Sabado 27 de abril 2024

El ánima del vino

Redaccion Avances 03/12/2023 - 15.00.hs

Bustriazo era un flamenco, animal que, como los náhuatl protectores de los mayas, reemplazaba al humano para preservarlo de la fugacidad y de la muerte.

 

Carlos J. Aldazábal *

 

Hace ya muchos años, para un cumpleaños del Maestro, varios poetas de distintas partes del país fuimos a visitarlo. De ese encuentro, donde la filología asumía el aspecto de la magia, recuerdo un vaso de vino, al que Bustriazo custodiaba tapando la boca con sus manos. “Para que no se le vaya a ir el ánima”, faltaba que nos dijera, como eco de algún verso.

 

Es que en la poesía vanguardista de Bustriazo (a la que alguna vez pensé como “neotrilciana”, por el peso que el gran libro de Vallejo tuvo sobre esa parte de su obra), los seres animales y minerales tienen ánima, alma que se expresa en una materialidad muy concreta que evoca elementos (de la naturaleza, pero también de la cultura) y que se sostiene en un armado musical (lo que la emparenta con la poesía del sanjuanino Escudero, y a los dos con la marca de Trilce, como gran catalizador de experiencias de escrituras personales, extremas y valiosas).

 

Sabemos, a partir de Octavio Paz, que las vanguardias son una más de las tradiciones (“tradición de la ruptura”, como bien expresó el mexicano), y que luego de las llamadas “vanguardias históricas” toda intención rupturista está condenada a la repetición. Sin embargo, esto no debe entenderse como “la muerte de la poesía” o “la muerte del arte”. Nuevamente, como siempre ha sido, no hay nada nuevo bajo el sol, y al mismo tiempo todo está disponible para recrearse. Esta conciencia radical, que emparenta las vanguardias con las miradas de los pueblos no occidentales (en la poesía de Bustriazo, la marca del pueblo Puelche, en este sentido, es indeleble), vincula y enreda todas las temporalidades (el pasado en el futuro, los dos en el presente, y viceversa), y es una gramática productiva en la poesía de Bustriazo.

 

Si el pasado (incluso el pasado ágrafo de la naturaleza ahistórica) puede expresarse en un lenguaje vanguardista, y si esas formas vanguardistas pueden disfrazarse de formas tradicionales (sonetos, coplas, endecasílabos), eso significa que la idea de evolución es imposible: solo hay transformación en la incertidumbre del devenir, y esa transformación de ningún modo implica un “estadío superior”, como la mirada evolucionista del modernismo occidental pretendió sostener en algún momento, para afianzar su dominio. Cuando ese dominio es absoluto (llamémosle “globalización”, “expansión de la cultura occidental”, o simplemente “capitalismo”) la premisa impuesta entra en crisis, y la producción de un poeta como Bustriazo se vuelve imprescindible para entender que la “voz propia” no proviene de un solipsismo evolucionista, sino de la capacidad de sintetizar mundos y proyectarlos en un lenguaje construido con la paciencia de un orfebre.

 

En este punto, el animismo, tan presente en las religiones de los pueblos originarios, (siempre reprimidas por la teleología cristiana -el origen del evolucionismo moderno), reviste un carácter especial en la obra del poeta, donde las piedras cantan o se transforman en “cuentas indias” o en torcazas: el alma no es exclusividad de la especie humana, todas las cosas tienen alma, y no es el poeta el que las expresa, sino que son las ánimas de las cosas y los animales las que hablan a través de sus versos. Por eso Bustriazo era un flamenco, animal que, como los náhuatl protectores de los mayas, reemplazaba al humano para preservarlo de la fugacidad y de la muerte.

 

En Bustriazo, lo mítico y lo místico hablan también en las cosas pequeñas, e incluso cotidianas. Es la Diosa Blanca de Graves, pero puesta en microscopio, es un contexto cultural, frondoso y oprimido, que habla en los cantos de un interminable poema de amor. Y ese contexto cultural, que desde la mirada occidental es el pasado, se está expresando en un lenguaje que se pretende vanguardista, y por lo tanto de futuro.

 

La “voz propia” de Bustriazo es el resultado de cruces y mestizajes: el saber de las formas clásicas de la poesía española, las distintas especies musicales de la llamada “música folclórica argentina” (hablamos del gran poeta del cancionero popular pampeano), la impronta vanguardista desde la respiración de Trilce, y el conocimiento cultural de los códigos de su región, incluyendo la fuerte presencia de la cultura indígena, reprimida y confiscada por un genocidio perpetuado en nombre del “progreso”.

 

Tengo todavía alguna fotografía del Maestro recitando, con el vaso de vino tapado por su mano. La expresión de su rostro era de gracia, como si estuviera rezando o implorando al ánima del vino. Ese cumpleaños fue para él la certeza de que la poesía que importa puede sobreponerse a cualquier ostracismo y desgracia, que la historias de quienes escriben poemas importan poco frente a los poemas. Y para quienes estuvimos ahí, en ese cumpleaños, la certeza de que la poesía no es una ficción ni un esfuerzo por construir el canon nacional (siempre evolucionista y sectario). Vimos flamencos pasar por la ventana, vimos palomas, y en el vino la sangre de los pueblos borrados por el progreso. Y esa sangre cantaba, en una elegía interminable.

 

* Colaborador

 

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