Sabado 20 de abril 2024

Un recuerdo permanente

Redacción 12/08/2022 - 08.21.hs

El 6 de agosto de 1945 un avión estadounidense arrojó sobre la ciudad japonesa de Hiroshima la primera bomba atómica utilizada en guerra. Hiroshima era una suerte de ciudad abierta y la explosión -la más grande de las provocadas hasta entonces por el ser humano- provocó alrededor de 100 mil muertos en forma instantánea y un número no del todo determinado posterior por los afectados de radiaciones.

 

Más allá de las estremecedoras canciones, fotografías, poemas, novelas y filmes que generó tan horrendo hecho, estuvo el contrasentido de que el avión portador de la bomba llevaba el nombre de Enola Gay, en recuerdo de la madre de uno de los tripulantes. Durante muchos años se difundió la especie de que el jefe de la misión, presa del remordimiento, se convirtió en monje trapense, pero al parecer la noticia fue una suerte de leyenda urbana de origen desconocido.

 

Sin embargo en la actualidad, a 77 años de la hecatombe, no son muchos los que recuerdan que apenas tres días después los estadounidenses arrojaron una segunda bomba sobre otra ciudad japonesa: Nagasaki. Para esta segunda oportunidad el dudoso humor norteamericano denominó al artefacto nuclear como "Fat man", algo así como "hombre gordo"; esta vez el saldo fue menor: "apenas" unos cuarenta mil muertos. A tantos años de distancia ver el análisis de las razones bélicas con que se justificó el bombardeo descorazona a cualquier espíritu sensible, máxime con el escaso consuelo de que en el espíritu bélico y expansionista de los militares japoneses, de haber alcanzado la bomba, cabía la concreción de un acto similar. Lo cierto es que ambos estallidos empleados sobre la población civil convirtieron a los Estados Unidos en "el mayor país terrorista del planeta". Son palabras de Noam Chomsky, uno de los más respetados analistas y filósofos de aquella nación.

 

En la recordación del hecho, junto con el sentimiento y finura que destaca a los japoneses, al minuto del estallido conmemoraron la fecha con flores y agua (en recuerdo de los que murieron sedientos quemados por la radiactividad). En lo estrictamente político, las autoridades japonesas reivindicaron el tratado sobre la No Proliferación de Armas Nucleares, que entró en vigor medio siglo atrás y que parece debilitarse en la actualidad. Japón, dijo el Primer Ministro allí presente, "trabajará por un mundo sin armas atómicas. No importa lo difícil que sea". En esa elocuencia estaban contenidos los centenares de miles de muertos, sumados los de ambas ciudades bombardeadas.

 

Entre los concurrentes al acto latió también el temor por un mundo sometido a las armas nucleares. Los motivos sobran, solamente con Ucrania y Taiwán para comenzar. Además, muy lejos quedó aquella ingenuidad de un Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas donde sólo tuvieran poder de veto las naciones poseedoras de armas atómicas, por ese entonces los Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y la Unión Soviética. Al menos, una media docena más ya tiene la bomba, o está a punto de tenerla. Cualquier inicio de hostilidades con estas armas sería lisa y llanamente el fin del planeta como entidad de vida.

 

Hiroshima y Nagasaki son un recuerdo permanente de esa horrible posibilidad.

 

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