"Me va a tocar ser el que apague la luz"
Hubo una época de la Villa Santillán, Villa Alonso, El Oeste, Villa Tomás Mason y Villa del Busto. Santa Rosa creció y los vecinos se dispersaron, y pocos siguieron viviendo en sus primigenios barrios.
MARIO VEGA
Vuelvo recurrentemente a esas calles buscando no sé qué... Y al regresar suelo merodear por allí en caminatas sin sentido -¿sin sentido?-, transitando esas veredas que tanto anduve, que lucen tan parecidas, aunque todo haya cambiado tanto... Porque observo en derredor y ya no están esos rostros tan cercanos, en muchos casos tan dulcemente míos. Sí algún que otro vecino nuevo que me mirara curioso cuando me pare
frente a ese domicilio de Jujuy 257, en el corazón de Villa Tomás Mason. En la que era la casa de mis viejos... mi casa.
Todo cambia.
A veces -muchas- camino entre las vías, ahora inútiles, y me meto entre el caserío evocando escenas de otros tiempos que, está claro, ya nunca volverán.
Escribió Homero Manzi: "¡Las calles y la luna suburbana/y mi amor en tu ventana,/todo ha muerto ya lo sé. . .". Y sí. Y yo también lo sé.
Pero igual sigo rondando las calles de mi barrio, aunque ya no me esperan los rostros conocidos de personas que -ahora caigo en la cuenta- tanto aprecié.
Cambió la vida, cambió la ciudad, cambió mi barrio. Ese suburbio de casitas bajas en la que vivían familias humildes que hacían del trabajo un rito insoslayable, y del respeto y el buen trato una moneda corriente.
Pero todo cambió. Si en esa calle Jujuy -del otro lado de la vía, y a metros de la playa del ferrocarril-, ya no queda casi nadie de aquellos con los que compartimos durante tantos años.
Sólo queda Cuchuflito.
Hace pocos días me enteré que falleció Miguelina Pérez de Faiad... la maestra que vivía casa por medio de la mía. Fue una de las últimas en ese adiós tan desconsoladamente cruel, tan sin retorno, que se ha ido llevando uno a uno a los viejos pobladores del lugar.
Aunque en esas recorridas por allí -disimuladas en forma de esas caminatas que hacemos para no caer en el pernicioso sedanterismo-, he podido encontrarme con un apreciado vecino: Cuchuflito, que alguna vez así lo apodó mi padre hace muchos años sin que supiéramos muy bien por qué... Luis Horacio Lambert (66) es Cuchuflito (personaje cómico de un programa televisivo de los años '70).
Horacio es el único que quedó en la calle Jujuy de las familias que morábamos allí, y pareciera mantenerse como testigo y defensor de las reminiscencias más emblemáticas de las cosas que se sucedieron en ese lugar.
Fidelidad al barrio.
Siempre digo que en esta Santa Rosa que crece, que se expande, que presume con sus aires de ciudad moderna, proliferan los hombres y mujeres comunes, simples, que a lo mejor no hicieron historia por la meticulosidad de algún tratado presentado en un foro científico; o por haber sido eruditos en algo; o porque se hayan destacado por una cuestión específica. Son personas comunes que vivieron como pudieron, como los dejaron, quizás como el destino los determinó.
Horacio es una de esas personas -quizás anónimo para muchos (como nos sucede a casi todos, que eso somos)- a quien quiero rescatar ahora por la fidelidad a un barrio, a un modo de vivir, a los recuerdos de tiempos hermosos que no obstante persisten en nuestras memorias.
Siempre en el barrio.
Y Cuchuflito cuenta su historia... "Mi vieja se llamaba María Calgaro. Eran seis hermanas mujeres... el padre y la madre gringos, que eran primos de los Dal Bianco... mi abuelo laburaba en el Molino Werner y compró en la calle Jujuy un terreno donde edificó dos casas: una donde vivía el Gordo (Amador) García y su familia (Ema la esposa, y Graciela, Marta y Luis los hijos), y la otra la nuestra. El abuelo murió muy joven y sus hijas tuvieron que pelearla de muy chiquitas... tuvieron una infancia muy humilde siempre en la calle Jujuy. Los Vega (Horacio refiere a mi familia, mis padres y mi hermana; y también todos mis tíos y primos de ese apellido), eran también de allí de siempre, por lo que se forjó una gran amistad...", reseña.
El Águila.
Horacio agrega que su padre era Hildebrando Lambert (de abuelo franceses), quien "contaba que le habían puesto ese nombre por un emperador francés. Pero para todos era el Hildo Lambert, un personaje que hizo de todo... tenía un campo cerca de Santa Rosa; y muchos más lo recuerdan porque con un hermano tuvieron mucho años la Confiteria El Águila". Un lugar icónico de la ciudad emplazada frente mismo de la plaza, y famoso por sus bailes y la cantidad de parroquianos que albergaban sus mesas (hoy está allí La Recova).
