La tragedia de los Andes
En el año 2015 brindó una conferencia en Santa Rosa uno de los sobrevivientes de la tragedia de los Andes. A 50 años del accidente, compartimos una entrevista realizada a Daniel Fernández Strauch.
Ernesto Del Viso *
La tragedia de los Andes, de 1972, siempre ha rondado nuestra memoria. Hay momentos en que aparecen las vivencias de esos uruguayos que por 72 días debieron sobreponerse a todas las inclemencias que la naturaleza de altura les deparó. Solo quedaron algunos nombres grabados como salientes de esta historia que el 13 de octubre cumple 50 años desde el comienzo de esta supervivencia. Parrado y Canesa son quienes se encontraron con el arriero que les salvó la vida a todos, al socorrerlos pidiendo auxilio. Hay un tercer nombre sobresaliendo para la prensa y el conocimiento todo: el de Carlitos Paéz Rodríguez, ese niño bien excéntrico, hijo del renombrado Carlos Páez Vilaró, al que no le faltaba nada y que de pronto la vida lo puso ante una de las más terribles experiencias para sobrevivir.
A Daniel Fernández Strauch, debo confesarlo, no lo tenía identificado. Esto lo comprendí al entrevistarlo, por su bajo perfil con respecto a los demás.
El 24 de abril de 2015, Strauch brindó en el Teatro Español de Santa Rosa una conferencia sobre aquel viaje y vi la posibilidad, gente del Rotary mediante, de charlar con él.
Daniel es uruguayo, nacido en Montevideo, pero de pequeño fue llevado a vivir a Cerro Largo, límite con Brasil. Allí, en una escuela rural, hizo su primer año de primaria.
Sus apellidos denotan una mezcla de gallego con alemán, pero según su propia opinión: “en mí predomina la sangre alemana por la manera racional que tengo de ser, los gallegos son más relajados, en cambio yo soy más prolijo, más del orden”. Por parte de sus abuelos Fernández hay antecedentes de que uno de ellos fue uno de los “33 orientales”. Por el lado de los Strauch, su abuelo, arribó al Uruguay como químico y a trabajar a los frigoríficos Swift que estaban en Fray Bentos; fue el que trajo la fórmula para hacer el extracto de carne que era lo que se vendía, en aquel momento, a Europa. Hijo de padre ganadero lo inclinaron hacia la agronomía.
– Ernesto del Viso: ¿Cómo transcurrían sus días antes del 13 de octubre de 1972?
– Daniel Fernández Strauch: Yo en ese momento estaba cursando el 5º año de Agronomía, me estaba por recibir. Yo hago el viaje no pensando en jugar al rugby, sino que pertenezco a la primera promoción del colegio Stella Maris y fui fundador con otros compañeros del Club de Rugby ya que yo también jugaba. Las coincidencias de la vida es que los de la clase nuestra fuimos 16 igual de los que salimos de la montaña. Yo jugué el año 63, 64 y 65, luego dejé de estudiar y me fui a vivir al campo. Después decidí terminar la secundaria, entré a la facultad y ya no hice más rugby.
– EdV: ¿Qué significaba para usted la Cordillera de los Andes, antes del viaje?
– DFS: No significaba nada, la conocí en el accidente y me asombró la grandiosidad que tiene ella; nosotros parecíamos piojitos u hormiguitas en medio de tanta blancura e inmensidad. En estas condiciones aprendí a conocerla, a respetarla. En tantos días de estar en ella, ya habíamos empezado a saber cuándo iba a nevar, cuándo a soplar los vientos. Me hice especialista en montañista sin quererlo y a pesar de todo lo que nos pasó, además de respetarla, le tengo gran cariño a esa cordillera. Yo llevo en mi una gran contradicción porque en la montaña pasé lo peor de mi vida, pero lo mejor al haber logrado un estado espiritual que nunca más lograré; por ese aislamiento, la situación en la que uno está, que se puede morir en un minuto, en una hora. Al final uno se acostumbra a eso y nos lleva a ese misticismo que tuvimos. Ahí sacamos a otro Dios, muy diferente al que teníamos antes de ingresar a la montaña, del que nos hicimos muy amigos. Yo antes de dormirme rezaba el rosario, tres Ave María, en fin provengo de una formación muy católica, pero cuando volví de los Andes, dejé de rezar, empecé a hablar con Dios en otros términos, como agradecerle lo que me había pasado en el día, no a pedirle cosas pero sí que me ayude para lograrlas.
