Viernes 01 de agosto 2025

Frases comunes, pero con historia.

Redacción 13/11/2011 - 04.02.hs
Bien se dice que los dichos populares tienen su asidero en la realidad más plena. Son expresiones y palabras que decimos a cada rato. El periodista Héctor Zimmerman reunió una serie de ellas que permiten ubicarlas en "su justo lugar".

La expresión "nobleza obliga", que suele citarse en francés -Noblesse obligue-, tiene un claro sentido ético: quienes gozan de prerrogativas deben ajustarse a reglas más estrictas, que los demás. La frase pertenece a Pedro Gastón de Levis, duque de Francia (1755-1830). Este personaje, que había recibido numerosas heridas combatiendo contra los ingleses, debió emigrar durante la Revolución Francesa. Al regresar a su país se dedicó de lleno a la literatura y, entre otras obras, compuso un libro titulado "Máxima y reflexiones" (1808), donde figura dicha frase, nacida en un encuentro del duque con un poderoso ministro de entonces. En esa reunión el ministro trató a de Levis por su título, señalándole sin embargo que nada lo obligaba a ello. "Aunque mis blasones poco valgan para vos -respondió el duque-, las medallas que llevo en el pecho representan mis títulos. Y esta nobleza obliga...". Con el tiempo, sus palabras cambiaron de sentido. Para nobles y plebeyos valen hoy como un gesto de cortesía. Como afirmación de que la posición crea obligaciones. Que ceder espontáneamente un derecho en beneficio de otros es un rasgo de nobleza.

 

"Estar en la luna de Valencia": Como muchas ciudades de la Edad Media, Valencia estaba rodeada por una muralla en cuya parte exterior había emplazada una fortificación en semicírculo, conocida como luna en términos militares. Al caer el sol, las puertas de la ciudad quedaban cerradas y quien llegaba después debía pasar la noche fuera de ella. No le quedaba otro refugio que el de ese bastión. "Quedarse (o estar) en la luna de Valencia" se convirtió así en equivalente de quedar chasqueado, sin poder cumplir un determinado propósito, con la consiguiente desorientación que ello supone. Existe otra versión del dicho, relacionada con el puerto valenciano. Por la precariedad de su muelle, los barcos debían esperar a que la marea les resultara favorable, lo que sucedía de acuerdo con el régimen lunar. Quien se hallaba en esa situación flotaba sin rumbo hasta que las condiciones fueran apropiadas. Estaba pues sujeto a la luna de Valencia. Una vieja copla popular recoge la frase, sin aclarar su origen: "Me diste cita y, ¡cuidado! / te aguardé con impaciencia / la noche entera he pasado / en la luna de Valencia".

 

El convidado de piedra: Según los diccionarios, el calificativo se aplica "al invitado que permanece silencioso durante una reunión social". Alguien que, entre sorbos y bocados, no va mucho más allá del monosílabo. Su origen se remonta a una vieja leyenda sevillana que inspiró dos obras teatrales de fama universal: "El convidado de piedra", de Tirso de Molina, y "Donjuán Tenorio", de José Zorrilla. El convidado es don Gonzalo de Ulloa, comendador de la orden de Calatrava. Cuando Donjuán le pide la mano de su hija, lo rechaza airadamente. Sintiéndose insultado, el arrepentido libertino da muerte a quien quería por suegro y huye a Sevilla. Al regresar años después, visita el sepulcro del comendador y, como broma de ultratumba, invita a la estatua a cenar a su casa. El convidado de mármol comparece y ocupa el lugar que le han reservado en la mesa. Así nació el dicho que hoy se ha generalizado. Describe también la situación de cualquiera que en un grupo no tiene ni arte ni parte. Como si fuera el monumento al Invitado Sobrante.

