La filósofa que luchó en la guerra
Idealista obsesionada con la justicia social, Weil participó en la guerra civil española y formó parte de la resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial.
Aitana Palomar S.*
Nacida el 3 de febrero de 1909 en el seno de una familia judía, intelectual y laica, Weil creció entre la tradición francesa, la griega y la cristiana. Su padre, Bernard Weil, fue un reputado médico, y su hermano, André Weil, uno de los matemáticos más destacados del siglo XX.
El ambiente intelectual que se respiraba en el hogar de los Weil hizo que la conciencia social de la joven Simone despertara a una edad muy temprana.
Con Simone de Beauvoir.
A los dieciséis años ingresó en el prestigioso Lycée Henri IV, donde fue alumna del filósofo y periodista Émile-Auguste Chartier, que la formó en la interpretación de los clásicos y la introdujo en el pensamiento filosófico. Dos años después entró en la Escuela Normal Superior de París con la mejor nota y el mejor expediente, seguida de la feminista Simone de Beauvoir.
Estudió filosofía, literatura clásica y ciencia. Compartió clase con de Beauvoir, pero la relación entre ambas no fue ni muy cercana, ni muy duradera. En un texto autobiográfico, la autora de “El segundo sexo” escribió: “Una gran hambruna había sacudido China y me dijeron que ella (Simone Weil) prorrumpió en sollozos cuando recibió aquella noticia; esas lágrimas me obligaron a respetarla aún más que por sus dotes para la filosofía. La envidiaba porque tenía un corazón capaz de latir por todo el mundo”.
En un encuentro, las filósofas debatieron sobre aquella terrible hambruna. “No sé cómo entablamos la conversación”, contaría de Beauvoir, “me explicó en un tono cortante que una sola cosa contaba hoy en toda la Tierra: una revolución que diera de comer a todo el mundo. Le objeté que el problema no es hacer felices a los hombres, sino encontrar un sentido a su existencia. Ella me miró fijamente y dijo: cómo se nota que usted nunca ha pasado hambre. Este fue el final de nuestras relaciones”.
Profesora rebelde.
Tras graduarse de la Escuela Normal Superior a los veintidós años, Simone Weil empezó a trabajar como profesora de filosofía en varios liceos para mujeres en donde tuvo problemas con sus superiores, que criticaban sus acciones políticas y su metodología como docente.
La joven maestra Weil hacía piquetes, se negaba a comer más de la cantidad otorgada a las familias sin recursos a las que ayudaba el gobierno y escribía en periódicos de izquierda. Ante la negativa a ceñirse al sistema de enseñanza que se le pedía, Weil fue transferida de un liceo a otro varias veces. Inmutable ante aquel rechazo, la activista siguió desarrollando su compromiso político: cooperó en la formación de obreros dando charlas y clases sindicales.
En una ocasión, Weil escondió a León Trotski (que viajaba junto a su esposa, su hijo mayor y dos guardaespaldas) en el piso familiar de sus padres en la calle Auguste Comte de París. Durante aquellos días, el político y la filósofa debatieron sobre los medios necesarios para instigar la revolución y sobre el valor de las vidas humanas en la dictadura del proletariado.
Obrera en la Renault.
A los veinticinco años, Weil dio por finalizada su carrera como docente: quería ponerse en el lugar de los trabajadores de clase obrera, “los que sufren”, para comprender los efectos psicológicos que acarreaba el trabajo industrial. La joven dejó su vida acomodada en París y se fue a trabajar primero a la fábrica eléctrica Alstom cortando piezas y después a la fábrica Renault en las cadenas de montaje.
“Allí recibí para siempre la marca de la esclavitud, como la marca a hierro candente que los romanos ponían en la frente de sus esclavos más despreciados. Después, me he considerado siempre una esclava”, escribió Weil. La filósofa criticó el efecto “espiritualmente adormecedor” que las máquinas provocaban en sus compañeros y sintió una primera unión con Dios, confirmando la creencia de que “la religión consuela a los afligidos y a los miserables”. Al cabo de un tiempo, Weil fue despedida de la fábrica por su torpeza y su debilidad física.
De aquella impactante experiencia de servidumbre industrial, la filósofa concluyó en una carta a su amiga Albertine Thénon: “Al ponerse ante la máquina, uno tiene que matar su alma ocho horas diarias, el pensamiento, los sentimientos, todo. Y estés irritado, triste o disgustado tienes que tragártelo, debes reprimir en lo más profundo de ti mismo la irritación, la tristeza o el disgusto”.
Miliciana en España.
Tras dejar la fábrica, Simone Weil regresó a París, pero no por mucho tiempo. Al enterarse del inicio de la guerra civil española viajó a Barcelona al igual que hicieron otros jóvenes intelectuales europeos de la época, como el escritor George Orwell o la fotógrafa Gerda Taro.