– EdV: ¿Cómo lo ayudó, en la montaña, esa formación religiosa y católica?
– DFS: Me ayudó en el sentido de que hubo una fe que me mantuvo con esperanza, porque si se pierde la esperanza, se acaba la vida. Por eso digo siempre al concluir mis conferencias que hay que creer en algo siempre, la mía fue fe religiosa, pero hay que creer, el día que uno deja de creer en algo, está muerto. La mayoría de los que iban en el avión eran también de formación religiosa.
– EdV: ¿Ha vuelto a Chile después esa tremenda experiencia?
– DFS: Sí, volví después de 30 años del accidente y ahí me di cuenta para qué me había salvado. A los 30 años volvemos a Chile al mismo Hotel Sheraton donde nos llevaron cuando nos rescataron de la cordillera. Bueno en realidad fue ese hotel quien nos invitó y puse como condición de que pudiéramos brindar una conferencia. Ibamos casi todos, solo faltó Francois que nunca más se subió a un avión. Cuando llegué y vi que todas las cadenas de noticias estaban allí, me pregunté o me dije, “por lo visto al mundo le sigue interesando esta historia”. A partir de ahí armamos una página web que se la copiamos a un argentino, un chiquilín que era fanático de esta historia. En esa página empezamos a recibir 4 o 5 correos por día, los que aumentan cuando se aproximan algunas de las fechas como el 13 de octubre o el 22 de diciembre (fecha del rescate). Lo que más me impresionaba era que todos los mensajes eran positivos, de agradecimiento. Es ahí donde también nos damos cuenta que no tenemos las medidas para medir las cordilleras que todos tenemos. Momentos donde uno dice: “mi problema es el más importante de todos, ahora bien cuando veo lo que estos señores vivieron en la cordillera, mi problema se transforma en un juego de niños".
– EdV: Después de haber vivido lo de la cordillera y regresar al Uruguay, ¿todo le resultó intrascendente?
– DFS: Yo en la montaña aprendí dónde está el ideal del freno, porque cuando uno vuelve a este mundo empieza a descarrilarse. Pero claro con esto no le tengo miedo a ningún problema, la prueba está que cuando se rompió la tablita financiera en el 82, cambié de profesión, dejé la profesión de agrónomo y me fui a la informática que era incipiente en el Uruguay. Claro que en el ínterin, limpiaba máquinas de escribir para poder vivir. Importaba PC’s de Miami, y llegué a armar una empresa bastante importante con tres socios pero en un momento uno se fue. En verdad tengo problemas como todo el mundo, a diferencia que con lo de la montaña, uno los encara de otra manera, con otra visión, teniendo el convencimiento de que se puede. Por ejemplo hoy llego a mi casa y abro una canilla y no sale agua y al toque me agarro una calentura negra, pero enseguida razono y me digo qué idiota que soy.
– EdV: En cuanto al sentido de solidaridad que construyeron en la Cordillera, ¿hoy su visión es diferente?
– DFS: Sí, porque esa solidaridad de entrega del uno hacia el otro, nos marcó. Muchos dicen que esa solidaridad era por obligación. En parte lo era pero también nacía de nosotros, de hecho lo hemos continuado con nuestra Fundación que la conforman los 16. Nosotros seremos unos 5 o 6 los que nos movemos dando conferencias por ejemplo, los restantes si les pedimos vienen y colaboran, pero los que estamos en la Fundación somos: mis primos Eduardo y Adolfo Strauch, Javier Alfredo Methol (fallecido en junio de 2015), José Luis “Coche” Inciarte y Antonio Vizintin.
– EdV: ¿Cómo era su visión de futuro, con 26 años?