 

Vivir en el limbo: Los teólogos de la Edad Media encontraron gran dificultad para decidir adónde debían ir las almas de los nacidos antes de la venida de Cristo. Los patriarcas de la antigüedad, Sócrates, incluso Adán y Eva, ¿qué lugar debían ocupar en el Más Allá? Por no estar bautizados, la entrada al cielo les debía ser negada, sostuvieron varios concilios. Finalmente la Iglesia acabó asignándoles a los no bautizados un lugar separado del infierno. Allí, como lo muestra el Dante en la "Divina Comedia", esas ánimas aguardan el Juicio Final en un estado de beatitud que, sin llegar a la suprema felicidad del paraíso, los exime del pecado y sus castigos. Mucho más terrenal es el significado que ha tomado la frase en la conversación cotidiana. Según ella, "estar o vivir en el limbo" consiste en permanecer distraído o atontado, no enterarse de lo que pasa y se dice alrededor. Como quien se encuentra siempre en la sala de espera de la eternidad celestial.

 

Como turco en la neblina: La frase es producto de una serie de cambios y derivaciones que comienzan cuando en España se llamó turca a la borrachera. La razón tiene toques de humor. Al vino puro, sin añadido de agua, se lo denominaba tanto vino moro corno vino turco, por no estar "bautizado". En consecuencia, las mamúas tomaron el nombre de turcas. De allí viene la primera parte de la expresión en su forma original: "agarrarse una turca". Lo que sigue se debe exclusivamente a la picardía criolla. ¿Quién puede hallarse más confundido que un borracho que se pierde en la niebla? El pasaje de con la turca al actual como turco lo realizó espontáneamente el uso popular. Y así el turco entró en el dicho y en la neblina, dando lugar a una pintoresca expresión que vale para cualquiera que ande muy desorientado. Por más sobrio que esté.

 

Irse al humo: Expresión muy nuestra que equivale a lanzarse atropelladamente en procura de algo. Existen dos versiones acerca de su origen, ambas relacionadas con la guerra contra el indio. La primera figura en la segunda parte de Martín Fierro y se refiere a las llamadas que se hacían las tribus para combatir en malón: "Su señal es un humito -dice José Hernández - que se eleva muy arriba./ De todas partes se vienen / a engrosar la comitiva (...) para formarla han salido / de los últimos rincones". La segunda versión la registra Lucio V. Mansilla quien en "Una excursión a los indios ranqueles" comenta: "El fuego y el humo traicionan al hombre de las pampas, significando que una fogata mal apagada o la pólvora que quemaban los fusiles bastaban para que lanzas y boleadoras acudiesen a la humareda". La frase se ha modernizado, pero conserva su sentido original. Ya sea cuando un humito apetitoso nos impulsa a atropellar en busca de una porción de asado o cuando un fallo dudoso hace que el malón de una hinchada se vaya al humo contra el árbitro.

 

Pisar el palito: Cuando, inducido por otros, alguien hace justo lo que lo perjudica, suele decirse que ese individuo "ha pisado el palito". La frase vale se debe a una jaula-trampera que hasta no hace mucho se vendía en los comercios. Tenía una suerte de puertita o ventana rebatible provista de una barra corta o palito. Junto a ese apoyo se colocaba agua, lechuga y alpiste como cebo para que se posara algún pájaro suelto. Ni bien lo hacía, su peso ponía en acción un resorte que desplazaba rápidamente esa parte de la jaula dejando encerrada a la presa. José Gobello, por su parte, atribuye el dicho a los ladrones de gallinas. De noche, éstos metían una vara en el gallinero, el animal se agarraba al palo dejando así que los ladrones lo retiraran en silencio. Nada impide que ambas versiones se ajusten a la verdad. Al igual que las aves de corral y los pajaritos, nadie está libre de portarse incautamente. Y nunca falta gente de mala fe dispuesta a hacer que alguien pise en un descuido el palito de la ingenuidad.

