La derecha necrófila
Charlie Kirk, un activista político de derecha norteamericano, fue asesinado de un balazo el pasado 11 de septiembre en la pequeña localidad de Orem, en Utah, EEUU. Al momento de ser alcanzado por un certero francotirador, estaba manteniendo un debate con jóvenes universitarios con los que, irónicamente, discutía entre otros temas la problemática de la violencia relacionada a la tenencia de armas de fuego. No había cumplido 31 años, y deja una familia compuesta por su esposa y dos niños pequeños. De modo que, una persona bien nacida no puede menos que comenzar por lamentar la pérdida de esa familia, y seguir por decir que la violencia política no conduce a nada (excepto a más violencia) y que nadie debería morir por expresar lo que piensa, aunque ese pensamiento nos resulte abominable.
Dos cosas.
Pero es deber de toda persona responsable procurar que en su cerebro quepa más de un pensamiento a la vez, porque la verdad es que vivimos en un mundo complejo, que se resiste a las simplificaciones como un gato panza arriba. Mal que les pese a los "pensadores de derecha".
Y una cosa es resistirse a celebrar una muerte, y otra muy distinta es beatificar a los muertos sólo por el hecho de haber partido, ya que, como decía Borges, "morir es una costumbre que suele tener la gente". La muerte no es una gran hazaña.
Por eso aquí podemos decir -repitiendo la definición de Richard G. en su cuenta de Substack- que Kirk era "un agitador racista que hizo carrera promoviendo el resentimiento, profundizando las divisiones, y envenenando lo poco que quedaba de debate honesto en la política. Sus palabras y acciones causaron daño a mucha gente, y él eligió operar de mala fe, aprovechando el odio para enriquecerse y hacerse influyente".
Para dar una prueba, baste con mencionar la posición reiterada por él, según la cual la muerte de niños y mujeres en Gaza es culpa de Hamas, no del Estado de Israel, del mismo modo que las muertes de Hiroshima y Nagasaki fueron culpa de Japón, no de EEUU. Como se ve, un auténtico sofista, que mal podía ignorar la responsabilidad que les cabe a los estados en el derecho internacional.
Dedicado especialmente a influir en los jóvenes (de ahí su fundación, en 2012, de "Turning Point USA, con la que se hizo multimillonario) su estilo de debate incluía el constante empleo de este tipo de falsas analogías, pero lo más grave es que -y esto es una imperdonable deshonestidad para un polemista- jamás reconocía un error.
Izquierda.
Por supuesto, el presidente Donald Trump -para quien Kirk representaba un aliado valioso- salió inmediatamente, mucho antes de conocerse la identidad del supuesto autor del atentado, a atribuir el hecho a "la izquierda", a la que responsabilizó además por la violencia política que contamina la vida pública norteamericana. Esta idea fue replicada, aquí, por la cotorra de Olivos, que la semana entrante volverá a intentar que lo reciban en la Casa Blanca. Buena suerte con eso, $Libraman.
Esta acusación genérica a "la izquierda" es, desde luego, una mentira flagrante. Si nos llevamos por las cuentas que saca Paul Krugman -y uno tiende a respetar los números de un Premio Nobel de Economía-, la verdad es que, computando las 429 muertes motivadas por extremismo político en la última década en EEUU, el 76% fueron provocadas por grupos de ultraderecha, 18% por islamistas domésticos, y sólo el 4% por extremistas de izquierda. Y este último concepto incluye a grupos diversos como los anarquistas y los nacionalistas negros.
Pero, claro, en esta Casa Blanca importan poco la verdad o los números: sólo vale lo que coincida con la voluntad del líder.
Derecha.
Bien pensado, hay bases filosóficas para estas estadísticas. Y es que, en el corazón mismo del pensamiento de ultraderecha está la idea -hasta el deseo- de la muerte. Al fin y al cabo, ¿quiénes crearon al fascismo y el nazismo del siglo XX? Los mutilados físicos y mentales que dejó la Primera Guerra Mundial. Los que perdieron la guerra, y al mismo tiempo perdieron toda noción de la paz.
Hay una sola cosa que amalgama a esta coalición heterogénea de la nueva derecha, que incluye a marginales sobremedicados, millonarios alucinados, fascistas trasnochados, célibes involuntarios y pedófilos disfrazados: es el nihilismo, la convicción de que no hay futuro posible, y que por tanto, ni vale la pena hacer algo por el prójimo, ni -mucho menos- por cambiar el mundo. Ese nihilismo explica la obsesión de Elon Musk por conquistar Marte, o de otros millonarios en construirse búnkeres de sobrevivencia. Incluye el desprecio por la ciencia, que hasta ahora fue el motor del progreso humano, y como subproducto, la negación del cambio climático que amenaza transformar al planeta en inhabitable.
Y explica, también, el desprecio del Estado, que, como expresión del racionalismo y del imperio de la ley, se interpone en la pulsión caótica y necrófila de la derecha. Aunque, claro, en esto ni se les puede conceder la presunción de honestidad, porque lo primero que hacen, en cuanto tienen algo de poder, es colgarse de la teta de lo público para beneficio propio.
Charlie Kirk era un fiel representante de esta derecha necrófila. En sus discursos solía proponer, para "algunas personas", las ejecuciones públicas y sumarias, televisadas, y hasta con publicidad en las pausas. Irónicamente, estaba describiendo su propio fin.
PETRONIO
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