Martes 23 de abril 2024

La violencia estética en la Argentina

Redacción 10/05/2022 - 08.17.hs

El país es el segundo en el mundo que más presión ejerce sobre la estética, especialmente hacia las mujeres. Es un tipo de violencia machista que ha resultado invisibilizado.

 

VICTORIA SANTESTEBAN*

 

El mandato de belleza hegemónica, centrado principalmente en la delgadez, opera de manera más intensa en nuestro país: conforme los estudios de Mervat Nasser-especialista en psiquiatría- dados a conocer por Aluba -Asociación de Lucha contra la Bulimia y la Anorexia- Argentina ocupa el segundo lugar en el mundo -el podio fue para Japón- en el que las presiones estéticas resultan agobiantes. Así es como resultamos punteros entre los países con más casos de trastornos (o padecimientos) de la conducta alimentaria.

 

Estadísticamente además, una de cada tres jóvenes en Argentina se encuentra disconforme con su imagen. Las exigencias estéticas direccionadas a la dimensión corporal se manifiestan cotidianamente hasta esparcirse en todos los ámbitos de la vida: en probadores pequeñitos en los que el talle "más grande" no entra y el talle requerido no existe, en entrevistas laborales en las que la idoneidad pasa a segundo plano para exaltar la delgadez como requisito excluyente -como sucedió la semana pasada con una aspirante a azafata- , en boliches que bajo un presunto derecho de admisión discriminan denegando el acceso a quienes no se ajustan a una corporalidad blanca, joven y de pocos kilos.

 

La presión por un cuerpo delgado -también joven y blanco- es ejercida con mayor intensidad hacia mujeres e identidades feminizadas, constituyéndose como otro tipo de violencia machista: la violencia estética.

 

Violencia invisibilizada.

 

En 2012, la socióloga venezolana Esther Pineda publica el concepto de violencia estética como un tipo de violencia machista que enfrentamos mujeres de todo el mundo y que ha sido invisibilizada, incluso por ciertos feminismos. La autora de "Bellas para Morir - Estereotipos de Género y Violencia Estética contra las Mujeres" define a este tipo de violencia como aquella "presión social que tiene consecuencias físicas y psicológicas en las mujeres y que se fundamenta sobre la base de cuatro premisas: el sexismo, la gerontofobia, el racismo y la gordofobia". Pineda explica que desde nuestros primeros años somos socializadas en la idea de la belleza como referencia y obligación para demostrar la femineidad.

 

De allí que nuestra identidad comience a forjarse a partir de estos mandatos que nos atraviesan hasta instalar que el amor propio depende de cuán cerca estemos de ese ideal hegemónico, que nuestra felicidad viene con los números pluma de la balanza y que nuestro empoderamiento es funcional a la obediencia a rajatablas de estas correspondencias de lo considerado bello.

 

Leyes.

 

La ley 26.396 de Prevención y Control de Trastornos Alimentarios, la ley de Talles 27.521, la ley 26.485 de Protección Integral hacia las Mujeres junto con la Convención CEDAW de eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer y Belém Do Pará para la prevención, sanción y erradicación de la violencia de género constituyen el plexo normativo vigente en nuestro país -y por cierto, de avanzada- para hacer frente a la violencia estética, entre otras.

 

Instituciones como el Inadi y la Defensoría del Público de Servicios de Comunicación Audiovisual son ejemplos del trabajo específico de aplicación de esta normativa en relación a la prevención y neutralización de conductas gordo-odiantes, para machacar contra las directrices discriminatorias propias de una cultura patriarcal todavía arraigadísima, que pone valor y fecha de caducidad a los cuerpos de mujeres e identidades feminizadas.

 

No obstante esos esfuerzos políticos y legislativos, la cosificación feroz permanece enquistada y se refuerza con mensajes diseminados a lo largo y ancho del país. En publicidades, en aplicaciones photoshopeantes para manipular la propia imagen, en la industria cosmética que se enriquece y nos empobrece aún más de lo que estamos. Estos mensajes se apropian de discursos de amor propio para hambrearnos en nombre del empoderamiento, la salud, la autorrealización y la felicidad. Para pasar inadvertidos, para camuflar su naturaleza violenta, se aggiornan y edulcoran, subestimando nuestra capacidad para detectar la estrategia patriarcal de querernos tristes en cuerpos que no habitemos del todo.

 

Poder.

 

En un país en el que de 10 personas, 7 manifiestan tener problemas a la hora de comprar ropa y calzado, un país que lidera el ranking en trastornos alimenticios, donde se publicita pastillerío engañoso para aplanar panzas y se venden promesas de felicidad en envases cosméticos, donde las medidas del cuerpo condicionan el ejercicio de derechos, donde se insiste en que la aspiración de toda mujer reside en corresponderse con el molde esclavizante, no sorprende el récord histórico de consultas y denuncias en el Inadi por discriminación en 2021. El discurso que privilegia y jerarquiza cuerpos escuálidos, que inseguramente enclenques ocupan poquísimo espacio, es discurso de odio, y en tanto tal, constitucionalmente intolerable.

 

A fuerza de mantras feministas para el verdadero empoderamiento y sororidad valiente que abrace todas las corporalidades, es que se desmantela el absurdo patriarcal de querer reducirnos la vida al peso del cuerpo, para recuperar el amor hacia nosotras mismas.

 

*Abogada, Magíster en Derechos Humanos y Libertades Civiles

 

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