El bosque petrificado en las alturas del parque natural El Chiflón
Los restos fosilizados de árboles extinguidos hace unos 250 millones de años afloran entre piedras y plantas rastreras y espinosas en la cima de uno de los farallones del parque provincial El Chiflón, en el sudeste de La Rioja, entre imponentes y coloridas geoformas un centenar de metros más abajo.
La excursión tiene otros interesantes condimentos, como restos arqueológicos, avistaje de cóndores y diversas vistas panorámicas de una de las zonas más deshabitadas y coloridas de la provincia.
El circuito bosque petrificado es uno de los más recientes de esta reserva natural ubicada en la zona de los "parques de piedra" del complejo Ischigualasto-Talampaya, cuyos principales exponentes son el Valle de la Luna, en San Juan, y el también riojano Parque Nacional Talampaya.
Aunque algún desprevenido puede esperar encontrarse con un grupo de árboles erguidos convertidos en piedras, los bosques petrificados en realidad son restos vegetales convertidos en piedra por un largo proceso de penetración de sílice que reemplazó todo el material orgánico e impidió su descomposición.
Los troncos esparcidos en la zona conservan todos sus detalles, como vetas de la madera y aros de crecimiento, pero basta tocarlos para sentir su pétrea frialdad, levantarlos para comprobar la diferencia de peso o chocar unos a otros para sentir el sonido del roce entre dos piedras.
En el Chiflón, considerado el hermanito menor de Talampaya, todo está poco o recientemente explorado y explotado a nivel turístico, ya que se encuentra en el árido desierto rojizo de los parques geológicos, y hasta este año no había albergue en lo alrededores como para tentar al viajero a dedicarle una jornada a este parque.
Hospedaje.
En marzo se inauguró el único hospedaje en unos 100 kilómetros a la redonda, El Chiflón Posta Pueblo, al que ya llaman "el hotel del desierto", ubicado precisamente entre la solitaria Ruta Nacional 150 y los farallones que encierran la reserva natural.
El sendero para subir al Bosque Petrificado comienza virtualmente en las puertas de las habitaciones y se interna, en una pronunciada subida, entre matorrales que cubre la base del farallón.
Como todo circuito de El Chiflón, se debe ir con guía autorizado, ya que se trata de un trekking de mediana a alta dificultad, entre grandes rocas, barrancos, cardones y otros arbustos, con suelo pedregoso y resbaloso y con grandes escalones en los cuales a veces es necesaria ayuda de un tercero.
El guía también es fundamental para no perderse otros atractivos, como pinturas rupestres, la ubicación de puntos panorámicos aún no señalizados y conocer la variada flora entre la cual se hace el recorrido.
Además de los típicos cardones que pueblan gran parte de los cerros riojanos, a cada paso se puede descubrir alguna especie como claveles del aire entre las espinas de estos; la doca, una enredadera de frutos negros y comestibles; la abundante chica, que de una de las maderas más duras y buenas para leña o el cactus "barba de tigre", cuya presencia es un indicador de pureza ambiental.
Al llegar a la cresta del farallón la dificultad baja, el terreno ya no es empinado sino sólo desparejo y se camina sobre una franja no apta para quien sufra vértigo, entre dos vistosos abismos, con la interminable ruta 150 que atraviesa el desierto rumbo al Valle de la Luna, a sólo 20 kilómetros al sur.
Del otro lado de la ruta está la Peña de los Loros, en cuyos paredones habitan cientos de estas aves cuyo color contrasta con el rosado de las piedras y, algo más cerca, el empinado Mirador de la Torre.
Inmensidad.
La otra inmensidad la constituyen las grandes geoformas de El Chiflón, que se elevan un centenar de metros dentro de la quebrada ubicada a 1.250 metros sobre el nivel del mar, y muestran los colores diversos de los estratos sedimentarios que le dieron forma durante millones de años.
El retorno se hace por dentro, para lo que hay descender a la quebrada por un camino nuevamente escabroso, y con la agradable compañía de algunos cóndores que curiosos controlan todo decenas de metros por arriba de los visitantes.
Ya en el suelo del valle, se podrán observar desde su base las curiosas forma labradas por el viento, el tiempo y el mar que alguna vez cubrió estas montañas, ahora entre las más yermas de La Rioja.
En el camino de salida hay más restos arqueológicos, esta vez numerosos y milenarios morteros hechos en amplias planchas de piedra por los primeros habitantes del lugar.
El guía de Télam en esta recorrido, Hugo Molina, comentó que tantos los petroglifos que se ven en la subida como los morteros -de los cuales también hay algunos en la cima- tienen una antigüedad de entre 850 y 1.000 años, hechos por miembros de la cultura diaguita, que habitaron la zona hasta hace unos 400 años. (Télam)
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