Lunes 29 de abril 2024

El agua se calienta pero la rana no hierve

Redacción 12/04/2024 - 00.18.hs

Para quienes piensan en Trump como una aberración que flotó con mal viento y algún día se alejará, lo que debe evitarse es normalizar el trumpismo, permitiéndole convertirse en el nuevo status quo.

 

HORACIO VERBITSKY

 

Así como en la Argentina respecto de Javier Milei, también en Estados Unidos se debate si Trump es fascista. En un artículo publicado en la revista New Yorker, el tema es expuesto por su columnista Andrés Maranz, quien comenta el libro ¿Sucedió aquí?, en el que diversos académicos debaten qué oculta la palabra F y qué revela.

 

En contra de lo que sostiene el ex ministro de Trabajo de Clinton, Robert Reich, varios afirman que cualquier paralelismo con los fascismos europeos del siglo pasado es anacrónica y dificulta la comprensión del fenómeno. Una diferencia fundamental, que ni Reich ni Maranz toman en cuenta, es la que separa a potencias políticas y tecnológicas, con antecedentes coloniales, como la Italia de Mussolini o la Alemania de Hitler, de un país dependiente como la Argentina que gobiernan los Hermanos Milei. Es la distinción entre el nacionalismo de las grandes potencias europeas y el de los países que aspiran a librarse de su control y emprender su propio camino hacia el desarrollo y el bienestar, que Lenin bosquejó hace más de un siglo. Por eso, el estigma de fascista fue tan incorrecto cuando se aplicó a Perón, como ahora que su sombra cae sobre Milei, por antagónicas que sean las políticas de uno y otro. Las mismas razones estructurales no harían imposible que Trump lo fuera. Los argumentos para negarlo son de otro orden.

 

Maranz comienza por asentar que el ex Presidente es racista, abusador sexual, corrupto y que le gustaría ser un dictador, pese a lo cual obtuvo la candidatura de su partido Republicano y es el favorito para ganar en noviembre. Para Richard J. Evans, historiador emérito de Cambridge, "la democracia estadounidense está dañada, pero sobrevive”. El libro incluye textos clásicos de Umberto Eco y de Hannah Arendt antes de abordar preocupaciones contemporáneas. Arendt advirtió contra el totalitarismo en Estados Unidos. El filósofo de Princeton Jan-Werner Müller prefiere llamarlo “populismo de extrema derecha”.

 

Fenómeno histórico.

 

Si el fascismo es un fenómeno claramente histórico, algo que tuvo lugar sólo en Europa occidental a mediados del siglo XX, entonces, por definición, no puede suceder aquí. Algunos afirman que el trumpismo está demasiado desprovisto de contenido ideológico consistente como para ser mapeado en cualquier movimiento anterior; otros han respondido que su fluidez lo hace más parecido al fascismo, no menos. El sociólogo Dylan Riley, en New Left Review, escribe que “los regímenes fascistas de entreguerras fueron producto de la guerra interimperial y la crisis capitalista, combinadas con una amenaza revolucionaria de la izquierda”, condiciones que no existen hoy en Estados Unidos.

 

Para quienes piensan en Trump como una aberración que flotó con mal viento y algún día se alejará, lo que debe evitarse es normalizar el trumpismo, permitiéndole convertirse en el nuevo status quo. Para el historiador de Yale Samuel Moyn, en cambio, el peligro sería normalizar “el status quo ante Trump” distrayéndonos “de cómo hicimos a Trump durante décadas”. El camino a seguir es "poner fin al debate sobre el fascismo”, escribe en su introducción el historiador Daniel Steinmetz-Jenkins, un poco como dar la bienvenida a los invitados a una cena prometiéndoles que todo terminará pronto. Si el objetivo del libro es resolver el debate sobre el fascismo de una vez por todas, entonces no está claro que lo consiga. Los estudiosos de humanidades son personas que pueden responder cualquier pregunta de sí o no con un prolongado “tal vez”, y la colección es un ejercicio interesante para llegar allí. Pero los académicos tienen sus inclinaciones, y Steinmetz-Jenkins inclina su volumen de modo que se aleje del alarmismo y se acerque a lo que podría llamarse deflacionismo.

 

El corazón del libro, cuenta Maranz, es una sección titulada “Sobre las analogías del fascismo”, y el corazón de esa sección es un ensayo de 2020 de Moyn. En los primeros días de la Administración Trump, “confieso que la reductio ad Hitlerum me resultaba molesta”. En agosto de 2017, Moyn fue coautor de un artículo de opinión del Times bajo el título “Trump no es una amenaza para nuestra democracia, la histeria sí". Se basaba en “Tyrannophobia”, un artículo fundamental de dos profesores de derecho que sostienen que la reacción exagerada ante la amenaza de tiranía en Estados Unidos ha causado más daño que la tiranía misma.

 

La última palabra.

 

Corey Robin tiene la última palabra. En un artículo titulado “Trump y el país atrapado”, este politólogo presenta un argumento convincente: gran parte de la agenda de Trump fue bloqueada por un Congreso disfuncional y una Corte Suprema contramayoritaria. Lo mismo podría decirse de la Administración Biden. El estancamiento partidista es un impedimento estructural para un avance autoritario repentino; también lo son el obstruccionismo antidemocrático, el esclerótico sistema bipartidista y los requisitos que dificultan enmendar la Constitución. Hay muchas razones por las que esto puede no suceder aquí. Una razón aún más simple es que Trump es un diletante vanidoso y distraído. Aún así, incluso si no es capaz de doblegar el sistema a su voluntad, su partido, ahora remodelado en gran medida a su imagen, parece cada vez más dispuesto a hacerlo por él. Los deflacionistas desempeñan un papel crucial, pero sería un error pasar del deflacionismo al quietismo. Si no tenemos una democracia ejemplar, ¿cómo podemos preocuparnos de perderla? Los politólogos de Harvard Steven Levitsky y Daniel Ziblatt presentaron un caso de preocupación que fue un éxito de ventas en su libro Cómo mueren las democracias, en 2018, y actualizaron su argumento el año pasado, en La tiranía de la minoría. Viktor Orbán, tal vez el más hábil de los populistas de extrema derecha, no acabó con la democracia húngara la primera vez que asumió el cargo de Primer Ministro, en 1998. Luego regresó, afianzó su poder y trabajó con su partido para socavar al Estado, pacientemente, clínicamente, no como un fascista del siglo XX sino como un fascista autoritario del siglo XXI. “Orbán no necesita matarnos, no necesita encarcelarnos”, me dijo Tibor Dessewffy, un sociólogo húngaro, en 2022. 'Sigue reduciendo el espacio de la vida pública. Es lo que está pasando también en tu país: la rana aún no está hirviendo, pero el agua está cada vez más caliente'". (Extractado de El Cohete a la Luna)

 

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