedan de gobierno, y no sólo al sufrido pueblo brasileño: la deforestación del Amazonas, por poner un ejemplo, se ha incrementado peligrosamente durante el bolsonarismo, y compromete el medio ambiente a escala global. Eso, para no hablar del debilitamiento de los organismos multilaterales como el Mercosur, que el actual gobierno brasileño se encargó de torpedear todo lo que pudo.

 

Corte.

 

Pero el problema brasileño es más complejo que meramente un resultado electoral: el proceso de deterioro institucional que comenzó con la obscena destitución de Dilma Rousseff, y la posterior proscripción y encarcelamiento del actual candidato a presidente, Lula Da Silva, ha generado una serie de disfuncionalidades que será muy complicado corregir.

 

Una de ellas es el propio poder judicial brasileño, que si bien tuvo un rol criminal en la aplicación del "lawfare" contra dirigentes populares, luego vino a servir como contrapeso para las tendencias autoritarias de Bolsonaro. El problema es que en ese derrotero, el funcionamiento de la justicia, y en particular, de su Corte Suprema, ha ingresado también en desvíos autoritarios.

 

Para muestra, un botón: en un grupo privado de WhatsApp que reunía a empresarios millonarios, alguien soltó, el 31 de julio pasado, un comentario por el estilo de "prefiero un golpe militar a que vuelva el PT", tema no ajeno al debate electoral, al punto que el propio Bolsonaro ha sugerido cosas por el estilo. Pero lo más llamativo es que, filtrado ese comentario a los medios, y con esa sola evidencia, un juez de la Suprema Corte, Alexandre de Moraes, ordenó el allanamiento de las casas de ocho de esos empresarios, el congelamiento de sus cuentas bancarias, el secuestro de sus teléfonos, y la suspensión de sus cuentas en redes sociales.

 

Semejante despliegue de fuerza es indicativo de la ampliación del poder de los jueces, con Moraes en el centro del debate: no hace mucho tiempo atrás, dispuso la detención, sin juicio pendiente, de cinco personas, sólo basado en publicaciones en redes sociales. Del mismo modo ha ordenado a las distintas redes sociales la eliminación de miles de posteos y videos, casi sin posibilidad de apelación, en lo que ha sido interpretado, no sin fundamento, como actos de censura.

 

Este año, diez de los once miembros de la Corte condenaron a un diputado a nueve años de prisión, por considerar que los había amenazado por internet. Y lo grave no es sólo que hayan actuado aquí como jueces y parte, sino que, además, asumieron el juzgamiento del caso sin pasar por todas las instancias previas.

 

Como se ve, entonces, un eventual triunfo de Lula en las elecciones del domingo será un paso en la dirección democrática correcta, pero sólo estará iniciando un camino tortuoso, complicado por la falta de una mayoría parlamentaria, y -acaso, más aún- por la presencia de un poder judicial que en nombre de la democracia ha extendido su esfera de poder hasta niveles incompatibles con la república.

 

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