Pacifista radical, impulsada por su pasión y su deseo de justicia, Weil llegó a España como periodista voluntaria y pronto se unió a la Columna Durruti para luchar en el frente de Aragón. “En la CNT, en la FAI, se daba una mezcla sorprendente en la que se admitía a cualquiera y, en consecuencia, había inmoralidad, cinismo, fanatismo, crueldad, pero también amor, espíritu fraternal y, sobre todo, reivindicación del honor, algo muy hermoso entre los hombres humillados; me parecía que quienes se les unían animados por un ideal superaban a aquellos a los que los movía la inclinación a la violencia y el desorden”, escribió.
Sin embargo, al igual que le sucedió a George Orwell, pronto su concepción idealizada de la batalla se disipó. Fusil en mano, unida al bando que creía correcto, Simone Weil descubrió la crueldad de la guerra, que se instala en los cuerpos y las mentes de todos los participantes. Horrorizada tras ver cómo sus compañeros fusilaban a hombres del bando contrario, escribió: “Nunca he visto a nadie expresar ni siquiera en la intimidad repulsa, asco o simplemente desaprobación ante la sangre inútilmente derramada”.
Después de sufrir un accidente en el frente de Aragón, la filósofa regresó a Francia. De sus cuarenta y cinco días en el conflicto se conservan treinta y cuatro páginas de los apuntes que escribió en su Diario de España, en el que registró sus impresiones sobre la guerra y frases en español, además de algunas fotografías y cartas. “Partimos como voluntarios, con ideas de sacrificio, y nos metemos en una guerra que parece de mercenarios, en la que sobra crueldad y falta la consideración debida al enemigo”, concluyó.
Despertar místico.
Después de vivir la guerra en España, Simone Weil se reafirmó en su pacifismo radical. Escribió sobre el terrible efecto que la guerra producía en el alma de las personas y abandonó el activismo para seguir el camino de la búsqueda de la verdad. Viajó a Italia, donde quedó maravillada tras contemplar la comuna de Asís y tuvo una de sus primeras experiencias místicas.
Pese a sentir una profunda conexión con Dios, Simone Weil se resistió a formar parte de la Iglesia cristiana porque la veía como una colectividad en la que el individuo quedaba supeditado a la masa, al igual que sucedía en los regímenes totalitarios de Europa. La filósofa se había criado en una familia de origen judío, pero rechazaba explícitamente el judaísmo y, al igual que con el cristianismo, la identidad comunitaria judía.
En 1940 tanto su familia como ella se vieron obligados a abandonar París por el temor a ser clasificados como “no-arios”. Instalada en Marsella, Simone Weil reflexionó sobre el proyecto de reconciliación necesario entre la modernidad y la tradición cristiana y retomó las labores físicas, trabajando como obrera agrícola. Al año siguiente, huyó a Estados Unidos con sus padres y su hermano, pero regresó a Londres poco después, impulsada por la necesidad de incorporarse a la Resistencia francesa.
Obsesionada con prestar sus servicios a su patria, que había sido ocupada por el régimen nazi, Simone Weil pidió que la enviaran en una misión. Sin embargo, solo fue aceptada para trabajar como redactora en los servicios de Francia Libre, escribiendo informes y revisando textos.
En 1943 abandonó la organización.
Prematuro final.
Durante la última etapa de su vida, la filósofa profundizó en la espiritualidad cristiana (desde un acercamiento heterodoxo) y se interesó por la no violencia de Gandhi. En 1943 fue diagnosticada de tuberculosis e ingresó en un sanatorio de Ashford. Pese a estar enferma, Simone Weil renunció a comer cualquier cosa que superara las raciones de la Francia ocupada e insistió en dormir en el suelo, buscando maneras de solidarizarse con su país.
El 24 de agosto de 1943, a los treinta y cuatro años, falleció de un paro cardíaco mientras dormía. Todas sus obras fueron editadas y publicadas por sus amigos de manera póstuma, un total de veinte volúmenes que cautivaron los filósofos e intelectuales por su ética de la autenticidad, su brillante lucidez y su desnudez espiritual.
Sus obras más importantes son “La gravedad y la gracia”, una colección de reflexiones y aforismos espirituales; “Echar raíces”, ensayo en el que explora las obligaciones del individuo y el estado; “Opresión y libertad”, un texto político y filosófico sobre la guerra, el trabajo en las fábricas y otros temas; y “Esperando a Dios”, su autobiografía espiritual.
Su filosofía, de una sensibilidad extraordinaria, y su profundo análisis de la condición humana siguen cautivando y resonando hoy en lectores de todo el mundo. No en vano, su íntimo amigo y editor póstumo Albert Camus, definió a Simone Weil como “El único gran espíritu de nuestro tiempo”. (Extractado de Historia. National Geographic).
* Periodista especializada en cultura
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