– DFS: Yo siempre estuve convencido que de la montaña íbamos a salir, a pesar de las muchísimas expediciones que hicimos y que fueron un fracaso como la de mi primo Adolfo o la de Zerbino y otro compañero que pasaron una noche afuera. Muchos fracasos pero siempre insistimos. También en mi caso hubo un factor suerte donde iba sentado en el avión el día del accidente, yo iba debajo del ala, los que iban detrás de mi fila es donde se parte el avión y no los vimos nunca más, los encontramos al final y dejamos los cuerpos al costado del avión, estaban sentados con los cinturones puestos. Al costado mío iba mi primo Adolfo que se corrió hacia el de adelante para ver la montaña y del otro lado estaban Francois y Harley. Pero lo que pensaba era lo que ya venía pensando, terminar la carrera de Agronomía y dedicarme a la docencia y al campo. Lo mío seguía siendo volver a mi casa y hacer lo que me había propuesto y así fue. Algo que no dije en la conferencia es que nos mandábamos mensajes telepáticos con mi madre que a las 3 de la mañana se despertaba y me encontraba al pie de la cama hablando con ella. Mi mamá siempre estuvo convencida de que estaba vivo. El día antes de irme, mi madre había hecho una torta de frutilla y yo le dije: No la como, guardame un pedazo y cuando regrese la como. Ella me guardó ese pedazo en el freezer y cuando volví, el pedazo de torta estaba.
– EdV: El libro “Viven”, habla del triunvirato de sus primos Strauch.
– D.F.S: Nosotros, con mis primos, teníamos una ventaja comparativa muy grande con respecto al resto del grupo, éramos los mayores, yo con 26, Eduardo 25 y Adolfo 24 ninguno de nosotros en la oportunidad íbamos a jugar, lo hacíamos en el carácter de invitados. Adolfo era muy amigo del capitán del equipo Marcelo Pérez, ellos nos invitan. Existían muchos factores que nos empujaban a aceptar el viaje: en Agronomía se estaba de paro, el tipo de cambio de la moneda que nos favorecía y como el avión en que iríamos era militar, de la Fuerza Aérea Uruguaya, donde bajaba no debíamos hacer los trámites de migración normal y no nos obligaban a cambiar los dólares al oficial. Nos volvimos con los dólares en el bolsillo, es más hace poco encontraron la billetera en el saco de Eduardo Strauch, a ese lugar yo no he vuelto nunca más, el que sí lo hace y organiza expediciones y todo es mi primo Eduardo. Allá no queda nada, el glaciar se lo fue tragando todo, además al poco tiempo del accidente la Fuerza Aérea Uruguaya fue y le prendió fuego al fuselaje para que desapareciera.
– EdV: Parrado, Canesa y Páez Rodríguez han invisibilizado al resto de los sobrevivientes, ¿no? ¿Qué relación tenía usted al instante del accidente, con ellos tres?
– D.F.S.: Yo a Parrado lo conocía de antes, a Canesa en la montaña y a Carlitos también lo conocí en la montaña. Ellos tres más Gustavo Zerbino fueron los que siguieron siempre con la historia. Cuando se escribe el libro “Viven”, nosotros íbamos a hacer la promoción en Europa, Parrado y Canesa la iban a hacer en EE.UU. y tuvimos un desacuerdo con la editorial por cosas que se contaban en el libro, que no eran reales, a pesar que el libro se hizo con declaraciones nuestras. Lo que sucede que Carlitos Páez y Zerbino eran chiquilines de 18 años y por ahí caían en alguna pequeña tergiversación, pero de todas maneras el libro todo se corrigió, por ejemplo para el libro nosotros éramos nazis porque éramos alemanes, o emparentados lejanamente con la esposa del entonces presidente Bordaberry, nada más alejado de la realidad.
Cincuenta años de aquel viaje y aún sigue provocando asombros, preguntas sobre algunos aconteceres en la gran montaña que quedarán guardados en la conciencia y la vivencia de esos 16 muchachos que pudieron salvarse y contar gran parte de la historia.
* Músico
Artículos relacionados