Lunes 05 de mayo 2025

Uno en todo, todo en uno

Redaccion Avances 22/09/2024 - 09.00.hs

En estas páginas compartimos una reseña sobre el libro “La secta de los egoístas”, del escritor francés-belga Éric-Emmanuel Schmitt. Una obra “difícil de encasillar”, según quien abajo firma estas palabras.

 

Alberto Di Francisco *

 

Hace un par de meses atrás, en otra reseña en la cual hablé sobre un inesperado y feliz encuentro con un libro del escritor Alberto Manguel, una lectora me sugirió que “a veces, son los libros los que nos encuentran nosotros”. Confieso que la idea me gustó, principalmente, por lo fantástico de semejante posibilidad, e inmediatamente mi memoria la relacionó con la sensación que hace un tiempo tuve al leer “La secta de los egoístas”. He ahí el disparador de la presente reseña.

 

El autor.

 

Éric-Emmanuel Schmitt nace en 1960 en la comuna francesa Sainte-Foy-lès-Lyon (Lyon), y más tarde obtiene la nacionalidad belga. Realizó sus estudios de Filosofía en la Escuela Normal Superior de París, tras lo cual llega a ejercer un tiempo como profesor, pero abandona prontamente la docencia para dedicarse de lleno a la faceta artística, que siente como su verdadera y gran pasión. En breve el fidesiano cosecha premios y reconocimiento, tanto nacional como internacional, en su actividad como dramaturgo, e incursiona luego -con igual destreza- también en el plano literario con libros tales como “El libertino” (1997), “Milarepa” (1997) y la ya mencionada “La secta…” (1998). Las obras teatrales, los ensayos, los guiones, las traducciones y novelas se cuentan por muchos más en su carrera; pero destaca el echo de que todas estas creaciones se suceden, se alternan y conviven sin problema en el vasto mundo creativo del francés, desde su inicio en los 90’s, hasta la fecha.

 

Introducción.

 

“Todo depende del prisma con que se mire” reza el viejo refrán (con todas sus variables posibles), y quizás hay en esa postulación un acierto mayor al que se cree. El tiempo -hablo del tiempo interno, no aquel tiempo como convención que dicta nuestros hábitos mundanos-, aquel reloj íntimo que mide, sopesa y reacciona a nuestros momentos y a nuestras experiencias, nos lleva ante la pregunta que, más tarde o más temprano, nos hacemos todos en algún momento de nuestras vidas: “¿qué es la realidad?”. Las respuestas varían (y vacilan, la mayor de las veces) para cada actor.

 

Ego Sum.
“La secta de los egoístas” es una obra breve, difícil de encasillar. Nouvelle filosófica sin lugar a dudas, pero que también por momentos se transforma en novela de acción, de intriga conspirativa; una lectura azarosa que a través de datos imprecisos y a referencias bibliográficas incompletas, lleva al protagonista a una investigación bibliográfica que finalmente deviene en obsesiva búsqueda.

 

La novela nos presenta a un joven que se encuentra ocasionalmente en la Biblioteca Nacional de París realizando una tarea de investigación sobre literatura medieval; preso de cierto tedio, a la luz de los veladores de las mesas, y en el ambiente silencioso y pensativo de sus moradores, se entrega al pecado de desestimar momentáneamente su estudio, y leer por placer. Solicita al bibliotecario un libro al azar, por lo cual llega hasta sus manos un Diccionario patriótico del S XVIII. Hojea sin destino prefijado el volumen, pasea por páginas y definiciones, hasta que la mención a una “Escuela de egoístas” llama su atención. Se detiene, lee la descripción, y sucede entonces el aguijoneo intelectual.

 

Según figura en el libro, allá por el 1798 floreció un escuela filosófica, cuyo postulado principal de su fundador, un tal Gaspard Languenhaert, es que nada existe fuera del individuo y que, por tanto, la realidad no está fuera, sino dentro de cada uno de nosotros.

 

Afirma que aquello que llamamos “Realidad” es una construcción de nuestra propia mente. Si bien la idea no es nueva, pues la misma ha estado presente en el hombre desde tiempos inmemoriales, lo que sorprende y cautiva al joven es la posibilidad de una respuesta, de una mirada filosófica que resuelva el viejo enigma, porque él también se ha hecho la misma pregunta en más de una ocasión.

