Un artesano de la luz
La imagen, en blanco y negro, retrata decenas de hombres jóvenes, apenas vestidos con remeras y pantalones cortos, cargando enormes bolsas de tierra: algunos de ellos están subiendo ya su carga por las escaleras improvisadas en las paredes del enorme socavón. En esta mina de oro del estado amazónico de Pará, los mineros parecen indistinguibles de la tierra, y el enorme hueco en el que laboran parece una enorme olla de feixoada. Sin embargo, en el costado derecho inferior, uno de ellos mira a la cámara: un rostro africano, de una profunda tristeza, interpela al observador. No se sabe si el mensaje es una acusación al burgués que, desde la otra punta del mundo, observa la fotografía como un hecho estético (que vaya si lo es). Ese es, en términos de Roland Barthes, el "punctum" de la fotografía, el lugar donde el campo indistinguible de la imagen se clava, como un alfiler, en la conciencia del que mira.
Mil palabras
La foto data de principios de los años '80, cuando su autor, Sebastião Salgado, había saltado a la fama internacional como fotoperiodista, tras su excepcional labor retratando el atentado que casi le cuesta la vida al presidente norteamericano Ronald Reagan en 1981. Salgado -que acaba de fallecer en París, a los 81 años, como consecuencia de una leucemia- había abandonado una promisoria carrera como economista del Banco Mundial, para dedicarse al fotoperiodismo, en particular, en los lugares más pobres del mundo, donde los seres humanos y el medio ambiente están siendo triturados por la ambición capitalista.
Fue precisamente en uno de sus viajes a África, como funcionario del BM, que este brasileño nacido en la zona rural de Minas Gerais descubrió no sólo su vocación por la fotografía, sino también el tema central que desarrollaría, heroicamente, en toda su obra vital.
Esos ojos claros que observaban, debajo de unas cejas tupidas y un ceño casi siempre fruncido, hicieron más que mil palabras por la concientización acerca de los padecimientos de los pobres, los migrantes y los ámbitos naturales. De hecho, Salgado era de pocas palabras, y ni se molestaba en denunciar verbalmente al neoliberalismo que imperó, impune, durante toda su vida activa. Sus fotografías lo decían todo.
Objeción
La prueba de lo efectiva que era su denuncia la dan los continuos ataques que sufrió durante su vida, particularmente, cuando se lo acusaba de explotar a los pobres que retrataba, e incluso de romantizar a la pobreza con sus imágenes espectacularmente bellas. Su respuesta al respecto no podía ser menos contundente: "¿Por qué el mundo de la pobreza debería ser más feo que el de la abundancia? La luz es la misma allá. La dignidad es la misma".
Debería darles vergüenza a los detractores de este hombre extraordinario, que recorrió más de 150 países con su cámara, retratando las hambrunas de Etiopía, los gigantes desplazamientos humanos en Tanzania, los bomberos intentando apagar los pozos de petróleo en llamas de Kuwait.
Y es que Salgado no sólo entregó su mirada. También puso su cuerpo en la línea de fuego, arriesgándose constantemente en la persecución de esas imágenes portentosas. De hecho, la enfermedad que se lo llevó, finalmente, fue una de las consecuencias de la malaria que se contagió en una de sus campañas por el Asia.
Filme
La mejor introducción a la vida y obra de este gigante de nuestro tiempo la da un filme titulado, acertadamente, "La sal de la tierra". Esa es la expresión con que la Biblia se refiere a los pobres del mundo, pero también debe señalarse que el apellido de Sebastião se traduce del portugués, precisamente, como "salado". La película, dirigida por el alemán Wim Wenders ("París, Texas", "Las alas del deseo", "Días perfectos") hasta poco estaba disponible en Netflix: ahora puede verse en Youtube.
En realidad, la obra de Salgado evoca más bien a otro director alemán, Werner Herzog, también obsesionado por la colosal aventura humana en su choque con la naturaleza más extrema. Su obra filmada en Argentina, "Grito de piedra", bien podría haber sido fotografiada por el artista brasileño (aunque cabe aclarar, que él mismo no calificaba a su trabajo como arte).
Wenders hace un trabajo muy bueno, considerando que sus limitaciones ideológicas podrían haberle jugado una mala pasada (acaba de publicar un minidocumental, en el cual sostiene la absurda tesis de que la Segunda Guerra Mundial no acabó con la entrada de las tropas soviéticas en Berlín, reflejando así el pánico de Europa ante lo que perciben como la "amenaza rusa").
Uno podría volver a lamentarse de la mala puntería que tiene, últimamente, la parca. Pero cuando se aprecia la obra completa de Salgado, queda una sensación de enorme agradecimiento por esta vida excepcional de entrega y belleza. Tiene la inmortalidad ganada, aunque más no fuere, por haber rescatado la mirada de ese minero al fondo de un socavón en el Amazonas. Esos ojos tienen más humanidad que todo el staff completo del Banco Mundial.
PETRONIO
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