Increíblemente casi no hay fotos de su fachada -salvo alguna tomada desde uno de los laterales-, en ese edificio que exhibía allá arriba de la entrada principal una efigie... sí, de un águila. ¿Cómo puede ser que no hayan quedado registros gráficos de un sitio que quizás debiera haber sido considerado patrimonio histórico?
Los Lambert.
Horacio sigue contando su vida, la de su familia, y finalmente la del barrio... "Un tiempo vivimos en Buenos Aires donde papá tenía un pequeño tambito y un reparto de leche. Cuando regresamos trabajó en Vitabull, de la cual su hermano Luis era socio; y más tarde se hizo barraquero por su cuenta. Era un apasionado de los burros pero también le gustaba el escolazo (los dados), y por eso no era extraño encontrarlo en el Club el Círculo", sonríe al recordarlo.
Tiene una única hermana, Mónica, y dos hijos: Agustina (31) y Guido (27).
Los años de la confitería.
"Nací el 17 de enero de 1954 en El Águila... mamá siempre me contaba que ese día, coincidentemente, asfaltaron la calle Yrigoyen frente a la Plaza. Después cuando empecé la primaria fui a la Escuela 2, la 'escuela de niñas' le decían. Y lo que son las cosas, ahora mismo la tengo aquí a la vuelta de mi casa (sobre calle 1° de Mayo). Y por supuesto no me olvido nunca de mi primera maestra, Irma Gamberini de Martínez.
Después que estuvimos en Buenos Aires volvimos y puedo decir que esos años en El Águila fueron muy lindos... compartía horas con Terete Domínguez, Rojitas, que lustraban en la esquina de la confitería", rememora.
Casamiento enchastrado.
Y sigue: "Mi viejo tenía de socio a un hermano menor soltero, 'Chiquito', que me adoraba y me daba todos los gustos... vivía comprándome cosas en la juguetería de Villares, que estaba sobre Yrigoyen, a metros de la confitería. Hoy hay una zapatería allí", precisa.
"Un día había un casamiento en El Águila... estaba todo preparado, las mesas con sus manteles blancos, la vajilla. Impecable... pero resulta que yo y los muchachos que lustraban en la esquina ingresamos a la hora de la siesta al salón jugando al 'policía y el ladrón', y al rato el lugar era un desastre: en el piso los manteles, los vidrios desparramados por todo el lugar. No me acuerdo si el casamiento se pudo hacer, porque era una calamidad", evoca.
De lo que sí se acuerda clarito Horacio es que "el tío que me adoraba me 'fajó', y lo tenía bien merecido...", completa.
El centro en aquel tiempo.
Eran las épocas en que los taxistas paraban de culata y en diagonal sobre la calle Avellaneda entre Yrigoyen e Hilario Lagos. Por allí cerca de El Águila estaba la tienda Los Sorianos; frente a Casa Torroba y el Café el Centenario, en la otra esquina, la tienda Delva... Los taxistas esperaban su viaje tomando un cafecito y allí estaba yo... con los hermanos Massari que tenían sus autos iguales pintados del mismo color que creo eran Chevrolet o Ford modelo '48; Placenti, el Petiso Díaz, El Turco Bedis, El Rengo Fernández, Miscoff...".
Se va en detalles y explica que "en la Avellaneda, pegado estaba lo Joyería de Vázquez, un poco más allá la boutique 'Modas Alejandra' que era de mi tía Olga, hermana de papá; y algo más alejado la casa del doctor Pedraza. Este médico fue el primero que se compró por los '60 un Kaiser carabela (auto IKA), que la gente se acercaba para verlo: '¡Mirá que bote' se decían unos a otros con asombro".
Más detalles
Obviamente Horacio no puede olvidar a otro que, a su manera, fue un personaje, como Nazario Camarero. "Era un hombre con mucho dinero, y el dicho sobre algunos era 'este tiene más plata que Camarero'... tenía empleado a Tito Ninfus, que en días patrios era el encargado de tirar la bomba en la plaza inaugurando la jornada de fiesta... y después era todo baldío hasta que los Pracilio construyeron el Cine Monumental, al lado del Teatro Español", precisa.
¿Y del otro lado? Lambert agrega que sobre Yrigoyen estaba la tienda La Princesa (ahora en la Avenida San Martín), la farmacia de Palasciano. "Con sus nietos, Tito y Marisú Otero solíamos jugar... pero nunca más supe de ellos", señala.
A mitad de cuadra "el Bar Apolo de los Gamberini... había un chiste que años más tarde cuando el hombre llegó a la Luna decían que don Gamberini era el hombre que más había estado dentro de la Apolo. El bar y la nave espacial tenían el mismo nombre...", aclara por si hiciera falta.
