Lunes 28 de julio 2025

Bondarenko y sus 24 apóstoles

Redacción 28/07/2025 - 00.15.hs

En 26 años de carrera, el comisario no cosechó el respeto de la superioridad ni la estima de sus camaradas.

 

Por Ricardo Ragendorfer*

 

Este país atraviesa una etapa plagada de rarezas. En consecuencia, no se sabe a ciencia cierta si el escándalo que acaba de estallar sobre el comisario inspector retirado de La Bonaerense, Maximiliano Iván Bondarenko, perjudica o favorece sus chances en las urnas provinciales el próximo 7 de septiembre.

 

¿Acaso entre los votantes no hay quienes ven con simpatía su cara oculta que terminó por quedar al descubierto, o que creen a pies juntillas que él ha sido víctima de una operación kirchnerista para enlodar su figura? Todo es posible en la Argentina del presente.

 

En tiempos no lejanos, la candidatura de un oficial superior perteneciente a la fuerza policial más picante de la Argentina hubiera parecido un chiste. Pero, ahora, la ocurrencia del armador Sebastián Pareja de ubicar a este personaje en la cúspide del listado libertario de la Tercera Sección Electoral fue interpretada por sus correligionarios como una genialidad. Muchos, claro, ya no lo ven así.

 

Porque mientras Bondarenko aún festejaba semejante logro, tomó estado público el pase a disponibilidad de 24 oficiales de La Bonaerense vinculados a su proyecto político, por tejer un presunto “golpe institucional”, cuyo objetivo inmediato habría sido tomar el control de dicha mazorca. Y con el agravante de que la terminal de tal maniobra es el Ministerio de Seguridad de la Nación, cuya titular, Patricia Bullrich, mantiene con el susodicho un fluido lazo.

 

El asunto fue fruto de una denuncia anónima recibida por la Auditoría de Asuntos Internos del Ministerio de Seguridad provincial, confirmada luego con el secuestro de profusos elementos de prueba: mensajes de WhatsApp, misivas con membrete de La Libertad Avanza (LLA) halladas en computadoras de las sedes policiales en cuestión y videos, sobre los que ya corrieron ríos de tinta, y que fueron incorporados al expediente instruido por el fiscal Alvaro Garganta.

 

Fue notable la celeridad de Bullrich en respaldar al bueno de Bondarenko. Desde frases ampulosas en Twitter, donde acusaba al gobernador Axel Kicillof por “defender a la delincuencia” y propiciar “la destrucción de la policía”, hasta excusas pueriles, como decir que los frecuentes cónclaves entre el candidato y sus 24 apóstoles no tuvieron otro objetivo que “comer un asado”, pasando por una denuncia contra el Poder Ejecutivo provincial por espionaje, persecución ideológica, discriminación y abuso de autoridad. Pero, en el medio, la ministra incurrió en un desliz: reconocer que hacía tiempo que venía “trabajando codo a codo” con el comisario retirado.

 

Fue también notable el silencio de este individuo ante la situación que lo envuelve. Un silencio opuesto a su verborragia proselitista. Es que sus arengas de campaña eran sublimes por un detalle en particular: las invocaciones castrenses que solía proferir. Va un ejemplo: “Esto va a ser una batalla voto a voto, de urna a urna. Hay que preparar un ejército para vencer”.

 

¿Acaso tamaña sobreactuación es fruto de que la voz de mando no fue la impronta más destacada de su carrera policial? Porque Bondarenko, quien presume ser un aguerrido veterano de la lucha contra la inseguridad, en La Bonaerense es considerado un “chanta”.

 

Muñeca política.

 

En 26 años de carrera no cosechó el respeto de la superioridad ni la estima de sus camaradas. “En los destinos calientes no duraba más que unos de meses”, aseguró a Tiempo, un comisario que lo conoce al dedillo. Al tipo, en sus épocas de oficial subalterno, lo rotaban sin cesar en las comisarías del Conurbano Sur. Hasta la segunda década del siglo, cuando accedió a la jefatura de unidades en Laferrere, González Catán y Virrey del Pino, de los que también era removido al poco tiempo. En cambio, acumulaba sanciones, por inconductas que incluían desde el desacato hasta la negligencia. Sin embargo, no demoró en exhibir su, diríase, muñeca política, ya que supo establecer provechosas relaciones tanto en el Ministerio de Seguridad como en la plana mayor de la fuerza. Y lo prueba un dato estadístico, en sólo ocho años fue merecedor nada menos que de seis ascensos escalonados con una regularidad inaudita.

 

La época más floreciente de su carrera policial fue durante la gestión de María Eugenia Vidal, cuando Cristian Ritondo era ministro de Seguridad, quien ahora habla maravillas de él.

 

En esos días se produjo su despertar político, pegándose como un chicle a los espacios macristas liderados por Facundo Manes y Emilio Monzó. Eso lo llevó a conseguir una banca de concejal en Florencio Varela, a fines de 2021.

 

A comienzos del año en curso se convirtió en un libertario de pura cepa. Al dar tal brinco, pidió su baja definitiva en La Bonaerense. Eso lo anunció en un video difundido en las redes sociales, donde, con la sede del Ministerio de Seguridad de fondo, hasta se permite unos pucheritos. Conmovedor.

 

Más allá de su medianía personal, es innegable la huella innovadora que hay en él. Porque, con sus 24 adláteres de uniforme dio una vuelta de tuerca en lo que a la genética disfuncional de La Bonaerense se refiere. No es una novedad que se trata de una fuerza que se autofinancia (a través de las cajas delictivas) y que, por lo tanto, se autogobierna.

 

S.A.

 

Hubo ciertos períodos -como el de la “Maldita Policía” comandada por el comisario Pedro Klodczyk- en que la recaudación poseía un verdadero sesgo empresarial. Puntualmente, el dinero fluía desde abajo (o sea, las comisarías y las unidades de investigaciones) hacia las regionales y, después, hasta la cúpula, no sin que, en cada una de tales escalas, sus “porongas” se quedaran con la parte que les corresponde, además de “adornar” a funcionarios y jueces.

 

Fue el ministro de Seguridad León Arslanian, quien -entre 2004 y 2007, durante la gestión de Felipe Solá- quebró tal dinámica, pulverizando esa ruta del dinero, al descuartizar la estructura de La Bonaerense en media docena de departamentales autónomas, sin un jefe supremo.

 

En tal sentido, dio en el clavo, pero no calculó un detalle: esa milicia es como el agua, puesto que toma la forma del envase que la contiene. De manera que, lo que antes funcionaba como una Sociedad Anónima (nunca mejor usado este término) que marchaba sobre rieles, devino en la aparición de una cantidad indeterminada de hordas uniformadas autónomas que se disputan entre sí –y, en ocasiones, de modo cruento– el gerenciamiento del delito en la provincia. Pero sin interferir en los poderes políticos de turno por discrepancias ideológicas.

 

Hasta ahora. Dado que esa es, justamente, la cabriola que Bondarenko se animó a dar. Dicho de otro modo, la fundación compulsiva del Partido Policial. (*en tiempoar.com.ar)

 

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