Otra guerra preventiva
Israel empieza contra Irán una nueva guerra, desafiando el derecho internacional y poniendo en riesgo a la población civil.
Aleardo Laría Rajneri
Israel ha iniciado otra guerra preventiva, esta vez contra Irán. Es la octava guerra en la que interviene Israel desde la declaración de su independencia en 1948, sin contar las numerosas operaciones puntuales realizadas en la región. En este caso, el argumento es que Irán está en condiciones de reunir material radiactivo enriquecido suficiente para construir una bomba atómica. Netanyahu lleva treinta años anunciando que Irán está a punto de conseguir una bomba nuclear. Mientras tanto, Israel, que según el Instituto de Estocolmo posee 90 cabezas nucleares, no ha firmado el Tratado de No Proliferación y no permite las inspecciones de la Agencia Internacional de Energía Atómica. De modo que todo apunta a que estamos ante una guerra preventiva similar a la que en 2003 provocó la destrucción de Irak con el argumento de que Sadam Hussein era poseedor de “armas de destrucción masiva”. Luego se comprobó que era una mera argucia ideada por el grupo de halcones neoconservadores que rodeaban al Presidente de Estados Unidos George W. Bush, y que actuaban, según denunciaran luego los profesores norteamericanos John J. Mearsheimer y Stephen M. Walt en el libro El lobby israelí (Taurus), a instancias del poderoso lobby que en Estados Unidos defiende a Israel y al sueño de transformación de Medio Oriente. El ministro de Defensa del Estado israelí, Katz, aseguró recientemente que el líder supremo de la República Islámica es “el Hitler moderno” y “no puede seguir existiendo”. Dijo textualmente que “evitar la existencia de Jamenei, el Hitler moderno, es uno de los objetivos de la operación”, reconociendo implícitamente que el objetivo final de Israel es conseguir un cambio de régimen en Irán. Según el periodista de Haaretz, Gideon Levy, el cambio de régimen en Vietnam, Afganistán, Irak, Libia, Siria, Líbano e Irán ha sido siempre la fantasía de los Estados Unidos, vana ilusión que al final solo ha conseguido provocar millones de muertes de civiles inocentes.
La guerra de Irak.
En el año 2003, los Estados Unidos con el apoyo del Reino Unido, Australia y una coalición de algunos otros países europeos pertenecientes a la OTAN (España, Polonia, Dinamarca y Holanda) lanzaron la guerra contra Irak, acusando falsamente al régimen de Sadam Hussein de poseer armas de destrucción masiva. El gobierno iraquí se había desprendido del arsenal bacteriológico bajo control de la ONU y no poseía capacidad nuclear alguna, pero eso no le sirvió de nada. El proclamado objetivo estratégico de la invasión era crear un régimen pro estadounidense en Bagdad, para lo cual buscaron aterrorizar a la población lanzando una operación de destrucción de infraestructuras que no dudaron en denominar shock and awe (conmoción y pavor). En esta guerra, Estados Unidos no pudo contar con el apoyo explícito de la OTAN por la negativa de Alemania y Francia de sumarse a la intervención militar norteamericana. Para los profesores Mearsheimer y Walt, “la guerra se debió, al menos en parte, a un deseo de aumentar la seguridad de Israel”. A mediados de mayo de 2002, Simón Peres, que entonces era ministro de Asuntos Exteriores de Israel, afirmó ante las cámaras de la CNN: “Sadam Hussein es tan peligroso como Bin Laden y Estados Unidos no puede sentarse a esperar que el líder iraquí acumule un arsenal nuclear”.
Derecho.
Los últimos acontecimientos internacionales marcan un enorme retroceso en los esfuerzos que desde la II Guerra Mundial han buscado alcanzar la paz por medio del derecho. Por este motivo resulta oportuno rescatar un breve opúsculo que, bajo el título de La paz por medio del derecho, escribió Hans Kelsen hace 81 años, en junio de 1944. Kelsen había nacido en Praga en 1881 en el seno de una familia de origen judío. Cursó sus estudios en Viena, donde obtuvo el acceso a una cátedra de Derecho Público y por este motivo participó en la redacción de la nueva Constitución austríaca de 1920 y luego fue nombrado magistrado vitalicio en el Tribunal Constitucional creado por esa constitución. Fue convocado por la Universidad de Colonia para hacerse cargo de la cátedra de Derecho Internacional y expulsado en 1933 por su ascendencia judía. Se trasladó a Estados Unidos, donde finalmente se hizo cargo de una cátedra de Derecho Internacional en la Universidad de Berkeley, California, hasta su deceso en 1973.
Las ideas de Kelsen en el opúsculo que escribiera cuando estaba finalizando la II Gran Guerra se limitan a ofrecer un diseño para una Liga Permanente para el Mantenimiento de la Paz que vendría a sustituir a la Liga de las Naciones. En esta nueva estructura resultaba clave la existencia de un tribunal internacional que pudiera resolver los conflictos entre naciones soberanas evitando acudir al uso de la guerra. Para Kelsen, la guerra no es más que un asesinato en masa y asegurar la paz mundial marca la tarea más importante de la humanidad porque consideraba que era posible pacificar las relaciones internacionales utilizando el derecho. Para alcanzar este objetivo resultaba esencial erradicar la idea de soberanía de los Estados, que era una gran lacra para el progreso jurídico. La paz garantizada por el derecho no era una situación de ausencia del uso de la fuerza, sino que, al igual que en los Estados modernos, el monopolio de la violencia quedaba en manos de una comunidad jurídica que se pronunciaba a través de las decisiones de un tribunal internacional. Siguiendo los presupuestos kantianos, para Kelsen la humanidad debía avanzar hacia la construcción de una sociedad jurídica de una forma similar a la que se había alcanzado al abandonar el estado de naturaleza cuando surgieron los Estados. La segunda etapa era salir del estado de naturaleza en que se encuentran los Estados, para constituir una sociedad jurídica universal, el auténtico y verdadero fin último de la historia.
En tiempos de tribulaciones, donde el derecho internacional parece avasallado e impotente para detener un genocidio y evitar nuevas guerras; cuando las democracias crujen aplastadas por líderes mesiánicos, es necesario refugiarse en las enseñanzas de los escritores humanistas hebreos como Hans Kelsen, Hannah Arendt o Martín Buber, para mantener viva la idea de que otro mundo es posible. (Extractado de El Cohete a la Luna)
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