Domingo 21 de septiembre 2025

Ecos de Edna O’Brien en el mundo de hoy

Redaccion Avances 21/09/2025 - 06.00.hs

Censurada y reconocida, la escritora irlandesa nunca dejó de escribir “historias difíciles” sobre mujeres. A poco más de un año de su muerte, su obra sigue vibrando en el público lector de distintas generaciones.

 

Enrique Alejandro Basabe *

 

En noviembre de 2024, la Asociación de Estudios Irlandeses del Sud organizó un homenaje a Edna O’Brien (1930-2024), al que tuve el honor de ser invitado. El evento se realizó de manera virtual y puede verse en YouTube. En esta nota comparto una síntesis de mi presentación, en la que conté mi recorrido lector por la obra de una cuentista a la que admiro profundamente.

 

Descubrimiento y resonancia.

 

Hebe Uhart (1936-2018) decía que escribir nace de una resonancia: algo que nos impresiona, nos deja pensando, nos incita a imaginar. Creo que esa misma resonancia también define la acción de leer. Cada vez que un libro nos conmueve, no solo leemos una historia: nos descubrimos en ella.

 

Mi encuentro con Edna O’Brien fue hace unos veinte años, al leer la trilogía The Country Girls (1960-1964). Lo que primero me atrapó fue el tono íntimo, confesional con que la escritora narra la vida de Baba y Kate, dos amigas que dejan la campiña irlandesa para aventurarse en la ciudad. Lo segundo, la fuerza con la que abre al mundo la vida interior de las mujeres.

 

Profundamente disruptivo para la Irlanda de comienzos de los sesenta, ese gesto hizo que sus novelas fueran públicamente difamadas por notables figuras políticas y religiosas y prohibidas mediante la aplicación de la Ley de Censura de Publicaciones que, con el auspicio de la iglesia católica, regía en la isla desde 1929. La escritora Louise Kennedy (1966- ) lo explicó con agudeza: “O’Brien había hecho algo más subversivo que escribir sobre sexo: había demostrado que las
mujeres irlandesas tienen vidas interiores. Y por eso había que detenerla”.

 

La escena de The Lonely Girl (1962) en que padres, sacerdote y abogado irrumpen en la habitación del hotel donde la protagonista se refugia con un amante mayor queda grabada para siempre en la memoria lectora. Como dice Kennedy, no hay sexo explícito, pero sí una imagen poderosa: la intromisión brutal de las instituciones en lo más privado de la vida. Esa tensión entre deseo, libertad y control social -heredada de su condición de mujer en el opresivo contexto católico irlandés- recorre gran parte de la obra de O’Brien.

 

También censurada en su país y publicada en español recién este año, August is a Wicked Month (1965), por ejemplo, narra el luminoso verano de una mujer en la Riviera francesa, súbitamente ensombrecido por la noticia de la muerte de su hijo en un accidente. Por eso, como lo anuncia el título, agosto es un mes diabólico.

 

Este acontecimiento provoca una fractura inevitable entre su deseo de autonomía y su rol de madre, con la culpa y la soledad atravesando la subjetividad de la protagonista. Nada en O’Brien es fácil: toda libertad tiene un precio.

 

Del placer al estudio.

 

Tras una pausa de algunos años, volví a O’Brien desde otro lugar: la investigación.

 

Entre 2018 y 2020 dirigí un proyecto sobre su obra y la del poeta y novelista irlandés Seamus Deane (1940-2021) bajo la noción deleuziana de “literatura menor”: aquella que, desde márgenes lingüísticos o temáticos, desafían a las grandes tradiciones. Allí abordé a O’Brien desde una perspectiva política: su inscripción en la historia reciente de su país y en la violencia aún latente en Irlanda del Norte, visible en novelas como House of Splendid Isolation (1994) y en su autobiografía Country Girl (2012).

 

Pero en paralelo redescubrí su escritura en estado puro, gracias a la colección de cuentos Saints and Sinners (2012). Volver a leerla fue un placer renovado, que compartí con mis estudiantes y que, comprobé, sigue fascinando a nuevas generaciones.

