Viernes 20 de junio 2025

Morir lejos del pago

Redacción 27/04/2025 - 10.10.hs

Durante toda la semana fue casi imposible abstraerse del duelo colectivo por la muerte del Papa Francisco. En lo que probablemente haya sido uno de sus mayores logros, el fenómeno afectó no sólo a los católicos: muchas personas de otros credos, incluso ateos y agnósticos, participaron con seriedad y empatía de esta despedida a quien ha sido calificado como "el argentino más grande de la historia". Entre otras cosas, porque cuesta imaginarse quién podrá ocupar el lugar de este hombre, cuya voz poderosa abogaba por los marginados, los pobres, los migrantes y los ancianos desvalidos, en una época en que los líderes mundiales parecen competir a ver quién es el más canalla.

 

Argentino.

 

Aunque su mensaje como pontífice apuntó siempre a la unidad y la concordia, su condición de argentino jamás le permitió estar ajeno a las tensiones y divisiones endémicas en la vida nacional. Habían pasado unas pocas horas de su muerte, cuando comenzó a viralizarse nuevamente aquel texto que escribiera Horacio Verbitsky doce años atrás, cuando estaba por realizarse el cónclave que terminaría eligiendo como papa a Bergoglio, en el que lo acusaba de actos de complicidad con la dictadura de 1976-1983.

 

Leyendo aquel "carpetazo" que parecía destinado a dificultar el ascenso del cardenal argentino al sillón de San Pedro, resulta evidente que la principal profecía que proponía -la de que el nuevo Papa se ocuparía de promover la impunidad de los militares argentinos juzgados por delitos de lesa humanidad- jamás se verificó.

 

Pero el episodio sirve para ilustrar un vicio nacional, el de buscar el triunfo sólo para transformarlo en un nuevo fracaso, lo cual funciona muy bien para un héroe de tragedia griega clásica, pero resulta nefasto cuando de construir un país se trata.

 

Final.

 

Entre las tantas cosas que esta muerte vino a cerrar definitivamente, hay una que podrá parecer banal, pero que pinta de cuerpo entero el carácter argentino: ahora sabemos con certeza que el Papa Francisco nunca volverá a visitar su país natal, ese que dejó en 2013 para asistir al cónclave que elegiría al sucesor de Benedicto XVI.

 

Hay mucho argentino enojado, incluso entre los católicos, por este aparente desaire. Después de todo, en sus 12 años como pontífice había visitado un total de 68 países, incluyendo casi todos los limítrofes con Argentina:  Brasil, Paraguay, Bolivia y Chile. Él nunca dio una explicación frontal para esta ausencia, de hecho insistía en que no había una negativa de su parte a visitar el país. Pero invariablemente se interpretó su actitud como una forma de evitar participar de la llamada "grieta" que divide a la política argentina.

 

Ello no le impidió participar de los debates nacionales, lo que le valió una relación no muy fluida con los distintos presidentes con los que le tocó coexistir. A Cristina Fernandez le reprochó la ley de matrimonio igualitario. A Mauricio Macri, sus políticas regresivas en materia social. A Alberto Fernandez, la ley que despenalizó el aborto. Y con Javier Milei -que lo insultó de todas las formas posibles, llamándolo "imbécil" y "representante del maligno en la tierra"- tenía una distancia existencial: ya cuando apareció en el horizonte político se permitió advertirle a los argentinos que tuvieran cuidado con los "candidatos sin historia".

 

Nada de esto le impidió recibir amablemente a todos los presidentes argentinos, incluso a este último, que en un giro copernicano terminó elogiando a Francisco por "su bondad y sabiduría", y concurriendo a Roma con una nutrida comitiva oficial -a no dudarlo, impulsada por la tilinguería- con tanta suerte que, en un clásico fallido freudeano, llegaron tarde a despedirse del muerto en la Basílica de San Pedro.

 

Lejos.

 

No ha faltado quien trace un paralelo entre esta muerte lejana y la de otro gran argentino que también vivió sus últimos años en el extranjero, José de San Martín. Y la similitud no puede ser mayor, ya que fue precisamente el rechazo a las luchas fratricidas a las que los argentinos nos dedicamos con tanta pasión, lo que mantuvo al padre de la patria lejos de ésta durante su último cuarto de siglo de vida.

 

Se fue inicialmente, como él explicó sin eufemismos, porque no quería participar de las guerras civiles internas, y en particular, porque se negó a reprimir a los caudillos del interior. Esto le valió que el canalla de Bernardino Rivadavia le negara autorización para volver a Buenos Aires -donde su esposa estaba agonizando- pretextando que "no podía garantizar su seguridad".

 

Para agregarle mayor dramatismo, hubo un intento de regresar, en 1829, que sólo llegó hasta el puerto de Buenos Aires, con San Martín quedándose a bordo para no presenciar la anarquía reinante (su ex subordinado, Juan de Lavalle, acababa de derrocar y fusilar al gobernador Manuel Dorrego).

 

En realidad, la lista podría engrosarse con otros nombres notables, como el de Jorge Luis Borges, otro enamorado de Buenos Aires ("no nos une el amor, sino el espanto") que sin embargo eligió a Suiza para vivir sus últimos días y para ser enterrado.

 

Alguien dijo que de haber venido el Papa Francisco se hubiera desatado una fiesta popular similar a la que se dio con la obtención del Mundial de fútbol en 2022, y que los argentinos nos merecíamos una alegría así. Puede ser. Pero a lo mejor lo que deberíamos buscar, en lugar de esos momentos excepcionales, es la práctica del amor al prójimo, y aprender a dialogar como adultos.

 

PETRONIO

 

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