 

Poner en tela de juicio: Expresa, como es sabido, dejarlo entre paréntesis, a la espera de examinar lo que se dice y someterlo a prueba. Aunque no viene de los tribunales, el dicho se remonta a la época de los caballeros medievales y nada tiene que ver con la industria textil. La tela que aquí se menciona era la empalizada que en los torneos separaba los rivales que combatían a caballo. Alguna de esas lides que se realizaban para someterse al llamado juicio de Dios, mediante el cual se dirimió un derecho. Poner en tela de juicio era entonces llevar a la palestra los pleitos que en los tiempos que corren habitualmente se ventilarían en un juicio.

 

Llorar la carta: La expresión nada tiene que ver con la suerte de los naipes. Se refiere a una forma de pedir dinero que era habitual en la Buenos Aires de antaño. Una persona pobremente vestida y acompañada de un par de criaturas llamaba la puerta de una casa y entregaba a quien atendía la carta firmada por algún personaje conocido. Así, con lujo de detalles era cómo se escribía la afligente situación de su familia solicitando ayudarla en todo lo posible. Seguía una lista de quiénes y con cuanto ya habían contribuido. Mientras el dueño de casa iba leyendo, su visitante se lamentaba. La frase tiene hoy un sentido más general, resume un gráficamente la actitud de quienes hacen un despliegue de todas sus desdichas para obtener algo a cambio.

 

La necesidad tiene cara de hereje: Quienes encuentran la miseria son obligados a dejar de lado los escrúpulos y el orgullo para avenirse a cualquier circunstancia. Parece ser tal el sentido de esta expresión, que lleva muchos años circulando sin producir mayor inquietud. En verdad la frase es la traducción deformada de una sentencia latina a la que echan mano los abogados para defender al individuo que comete un delito llevado por la desesperación: "necesitas caret lege". O sea "la necesidad carece de ley". El caso típico de quien por robar un pan para no morirse de hambre, no recibe condena. El oído popular y la fantasía fabricaron ese hereje cuya cara asoma en el dicho.

 

Hacerse la rata: En una de sus aguafuertes porteñas la titulada "Los niños que nacieron viejos", Roberto Arlt habla sarcásticamente de los chicos de conducta impecable, que nunca se rebelan y jamás faltan a clase sin motivo. "No se hicieron la rata nunca se hicieron la rata ni en la escuela y el nacional se indigna". Hacerse la rata, como retirarse, son expresiones argentinas que derivan de su similar española "hacerse la rabona", también usada aquí. Equivale a volver las espaldas (el rabo) a una determinada obligación. Hay varias frases que tienen el sentido de escurrirse furtivamente para refugiarse, como los ratones en una cueva simbólica -un parque un café, a veces la propia casa-. Otra frase equivalente de los españoles es "a ser novillos". Y también "fumarse la clase". Aquí el dicho se aplica también a un empleo, decir por ejemplo que alguien está ausente con aviso, suele ser una forma algo más decorosa del hecho puro y simple de declararse un feriado personal. En menos palabras, ratearse del trabajo.

 

Perdido al divino botón: "Después de una hora perdida al divino botón" escribe Marco Denevi en su cuento "Charlie". Esta expresión, común en el habla de los argentinos, se aplica a lo que se hace o se dice sin objeto definido o sin resultado. Menos usual es una variante de la misma frase, "al santísimo botón", que también relaciona la botonería con lo místico y con la inutilidad de una acción. Dos datos sugieren que no se trata de un botón cualquiera, el de una camisa, por ejemplo. En italiano, butonelle son las cuentas del rosario. En francés, la frase filer le chapelet, desgranar el rosario, equivale a hablar mucho y sin sentido, como quien pasa las cuentas en vano y porque sí. Si la expresión se refiere a las cuentas del rosario, es posible que ella naciera de alguien que perdió la fe a fuerza de orar sin ser escuchado. Con el tiempo, esa actitud se borró de la frase, y lo de "divino" perdió su sentido original. Hoy tanto da que obramos al divino o al santísimo botón como afirmar que hemos hecho las cosas al cohete.

 

Héctor Zimmerman
PERIODISTA. El Arca

 

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