Ecos de la vieja Roma
No ha faltado quien advierta las similitudes de alguna figura prominente de la política argentina actual con un antiguo emperador romano, que vivió en el primer siglo de nuestra era.
JOSE ALBARRACIN
Con alguna periodicidad se escucha comentar que vivimos en la peor de las épocas posibles, y que las cosas que pasan en el presente son nunca vistas. Sin embargo, a poco que se revisen los antecedentes, tanto cercanos como más remotos, se advierte que la historia, como el ajo, tiene costumbre de repetirse. Dicen que primero se repite como tragedia y luego como comedia, pero por desgracia hoy queda poca gente con ganas de reírse.
Calígula.
No ha faltado quien advierta las similitudes de alguna figura prominente de la política argentina actual con un antiguo emperador romano, que vivió en el primer siglo de nuestra era: Cayo Julio César Augusto, más conocido como "Calígula". Su nombre será familiar para los veteranos, ya que fue objeto de una película bastante polémica en la década de los años setenta, que en Argentina sólo pudo verse cuando el retorno de la democracia y la abolición de la censura cinematográfica.
El protagonista era Malcom McDowell -el mismo de "La naranja mecánica", película que también ha sido mentada en la campaña electoral en curso, quien lucía el clásico look romano, del flequillo ondulado y unas discretas patillas. Las escenas que retratan la crueldad y las perversiones de aquel lejano monarca siguen escandalizando hoy, y de hecho, algunos de los actores que participaran en el rodaje -como el inglés Peter O'Toole- trataron de despegarse de la versión final de la obra.
En realidad, aquel díscolo soberano alguna vez había sido un niño desvalido. Hijo de Germánico, uno de los mejores generales del imperio, solía acompañar a su padre en sus campañas por la actual Alemania, ocasión en que lo disfrazaban de legionario. Al parecer los soldados le hacían "bullying" y de allí surgió ese apodo, "Calígula" (por las "caligas" o sandalias de legionario que usaba), mote que él mismo detestó toda la vida.
Emperador.
La cuestión es que su padre murió tempranamente, lo que no habrá contribuido a la salud mental del joven. Ni tampoco las intrigas palaciegas que lo rodearon en su primera juventud, ya que, como su padre era hijo adoptivo del emperador Tiberio, el joven estaba en la línea sucesoria del imperio, y generaba incomodidades.
Eventualmente accedió al cargo de emperador -no sin antes despachar al otro mundo a su competidor, Tiberio Gemelo- y su paso por el poder no es recordado precisamente con cariño. Los testimonios de su época, y los historiadores posteriores, coinciden en describirlo, hablando mal y pronto, como "un loco".
Para empezar, no caía muy en gracia que el joven emperador mantuviera relaciones incestuosas no con una, sino con sus tres hermanas, Julia Livila, Julia Drusila, y Agripina la Menor, a las que, además, obligaba a prostituirse. Afortunadamente para él todavía no se había fundado la Escuela de Viena (la del psicoanálisis, no la de la economía) ya que esa ciudad, si bien ya había sido fundada por los celtas, todavía no estaba culturalmente desarrollada.
Su sexualidad poco convencional incluía muchas otras perversiones, entre las cuales se encontraba un muy poco popular ejercicio del "derecho de pernada" sobre las esposas de sus súbditos.
Dios.
En determinado momento Calígula se convenció de su propia divinidad, y andaba disfrazado -según el día- como Hércules, Mercurio, Apolo o Venus (quien, por cierto,era una diosa femenina). La resistencia de algunos senadores a depararle el tratamiento de dios le hizo enemistarse con ese cuerpo, donde medraba la casta política de entonces. Estos enemigos poderosos, sumados a la guardia pretoriana, que también le guardaba encono, serían quienes en definitiva se complotarían para su asesinato.
Entre sus medidas de gobierno más populares se cuenta la eliminación de impuestos, que él mismo festejó mandando acuñar una moneda especial, en cuyo anverso se reproducía una efigie de la Libertad, simbolizando la liberación del pueblo de la carga tributaria. No obstante, el emperador no se privaba de promover el déficit fiscal, con construcciones fastuosas de templos y -por supuesto- estatuas en su propio honor.
No se destacaba tampoco por sus dotes diplomáticas. Cuando recibió en Roma la visita amistosa del rey de Mauritania, no tuvo mejor idea que hacerlo asesinar, con lo que obtuvo la anexión al Imperio de aquel lejano país africano.
Pese al talento y la fama de su padre, sus dotes militares no fueron precisamente brillantes. Su intento de conquistar la actual Gran Bretaña fue un sonoro fracaso. Ciertamente no contribuyó a que, al momento de prepararse para cruzar el Canal de la Mancha, ordenara a sus legionarios que se dedicaran a juntar conchillas marinas como tributo a su regia persona.
Acaso el episodio más emblemático de su reinado haya sido su intención de designar como cónsul (otras fuentes dicen, como senador) a su caballo Incitato, el único ser por el que parecía profesar amor, y acaso, en el cual buscaba asesoramiento.
Los senadores y pretores que dispusieron su asesinato, una vez consumado el hecho, intentaron entonces restaurar la república, pero no pudieron impedir la asunción como emperador del tío de Calígula, Claudio, quien dispuso pasar por las armas a todos los involucrados en la muerte de su sobrino y sucesor.
Y así acabó, prematuramente, la gestión de Calígula, quien no llegó a completar un período de cuatro años. Al pueblo de Roma sólo le habrá quedado el consuelo de que, al menos, ellos no lo habían votado.
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