La lluvia y su falta de costumbre
Lloviznó pacíficamente hasta cerca del mediodía, cuando un violento chaparrón descargó 10 milímetros en un cuarto de hora. Entonces la ya intranquila ciudad tornó en caos. En el centro desbordaron los desagües y las calles se inundaron causando múltiples obstrucciones del tránsito. Hubo vehículos empantanados y barrios enteros que colapsaron, como el Santa María de La Pampa, con sus novedosos paisajes lacustres inspirando fotógrafos.
En medio de la tormenta, los vecinos llamaban a las radios, invocaban problemas en desagües, denunciaban desbordes cloacales proferían acusaciones contra el municipio, reclamaban acciones para terminar con los problemas que provoca la lluvia, protestaban contra el servicio de taxis y lamentaban incomodidades y daños derivados del mal tiempo. Una mujer contaba que su techo tenía innumerables goteras y se habían mojado los colchones donde duermen sus hijos; otra se quejaba porque hace seis años que figura en el IPAV, pero nunca le adjudican su vivienda. Andrea Rosales, desalojada hace unos días, mostraba pertenencias que guardaba en un patio, bajo una lona, arruinadas por el agua.
La lluvia también volvió intransitable el acceso a la Escuela Agrotécnica, donde se suspendieron las clases, y se registraron serios problemas de circulación en los barrios nuevos al sureste de la ciudad, cuyos accesos por calles Cavero y Liberato Rosas quedaron también intransitables.
Siesta y tortas fritas.
En fin, la tarde se aventuraba triste y gris. A las 14, en el parque Don Tomás, donde todos los días caminan cientos de hombres y mujeres, hacen gimnasia o entrenan en bicicleta o en patines, no había un alma. Una brisa ligera cubría la superficie de la laguna, para deleite de pocos pescadores. El cielo continuaba oscuro y cargado. A las 15, el pluviómetro del servicio meteorológico marcaba 17 milímetros.
Repentinamente, un aroma a tortas fritas cruza la avenida y descubre la otra cara de los días de lluvia, esas pocas veces al año cuando es posible dormir la siesta arrullados por las gotas que golpean las chapas del techo, o preparar churros para el mate, o jugar naipes y juegos de mesa con amigos y familiares, y mojarse, claro, mojarse un poco.
"Cuando llueve después de una sequía prolongada, los collas del noroeste argentino salen a danzar bajo el diluvio, para agradecer al cielo su bendición", recuerda Miguel Mariqueo, mientras informa su viaje a General Acha para buscar derecho a réplica en televisión, para responder "algunas injurias proferidas contra el pueblo ranquel".
Ya no danzamos con la lluvia. Ni siquiera aceptamos de buen gusto mojarnos apenas un poco. La lluvia molesta, causa problemas, vuelve "fea" e incómoda la jornada.
Sin embargo, mientras algunos lanzan su diatriba contra el día gris, los anegamientos, el tránsito, los taxistas, el barro, las goteras, los baches y el intendente, muchos ríen a pesar de todo, como Carina Stefanazzi, flamante adjudicataria del Ipav, abrazada a Agustina y Berenice, o el yesero Rubén Hernán Pérez, que alquila en la esquina de Chile y Pestalozzi, celebrando con hijas y nietas porque, por fin, a él también le tocó una casa de barrio.
Como dice una canción: "Adentro llueve y parece que nunca va a parar. Y va a parar".
Al cierre de esta edición, el pluviómetro del aeropuerto registraba 36 milímetros, caídos entre las 10,10 y las 21.
Humedad antes de la siembra.
Las lluvias recientes terminaron con una sequía de cuatro meses en casi todo el territorio de la provincia y aportaron un importante nivel de humedad superficial al campo pampeano. A pocas semanas de la primavera, resulta una bendición que estimula la siembra y genera buenas expectativas entre los productores. Con los 41,1 milímetros caídos entre lunes y martes de la semana anterior, y el registro de ayer, en nuestra zona cayeron en la última semana 77,1 milímetros.
Artículos relacionados