Martes 23 de abril 2024

Un dejo de decepción

Redacción 26/12/2021 - 00.32.hs

Todos los años se arma el mismo debate con la Navidad. Que es una fiesta importada, que el menú es de invierno, que en realidad en el hemisferio sur deberíamos festejarla en junio... y terminamos dándole a los turrones y el pan dulce, no sin un dejo melancólico por la silueta perdida. Al fin y al cabo, también los cristianos son importados en estas tierras. Y, no vaya a creer, hasta la gente paisana es importada, bien que se vinieron a pata después de cruzar el estrecho de Behring hasta bajar desde Alaska hasta Tierra del Fuego, justamente llamada, entonces, el tujes del mundo. El destino final de la humanidad: vaya decepción.

 

Origen.

 

Y tampoco eran de ahí, de las rusias que les llaman ahora (Rusia, en realidad, no existe como tal desde hace mucho más que unos 1.100 años) ya que los homínidos veníamos migrando desde el otro sur, el de África, donde nacimos como especie. Y, por supuesto, antes de eso habíamos migrado desde el mar, que es donde en verdad comenzó la vida. Como bien dijo el viejo Empédocles de Agrigento (que tuvo la suerte de no conocer la Navidad, sino su antecesora fiesta pagana del año nuevo) "yo ya fui en un tiempo niño y niña, y árbol y ave, y mudo pez en el mar".

 

La cuestión es que vinimos a parar a este confín del mundo, que resultó ser no otra cosa que un viejo mar, como lo prueban los fósiles, pero como lo demuestra de manera mucho más convincente la poesía, más precisamente la de nuestro Ricardo Nervi, cuyo "La Pampa es un viejo mar" acaba de ser declarada canción provincial por la Legislatura.

 

Y una vez más concluye un año y estamos aquí, náufragos que nunca llegamos a zarpar, melancólicos de glorias que nunca tuvimos, repitiéndonos que así no va, que tenemos que irnos de aquí, y sin embargo nos quedamos. A veces hasta sonreímos, mientras por detrás suena un bandoneón quejoso.

 

Creer.

 

Y eso que ni siquiera comenzamos a internarnos en el aspecto religioso de la cuestión. Ni siquiera hemos comenzado a recordar lo bizarra que es toda esta narrativa detrás de la Navidad, con ese dios que decide hacerse hombre, y que, aún pudiendo operar el milagro de, por lo menos, aparecerse ya crecidito y autónomo, opta, por el contrario, por nacer del vientre de una virgen, como un bebé normal, de esos que requieren cambio de pañales (¿habría pañales 2021 años atrás? En cualquier caso requería algún sistema de higiene del tujes, muy poco digno para una deidad).

 

De pronto, y con los tiempos pandémicos que corren, se ha hecho violentamente evidente lo importantes que son las creencias de la gente. Hoy ya sabemos, por ejemplo, que los negacionistas de las vacunas son impermeables, y que no habrá razón científica ni apelación a la empatía que los convenza de deponer su actitud. Si hasta (de todas las personas) el propio Papa salió a pedirles que por favor se vacunen. Tuvo más o menos el mismo éxito que cuando les pide que no forniquen.

 

Por estos días se mencionó el caso del serbio Djokovic, número uno del tenis mundial, que anunció su no concurrencia al Abierto de Australia, para evitar someterse a la vacuna obligatoria que han impuesto las autoridades de ese torneo. El tipo que este año estuvo a punto de ganar el Grand Slam, renuncia, por sus creencias, a uno de los torneos más importantes, que lo tiene como ganador frecuente.

 

Al menos esa actitud representa un acto de coherencia y dignidad. No como los antivacunas que ahora se oponen también a la implantación del pase sanitario. Quieren la libertad de ser contagiables y contagiadores, pero no aceptan ninguna restricción social: quieren la chancha y la máquina de hacer chorizos... y de paso hacer todo el daño posible, lo sepan o no.

 

Evolución.

 

Unos párrafos atrás mencionamos esto de que la vida surgió en el mar, y de allí evolucionó hasta las formas biológicas actuales. Esta vieja teoría de nuestro visitante Charles Darwin está en el centro de todos los debates en círculos religiosos. Por supuesto, hace rato que no deberíamos llamarla "teoría", ya que la cantidad de evidencia científica que la respalda es abrumadora.

 

De hecho, el amigo Coronavirus no está haciendo otra cosa que tirarnos por la cara, muy ufano, su espectacular capacidad evolutiva y adaptativa. Estamos viendo, en vivo y en directo, cómo funciona la evolución. Cuando una cepa del virus se aburre de su predominio, o cuando ya no queda territorio fértil para su multiplicación, simplemente muta -de Delta a Omicron, por ejemplo- y así todo el juego vuelve a empezar. A lo mejor, cuando nace una nueva variante, los virus tienen su propia Navidad.

 

Sin embargo, ahí están los creacionistas hablando del diseño inteligente, que incluye cosas como por ejemplo, haber creado Dios a la mujer a partir de una costilla del hombre (un procedimiento que, a más de sonar a patriarcado, no impresiona mucho por su inteligencia).

 

No es raro que nuestros festejos de fin de año estén teñidos con un aire de decepción. Como la que debe estar experimentando el lector, ya en el último párrafo, con esta columna dominical algo diletante. Pero qué pretendía, con todos los saladitos que engulló el cronista esta Navidad.

 

PETRONIO

 

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