El Anillo de Los Pitufos
Hoy se celebran en todo el país las elecciones presidenciales, por lo que, hasta las 21, rige la veda electoral, y no se puede hablar de política. Ni escribir sobre política. Sólo se puede decir: vayan a votar, celebren la democracia, festejen este día cívico, etcétera, una línea de narrativa que no nos alcanzará para llenar el espacio asignado. Pero eso no nos exime en esta columna de producir algún contenido para el amable lector. Porque el amable lector se habrá percatado de que ahora todo es "contenido", desde una modesta columna periodística hasta una ópera de Wagner. Todo reducido a ser este bolo de data que circula por los intestinos de las redes de internet.
Azulitos.
De modo tal que, para esquivarle a la política, por ejemplo, deberíamos escribir una columna dedicada a Los Pitufos, aquella entrañable serie de dibujos animados infantiles, esos duendecillos del bosque que por algún motivo eran azules, color con el que se identifica al Partido Demócrata de los EEUU, dato éste que podemos publicar hoy porque no es un partido de aquí, ni está su boleta en el cuarto oscuro.
Por algún motivo a los Pitufos los persigue un villano, el monje/brujo Gargamel, que los necesita -según el argumento del episodio del día- para hacer oro y volverse rico, o por el contrario, para exterminarlos como a ratas. Se ha dicho que Gargamel, con su nariz ganchuda y su gusto por el vil metal, sería una suerte de alegoría del capitalista, en cambio los Pitufos representarían el principio colectivista (populista, bah). Pero no podemos seguir por esa línea si no queremos hablar de política.
Y ahora que hablamos de dibujos animados azules, estaban también los "Blue Meanies" de la película "Submarino amarillo" de Los Beatles, que a diferencia de los Pitufos eran malos y ridículos, y querían hacer el mal a troche y moche, eliminando la alegría,el color y la música. Como los militares argentinos. De hecho, al final de la película, cuando son derrotados por la alegría, el color y la música de Los Beatles, estudian la posibilidad de emigrar hacia Argentina, como los nazis de la Segunda Guerra Mundial, cosa que podemos mencionar hoy porque aquel asunto habrá sido muy político, pero ocurrió hace muuuuuucho tiempo.
Payasos.
Bueno, no parece que ese tema nos lleve muy lejos. Quizá debiéramos recurrir a las efemérides del día, que nos hablan de Emilio Aragón, fallecido un 17 de noviembre de 2012, más conocido como Miliki, quien junto a sus hermanos Alfonso (Fofó) y Gabriel (Gabi) conformaban la troika de los payasos de la tele.
Españoles ellos, terminaron trabajando en la TV argentina porque parece que tenían problemas con la dictadura que imperaba en su país, al mando de un tal Francisco Franco, nombre redundante si los hay. Es raro que la dictadura argentina les resultara más amable que la propia. Debe ser algo parecido el humor, que varía de país en país, y es por eso que un chiste cubano, por ejemplo, no nos hace tanta gracia porque carece de la rosca, la ironía y la maldad del humor argentino.
Qué barbaridad que ni los payasos se salven de la represión. O a lo mejor hay algo subversivo en ser payaso, y si no ahí está para demostrarlo esa película llamada Joker, donde el protagonista, cuando se pinta la cara, se transforma en un asesino psicópata. Pero ahora que lo mencionamos, la película en cuestión fue usada como meme en la campaña presidencial argentina. Cancelado ese tema entonces.
Opera.
Hablemos, mejor, de música clásica. Es un asunto muy espiritual y además todos los compositores clásicos se murieron hace una bocha de años, ¿qué puede salir mal?
Leemos en un comentario a la versión parisina de la ópera "Tanhäuser" de Richard Wagner, que el maestro la pasó muy mal en tierras francesas durante su obligado exilio por haber participado de una rebelión en la ciudad alemana de Dresden. El autor de "Tristán e Isolda" y de "El Anillo de los Nibelungos" ya estaba bastante amargado, para que encima le quisieran imponer condiciones sobre cómo debía componer sus óperas.
No va que en París le impusieron que el libreto debía cantarse en francés, y no en el idioma alemán original que él se había pelado el traste escribiendo (ya se sabe, el alemán es tan difícil, que ni los propios alemanes lo entienden: sólo fingen hacerlo para desconcertar a los extranjeros). Pero esto no era todo: era obligatorio, también, que en el segundo acto apareciera un cuadro de ballet. Esto era una imposición de los revoltosos muchachos del Jockey Club Royaile, a los que en realidad no les interesaba la danza, sino los esbeltos cuerpos de las bellas bailarinas francesas. Y tenía que ocurrir eso en el segundo acto, porque durante el primero estos libidinosos incorregibles estaban cenando en el club, y no iban a interrumpir sus libaciones y masticaciones para escuchar una obertura, aunque fuera la mejor del mundo.
No es raro que en 1871, cuando la Guerra Franco-Prusiana concluyó, con una aplastante derrota de los franceses, y la consecuente fundación del flamante "imperio alemán", Wagner se haya despachado con la famosa "Kaisermarsch" (Marcha Imperial) para celebrar el asunto. Después esta miniserie de guerras se completaría con la primera y la segunda guerra mundial, con sendas invasiones alemanas en Francia, y las obras del maestro pasarían a ser música funcional en los campos de concentración. Aunque por supuesto hay quien en Alemania niega que esas cosas hayan existido. Se llaman "negacionistas" estos sujetos. Por suerte aquí no tenemos esos problemas. Y si los tuviéramos, nos dicen que hoy no podemos hablar de eso.
PETRONIO
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