Imagen bochornosa
A fuer de repetidos, daba la impresión de que el pueblo argentino había terminado por acostumbrarse a los desubicados gestos y expresiones del presidente Milei, la mayoría de ellos -hay que convenirlo- impropios de tan alta autoridad de la república. Así, los gritos desaforados y expresiones soeces, insultos de muy grueso calibre, mímicas groseras y toda una serie de expresiones impropias de una alta autoridad habían generado una personalidad que estaba entre el pintoresquismo, la aceptación y el repudio, pensando que, por una mínima ética presidencial, no se iría más allá en cuanto a transgresiones del “conjunto de normas morales que rigen la conducta de la persona en cualquier ámbito de la vida” según define el diccionario a la ética.
Por eso la noticia de la condición de plagiario del Presidente de la República sacudió al país con un grado de bochorno pocas veces visto y contribuyó a acrecentar la pobre imagen que tiene el mandatario en el exterior, cercana a la ridiculez, mal que nos pese.
En realidad, esa condición ya era conocida pero quedó disimulada tanto por el conjunto de defensores de la figura presidencial, que apelaron a cualquier argumento en pro de la misma y la escasa sutileza interpretativa de la oposición ante un hecho respecto al que cabe preguntarse si es tan grave… La respuesta es afirmativa, y tanto que hay leyes que previenen su empleo, por lo que transgredirlas es un delito.
Por cierto que si se considera el caso desde un punto de vista neutral es muy difícil defender la figura de Javier Milei. Los antecedentes son demasiado serios, veamos si no. La referencia más antigua es muy temprana. Hace más de una década fue sobre un texto escrito por dos profesores de la Universidad Católica de Chile, titulado “Demanda por dinero: Teoría, evidencia, resultados”. La nómina continúa con aproximadamente cuarenta páginas plagiadas a un grupo de investigadores del Conicet argentino y epiloga con la reciente información del plagio a los diálogos de una serie televisiva norteamericana, “The west wing”, incluso en el malhadado discurso que pronunciara en la sede de las Naciones Unidas.
Lo irrefutable en estos casos es que ninguna de estas copias tiene indicación alguna (comillas, llamadas a pie de página…) en referencia a que se trata de trabajos ajenos, circunstancia que se potencia en el último de los casos por la jerarquía del lugar en que se concretaran, un foro mundial.
Por si eso fuera poco, quienes se han dedicado a indagar en el tema han descubierto que en un libro publicado por el Presidente años atrás también la imagen de la tapa es un plagio. Otro caso escabroso es el de una obra del mismo autor que publicara en España la editorial Espasa-Calpe: en una de sus solapas el presidente Milei figura como egresado de la Universidad de Buenos Aires y con condición doctoral. Al comprobar la falsedad de esos datos, la empresa retiró de circulación el libro.
Los ejemplos indudablemente hacen que el tema “pase de castaño oscuro”, según la expresión popular. Aquím quien ha transgredido la ley en repetidas oportunidades es nada menos que el Presidente de la República, y las últimas en pleno ejercicio de su cargo, en exposiciones ante el mundo. La actitud excluye el pintoresquismo y merece una justificación (por cierto que muy difícil) dados el intérprete y las circunstancias.
Para más, el equipo de prensa presidencial a estas alturas ha dado sobradas pruebas de su falta de capacidad técnica y política. Ante las –por decirlo así— incongruencias del Presidente ni siquiera ha sido capaz de hacerle entender lo acertado de aquella expresión romana acerca de que “la mujer del César no sólo debe ser honesta, sino también parecerlo”.
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