Lunes 29 de abril 2024

Las venas abiertas del África mediterránea

Redacción 14/09/2023 - 08.28.hs

En menos de una semana, dos países sufrieron la pérdida de miles de vidas, producto de catástrofes naturales, pero por sobre todo, de la ausencia de medidas adecuadas de prevención y rescate por parte de los gobiernos.

 

JOSE ALBARRACIN

 

Por si fuera necesario otro argumento en favor del rol del Estado en promover el bienestar de las poblaciones, y de la necesidad de combatir toda forma de imperialismo y colonialismo, ahí están los casos de Marruecos y Libia, dos países del África mediterránea que en menos de una semana sufrieron la pérdida de miles de vidas, producto de catástrofes naturales, pero por sobre todo, de la ausencia de medidas adecuadas de prevención y rescate por parte de los gobiernos. Dos países que Europa considera claves en la contención de la continua migración de africanos hacia el viejo continente, que, no obstante, de momento se ha quedado en las declaraciones y promesas de ayuda humanitaria. El rol de auxilio más importante lo están cumpliendo Turquía y los Emiratos Árabes, cuyos equipos de rescate estuvieron de inmediato en las zonas de desastre.

 

Desastre.

 

En Marruecos, el terremoto del pasado viernes a la noche dejó un saldo provisorio de casi 3.000 muertos. La zona afectada fue amplia, y las aldeas más alejadas de las grandes metrópolis no fueron asistidas sino días después, cuando las tareas de rescate de sobrevivientes entre los escombros ya eran inútiles. A todo esto, el todopoderoso Rey Mohamed VI -jefe no sólo de las fuerzas armadas, sino también de la religión musulmana- estaba en París, donde pasa casi todo su tiempo. Envió un comunicado de consuelo, como si fuera un pariente lejano, y ni siquiera se dirigió a su pueblo en un discurso.

 

Como quiera, al menos en Marruecos pueden alegar -aún cuando su infraestructura estatal sea inadecuada- que los terremotos son imposibles de prever. No es el caso de Libia: la tormenta Daniel, responsable de la catástrofe, no sólo era predecible como fenómeno climático, sino que ya había estado haciendo desastres en la costa norte del Mediterráneo, particularmente en Grecia y Bulgaria, donde murieron decenas de personas a consecuencia de las inundaciones.

 

En un doble golpe que recuerda un poco el caso de New Orleans cuando el huracán Katrina, el problema es que la tormenta no sólo inundó por sí misma, sino que además provocó la ruptura de dos diques de contención en la ciudad oriental de Derna, donde murieron 5.200 personas -número que se espera que crezca en los próximos días- la desaparición de más de 10.000, y el desplazamiento de varios miles más.

 

Derna.

 

Con poco más de 100.000 habitantes -casi el tamaño de Santa Rosa- esa ciudad costera fue testigo de escenas dantescas: el agua de las presas arrasó barrios enteros, y hasta edificios de gran altura colapsaron en el lodo, enterrando a sus habitantes. Para colmo de males, la ciudad está enclavada en la parte este del país, que no está bajo el control del gobierno internacionalmente reconocido -con sede en Trípoli- sino de una milicia disidente.

 

Cuando hace una década atrás estalló la así llamada "primavera árabe", Libia era, sin duda alguna, el país con mejor calidad de vida de toda África. O, para ponerlo en términos técnicos, su "índice de desarrollo humano" medido por Naciones Unidas, era equivalente a países como el Uruguay, por ejemplo.

 

Aquella guerra civil, fogoneada indisimuladamente por EEUU y Europa, vino a acabar con el gobierno de Muammar Kadafi, quien fue vilmente ejecutado en las calles de Trípoli. Podrá decirse cualquier cosa de ese líder político, pero lo cierto es que bajo su gobierno los ingentes fondos provenientes de la explotación petrolera fueron invertidos, en cantidades significativas, en el bienestar de su población. De hecho, los dos diques que colapsaron en Derna, formaban parte de una enorme red de presas y canales que surcaban casi todo el territorio nacional, como parte de un ambicioso proyecto de poblar todo el territorio y transformar al desierto en tierras cultivables.

 

Guerra.

 

Desde la caída de Kadafi, Libia ha vivido en un estado permanente de guerra civil, con varias facciones armadas luchando por el predominio. A eso se agrega el accionar de grupos de mercenarios que trafican con las migraciones provenientes de la región sub-sahariana, muchos de cuyos integrantes terminan pereciendo en el Mediterráneo al naufragar las precarias embarcaciones en las que los hacinan. Lo cual ocurre ante la mirada impasiva -a veces hasta burlona- de las autoridades de países como Italia y Francia, que hasta incluso penalizan a los grupos humanitarios que rescatan a esos migrantes de una muerte casi segura.

 

De más está decir que durante esta década no se produjo ninguna inversión significativa en infraestructura, y de hecho, aquel monumental proyecto hidrológico fue abandonado, por lo que no es raro que los diques comiencen a colapsar. Otro tanto ocurrió con la red de rutas, cuyo colapso complicó aún más la llegada de los equipos de rescate a la ciudad siniestrada.

 

La gravedad de esta tormenta está directamente relacionada con el calentamiento global, otro regalo del mundo desarrollado a los países en desarrollo, y en particular, a los africanos, sus vecinos del sur. Un proceso que, por otra parte, sólo tiende a agravarse, y más en un país como Libia, el grueso de cuya población vive en el litoral marítimo o en las riberas de ríos, con el contante peligro de inundaciones.

 

Derna, construida sobre las ruinas de una colonia de la Grecia clásica, era conocida por sus playas, su cultura, su poesía y su teatro. Hoy, una combinación de crisis climática, desgobierno y guerras internas fogoneadas -principalmente- por EEUU, la han reducido a ruinas. Mientras tanto, lo único que sigue funcionando a la perfección es la extracción de petróleo.

 

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