 

Dos relatos de ese libro muestran su fuerza con claridad. “Plunder” cuenta, con un minimalismo brutal, cómo dos niños presencian la violación y desaparición de su madre a manos de soldados extranjeros. Como lo expresa el título, asisten a su propio despojo. La falta de marcas culturales concretas vuelve la escena universal: podría ocurrir en cualquier lugar, en cualquier momento. El final, una sola frase, estremece profundamente: “Muchos y terribles son los caminos de regreso a casa”.

 

En “Manhattan Medley”, en cambio, una mujer vive un romance con un hombre que descubre casado. Es, como dice la autora, “una historia de amor que no sucede”, y por eso resulta tan real. Aunque transcurre en la Nueva York de las fiestas y el glamour, la ciudad aparece sombría, poblada de pobrezas y de soledades. Una vez más, O’Brien revela el claroscuro de la experiencia femenina: la ilusión y su inevitable contracara.

 

Por su tono autobiográfico, la historia remite a la O’Brien de los años setenta, tiempo en que su vida personal era mirada con lupa por la prensa, que se obsesionó con sus supuestos vínculos con celebridades como Sean Connery (1930-2020) o Marlon Brando (1924-2004). Ella lo desestimó con ironía: “si mi vida hubiera sido así, no habría escrito 28 libros, ni criado a dos hijos sola”. Lo esencial, insistía, era la soledad creativa. “Soy solitaria por naturaleza y creo que no podría escribir si no lo fuera”, confesó. En esa soledad encontró historias pequeñas que, en su literatura, se transformaron en texto vivo.

 

Una voz que sigue incomodando.

 

En “Sinners”, otro cuento de la misma colección, una mujer mayor que atiende huéspedes en su casa se enfrenta a la soledad y al paso del tiempo. La historia dialoga con la propia O’Brien, quien ya en su vejez, tras toda una vida en Londres, intentó regresar a Irlanda y levantar una nueva casa en Donegal. Al igual que su personaje, reflexionó una vez más que toda vida supone desafíos y que, quizá, el verdadero regreso al hogar solo pueda darse en el plano simbólico.

 

Lejos de retirarse, O’Brien siguió escribiendo con la misma audacia. En 2019, con casi 90 años, publicó Girl, novela inspirada en los secuestros de niñas por Boko Haram en Nigeria. Si bien su actitud puede interpretarse como algo colonialista, viajó allí con la intención de escuchar testimonios y elaborar su relato. El escritor Colum McCann (1965) le dijo entonces: “tú has estado en el #MeToo (el “Ni una menos” de los países de habla inglesa) por más de 50 años”. Y la National Public Radio estadounidense la definió como alguien que llevaba más de seis décadas escribiendo “historias difíciles” sobre mujeres.

 

Quizá su fe en la palabra parezca ingenua, pero los hechos muestran lo contrario.

 

En los años sesenta, un sacerdote de su pueblo convocaba a quemar sus novelas; en 2018, tras el referéndum que legalizó el aborto en Irlanda, The Country Girls fue elegido “libro del año” en Dublín. La escritura no cambia el mundo de un día para el otro, pero abre caminos insospechados.

 

Prefiero quedarme con esa imagen final: la de una mujer que hizo de la lengua su patria y de la soledad su fuerza. En un poema que Doireann Ní Ghríofa (1981) le dedicó en 2020, donde la evoca solitaria en su primer trabajo en una farmacia, la poeta escribe: “cada letra que traza es un paso hacia otro lugar.” O’Brien es, en síntesis, una escritora que buscó historias pequeñas y las convirtió en resonancia.

 

Resonancia que, como decía Hebe Uhart, sigue vibrando en nosotros cada vez que la leemos.

 

En parte como homenaje a la autora, la Cátedra Libre de Estudios Irlandeses, creada en la Facultad de Ciencias Humanas de la UNLPam en 2021, lleva el nombre “Edna O’Brien-Colum McCann”. Su libro Objeto de amor, que reúne una selección de cuentos cortos escritos en las décadas de 1970 y 1980, puede encontrarse en algunas librerías locales.

 

* Profesor de Literatura de Habla Inglesa II - Departamento de Lenguas Extranjeras, UNLPam

 

'
'