Agresión constante y fomento del odio
Después de finalizada la Segunda Guerra, el mundo recibió con justificado horror las noticias de las atrocidades nazis contra el pueblo judío, y también contra otras minorías. Así, pasaron a ser proverbiales los nombres de los campos de exterminio, y también otras formas más inocentes y emocionales para trasmitir el espanto, caso del diario de Ana Frank. Esa promoción del horror, entre otros factores, llevó a la concreción de un Estado de Israel, ubicado en las tierras que, según la religión, les había prometido Jehová, y la constitución de un país plurinacional, condición reconocida en los pilares del equivalente a la Constitución. Aunque en esa decisión también generó choques y muertes, en buena parte alentada por los grandes capitales judíos en el mundo, aquella creación tuvo la paz como denominador común.
Cómo se trasformaron aquellas loables intenciones en sanguinarios enfrentamientos con los árabes es todavía objeto de un análisis geopolítico y sociológico, pero lo cierto es que aquella tierra donde brotaría “leche y miel” según el libro, se le agregó otro líquido: la sangre, que no dejó de correr pese a los promovidos acuerdos que, lamentablemente, fueron breves y quebrados por los grupos extremistas de uno y otro lado.
En los días presentes, el ejército y los políticos israelíes de derecha, con el abierto apoyo de los Estados Unidos, han trasformado aquellas hostilidades en un genocidio, con bombardeos abiertos sobre lugares reconocidos por las convenciones internacionales como sitios no atacables y, lo peor, quebrando las dificultosamente logradas treguas sin miramiento alguno. Basta ver las cifras de muertos civiles para avalar esa afirmación y las espantosas imágenes de las ciudades destruidas, con su infraestructura desecha, los más de 150 periodistas muertos -algunos en circunstancias muy sospechosas- o las provocaciones, como la de llevar la capital del país a Jerusalén, ciudad sagrada no solamente para el judaísmo, sino también para el Islam.
Por otra parte, es cierto que existe un considerable sector de la población civil que es contrario a esa guerra de agresión constante, que no hace sino fomentar el odio entre árabes e israelíes, pero su peso político, a pesar de los muy serios cuestionamientos para con el Primer Ministro no parecen tener eco efectivo, y agrandan los teatros de guerra en Medio Oriente.
Y un dato no menor: el acceso de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos abrió una inesperada Caja de Pandora, con referencias claras y burlas respecto a la trasformación de la Franja de Gaza en un futuro lugar turístico.
El lector podría preguntarse qué cuenta esta situación en la realidad argentina. Bien podría decirse que mucho, desde la asunción del desequilibrado presidente Javier Milei, quien desde los comienzos de su mandato no dudó en alinearse con la posición norteamericana identificada plenamente con Israel. Esa postura ignoró hasta la actualidad la posición árabe, cuya muy considerable comunidad ha sido una de las que contribuyeron, y mucho, a la grandeza que otrora tuviera nuestro país.
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