 

Aquí la historia adquiere otro ritmo, tanto literario como conceptual. Acicateado por la curiosidad, el joven comienza a recabar datos sobre la mencionada escuela y sobre su particular fundador, pero las referencias que va encontrando en el devenir de su investigación por momentos se tornan confusas e incompletas, y a la falta de certezas se le suma un halo de misterio, un condimento conspirativo que va apareciendo. Alguien ha intentado borrar los datos, y alguien quiere que él los encuentre. De esta manera, inmerso en la doble seductora sensación de acercarse a tocar lo prohibido por un lado, y del roce con el placer intelectual por el otro, el protagonista va internándose, a medida que lee las crónicas y conoce los detalles del filósofo, en los planteos filosóficos y las circunstancias que rodearon a su Escuela. Las pistas que recaba lo llevan a reconstruir los pasos del excéntrico Languenhaert, que siempre se encuentran bordeando la delgada línea entre la locura y la sabiduría.

 

Solus ipse”.

 

La novela enarbola, a través de la figura del filósofo, el solipsismo, concepto etimológico y filosófico que postula que “solo yo existo (yo soy el que determina mi realidad)”. Desde esa óptica, el mundo en el que participamos no es otra cosa que una serie de proyecciones de nuestro entramado mental; no existe otra realidad que la que nuestra mente crea. Para decir -o justificar- todo esto, Schmitt, inteligente y creativo, asienta la historia sobre un personaje real como lo fue Languenhaert (de quien poco se sabe, salvo que llega desde Holanda con su intento de escuela egoísta, y que muere a los 33 años de sobredosis de opio). En el transcurrir de las páginas, como un croupier avezado, nos muestra la carta de doble vía, para que nosotros elijamos el camino del juego intelectual.

 

El solipsismo, por un lado, encierra una justificada crítica, ya que bajo esa idea, si el mundo externo es mera construcción de nuestra mente, hay una pérdida de relación, de empatía, y por tanto del valor de aquello que acontece al prójimo. De tal manera, los otros no son más que actores, medios circunstanciales y desechables a los fines de una personal y mayor conveniencia. Por otro lado, ensaya la noción de que todo lo vivido -la alegría, el dolor, la ausencia, el amor, los obstáculos, las afrentas, las desventuras, las conquistas, etc.- son las herramientas de las que nuestra mente se vale para sumar experiencias y obligarse a evolucionar, para ensanchar y poblar nuestro vasto mundo interno, donde se supone que vivimos, ya que en el mar de subjetividades en que nos movemos a diario, solo de nuestro pensamiento tenemos certeza.

 

Hay en la novela un momento, al menos en mi parecer, que expresa muy bien el sentido general de la obra, cuando, en medio de un evento social donde se ha reunido la alta alcurnia francesa,y el filósofo ensaya un alto vuelo racional exponiendo sus ideas y su teoría egoísta, recibe de otro invitado una patada en sus partes traseras, quien además le cuestiona el motivo por el cual el mismo Languenhaert, a través de su mente, ha elegido hacerse semejante cosa. Languenhaert, ofendido y desafiado, se marcha de la reunión para rumiar una respuesta, ante la risa de los presentes. Esa intelectualidad que bordea lo absurdo, he ahí un poco la senda por la cual transita la obra, desde la postulación teórica del holandés, hasta la radical praxis a la que finalmente se entrega.

 

Cierre.

 

Schmitt, que se reconoce lector de Borges, confiesa que para él el descubrimiento del autor de El Aleph “fue una revelación; me di cuenta de que se podía hacer ficción a partir de la filosofía”. Dicho esto, el francés parece, con esta obra, tomar la jabalina arrojada por el argentino (el mundo como sueño o proyección de alguien, la preocupación filosófica, una historia creada a partir de huecos en la historia real) y relanzarla con su sello personal. Él mismo declara: “La secta… es una novela filosófica, pero no de sabiduría, sino de locura filosófica. Todos, en algún momento, hemos dudado de la realidad de lo real”.

 

Al pasar las últimas páginas del libro, uno entiende lo picaresco intelectual que ha perpetrado Éric-Emmanuel Schmitt, cuando caemos en cuenta de que ya somos uno con el joven protagonista de su libro, nosotros mismos hemos sido aguijoneados, y nosotros mismos hemos emprendido esa búsqueda con él. ¿Qué es la existencia? ¿qué es la realidad? ¿qué determina la identidad? Este libro, como toda buena obra de arte, es una bella forma de trasladarnos la pregunta. La respuesta, irónicamente, quizás esté dentro de cada uno de nosotros.

 

* Escritor y colaborador

 

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