A 46 años de la primera ronda
El 30 de abril se cumplieron 46 años de esa primera ronda en la plaza. Todas eran madres de desaparecidos y desaparecidas y fueron quienes sentaron las bases de un movimiento de derechos humanos sin precedentes.
VICTORIA SANTESTEBAN*
En plena dictadura cívico-militar, las 14 mujeres comenzaron a girar en círculos, rodeando la pirámide del centro de la plaza, luego de que un oficial les indicara "circulen, circulen". Los amparos infructuosos en busca del paradero de sus hijos e hijas había movilizado a esas madres a cambiar la estrategia. "Individualmente no vamos a conseguir nada", reflexionaba Azucena Villaflor, "¿Por qué no vamos todas a la Plaza de Mayo? Cuando vea que somos muchas, Jorge Videla tendrá que recibirnos".
Azucena Villaflor de De Vincenti, Berta Braverman, Haydée García Buelas, María Adela Gard de Antokoletz, Julia Gard, María Mercedes Gard, Cándida Gard, Delicia González, Pepa Noia, Mirta Baravalle, Kety Neuhaus, Raquel Arcushin y dos mujeres más de las que no se conocen sus nombres, caminaron en círculo, tomadas de las manos, aquel jueves 30 de abril de 1977 que sería el primero de cientos de jueves venideros, en reclamo de la aparición con vida de sus hijos e hijas. Las rondas serían símbolo de resistencia al terrorismo de Estado y gestarían los primeros movimientos de derechos humanos en denuncia de la dictadura que trascendieron las fronteras argentinas, inspirando luchas mundiales contra violaciones sistemáticas de derechos.
Mundial.
Luego de un año de rondar la Pirámide de Mayo, las madres fueron documentadas por el periodista holandés Jan Van Der Putten, que en lugar de cubrir el partido inaugural Alemania-Polonia, realizó la nota histórica el 1° de junio de 1978, visibilizando mundialmente el reclamo: "Queremos saber dónde están nuestros hijos. Que nos digan dónde están, por lo menos". El material se reproduce en cada repaso histórico sobre el terror reciente hasta aprendernos de memoria las voces de las madres de la plaza que denunciaban: "Mi hijo, hoy, hace 15 meses que no está", "¿Dónde están los bebés? ¿Por qué no nos dicen a nosotros si están vivos o muertos? Sólo pedimos que nos respondan, después nos retiramos", "Mi hija estaba embarazada de cinco meses cuando se la llevaron, mi nieto tiene que haber nacido en agosto del año pasado, hasta ahora no he podido saber nada de él. Lo único que sabemos es que los chicos nacen pero los dejan en establecimientos, en casas cuna como NN", "En mi caso particular allanaron cuatro veces mi casa, me llevaron y me torturaron para que dijera dónde estaba mi hijo", "No sabemos si están enfermos, si tienen frío, si tienen hambre, y tenemos desesperación porque no sabemos a quién recurrir, consulados, embajadas, ministerios, iglesias, se nos han cerrado las puertas en todas partes, por eso les rogamos a ustedes que son nuestra última esperanza". "Que muestren la cara y digan dónde están. Hay tantas muertes que no se animan a mostrar. Si dicen que son subversivos que den la cara y nos digan por qué. Mi hijo iba a ayudar a las villas", "Vinieron a nuestras casas y nos robaron todo, el Ejército argentino que se llama cristiano, vino a mi casa a hacer eso". "Yo no quiero a mi hijo solo, yo quiero a todos los hijos, de todas las madres. Somos miles en todo el país".
Pañuelos.
Frente a la clandestinidad en la que vivían hijos e hijas, las abuelas optaron por una estrategia de visibilización, con pañuelos blancos, en la plaza icónica, para el reclamo urgente. Los riesgos de esa visibilización no tardarían en aparecer: en diciembre de 1977 desaparecieron tres de las Madres fundadoras del movimiento, junto a dos monjas francesas y otras personas, secuestradas mientras estaban reunidas dentro de la Iglesia de Santa Cruz, en Buenos Aires.
"Al cubrirse la cabeza con el pañuelo/pañal blanco las Madres no se esconden, sino que se erigen públicas y convierten su dolor y su llanto íntimos en una potencia política colectiva", reflexiona Ana Longoni a la vez que traza entre los pañuelos blancos de las Madres y los verdes de la lucha por la legalización del aborto, "una precisa genealogía nutrida de lazos de sororidad y de reconocimiento mutuo entre movimientos sociales surgidos en momentos históricos distintos, cuyas trayectorias se entrecruzan estrechamente en la maraña que llamamos presente". Y recuerda también que la elección del pañuelo como emblema el movimiento feminista ha sido asumida y reconocida con referencia inequívoca a la lucha de las Madres.
Política.
La autora destaca que el dolor de las desapariciones arrojó a esas mujeres a una calle, a un espacio público que les era ajeno y lejano por su nula experiencia política previa, afín a los estereotipos de género más reforzados en aquellos años, que relegaban con mayor insistencia a las mujeres al hogar. Ese dolor las convoca y convierte en sujetas políticas, en colectivo de resistencia: "Nuestros hijos nos parieron", afirman las madres que nacieron con las desapariciones, quienes, a la vez, se convirtieron en madres de nuevos hijos e hijas: "Ustedes son nuestros hijos" -manifestaba Hebe de Bonafini en oportunidad de la ronda 400 en 1985 hacia jóvenes que las acompañaban- Nos llevaron a los nuestros y nos nacieron miles de hijos".
Madres.
El régimen las llamó las "locas" de la plaza, para difamarlas y silenciarlas con el harto recurso de la locura para relativizar el valor de quienes se alejan de los cánones patriarcales y pisan ese espacio público postergado. El régimen también las tachó de "malas madres", otra de las estrategias patriarcales todavía vigentes al momento de echar grandísimas culpas sobre las mujeres. Así, la maquinaria represiva increpaba a las madres de la plaza, culpándolas por las desapariciones: ¿Dónde estaba señora, cuando su hijo militaba, cuando su hija soñaba con cambiar el mundo? ¿Qué clase de madre es usted, señora? Las que nos enseñaron a caminar la lucha por y para la democracia. A marchar a pesar del dolor y del miedo, movidas por la fuerza más poderosa. Por el amor. Hay lugares donde nos reencontramos. En los recuerdos felices, en la memoria que nadie nos quita, en un más allá donde imaginamos los abrazos que vamos a volver a sentir. Gracias por el amor militante y las manos que nunca se sueltan.
*Abogada, Magíster en Derechos Humanos y Libertades Civiles
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