"La gloriosa calle Jujuy"
Después de un tiempo en Buenos Aires, en 1965 la familia Lambert regresó a Santa Rosa, "a la gloriosa calle Jujuy (así la define). Terminé la primaria, hice secundaria hasta segundo año en el Colegio de Curas (Domingo Savio), y estando ahí me entró el tema de la vocación sacerdotal... con Horacio Portalez, un compañero que ya no está, tuvimos la idea de irnos al seminario, pero cuando se lo conté a mi vieja me contestó: 'Ni se lo digas a tu padre'. Y ahí acabó esa historia. Pero lo cierto es que fui monaguillo... en tanto pasé por el Colegio Nacional y terminé secundario en el nocturno Ayax Guiñazú. Pero era muy vago para el estudio y ahí terminé", indica.
En el Correo.
Iba a comenzar a trabajar de cadete en el hotel Calfucura "cuando era de Galluccio y Pina, y después por un tío que ya no esta (Víctor Testa) entre al Correo como ordenanza. Al paso del tiempo, cuando me fui era segundo jefe de Correos de la provincia. Estaba a cargo de la parte comercial de la empresa Dumas hasta que en el año 2001, con un socio le alquilamos y nos hicimos cargo de la parte de Encomiendas; en el 2010 nos independizamos pero tuvimos muchos problemas y le vendimos a una empresa privada. Seguí trabajando con ellos hasta que me jubilé", reseña.
Tiempos de muchacho.
"¿La adolescencia? Linda época... los veranos en la pileta de El Prado, las salidas a Kascote, Amancay, La Capital... Pero cuando trabajaba en el Calfucurá me hice muy amigo de Beto Cenizo, cuyo hermano (Jorge) tenía un Siam Di Tella hermoso, así que los sábados a echarle nafta y arrancábamos para los bailes de algún pueblo", expresa.
"Si tengo que nombrar amigos o conocidos no termino más. Más tarde conocí a quien sería gran amigo, y que lamentablemente ya no está: con Eduardo Hernández éramos como hermanos", lo recuerda.
Los picados en la calle.
"Pero siempre desde la calle Jujuy... iba y venía... me casaba y me iba... pero siempre volvía a la Jujuy. Esa calle que cuando llovía corría el agua dejando un zanjón en el medio, pero que no era impedimento para armar los arcos con dos ladrillos y hacer el picado con los Estévez que vivían a la vuelta, El Pecoso Giunchi, Carlitos y El Pelado Vega, Daniel y Oscar Albarracín... Por ahí se asomaba René Teves (hijo de doña Octavia y hermano de Chito), que era arquero de All Boys y nos daba algunas indicaciones. Y si el partidito de fútbol callejero era a la nochecita nos corríamos a la esquina de Jujuy y Catamarca a jugar bajo el foco de la calle... En esas noches nuestros padres compartían algún mate en la vereda", recapitula.
Otros vecinos.
Se detiene en los recuerdos y repasa: "En una de las esquinas -1° de Mayo y Jujuy- estaba la familia Macera que con su chalet elevaba el nivel de la cuadra; enfrente don Tesio lustrando la cupecita Mercedes Benz negra con la que era el chofer de Emilio Werner; más allá doña Octavia Teves; el zapatero Rodríguez; la imprenta de Mario (se refiere a mi padre)... nunca olvido el ruido de sus impresoras y los bajones de luz cuando ponía las máquinas en marcha. Después esperando salir a la ruta el colectivo de Rolando Weigun (viajaba a Telén); El Turco Faiad y Miguelina... que hace poquito me dejó como herencia ser el único vecino que queda de aquella época hermosa, e irrepetible. En la otra esquina el colectivo de Cutín Pérez que hacía la travesía a 25 de Mayo, y con el que algunos domingos las familias salían a la ruta a comer un buen asado bajo los árboles", puntualiza.
El último.
De a ratos a Horacio le tiembla la voz... es como si de veras se sintiera el responsable de ser el último, el que apagará la luz del barrio que tanto quisimos, y añoramos.
Sólo sonríe cuando le comento que es "El último de los mohicanos", refiriendo a aquella película ambientada en 1757, en el transcurso de la guerra entre los ejércitos de Francia e Inglaterra en tierras norteamericanas por el control de las colonias. Sí, es el último sobreviviente.
Y responde con cierta desazón: "Todo se perdió. La nueva Santa Rosa lo fue absorbiendo todo para transformarse en la ciudad del celular, de la play... qué se yo. ¿O me estaré poniendo viejo", dice no sin cierto aire de decepción.
"Me voy quedando solo".
"A veces salgo a la vereda y me vienen todos los recuerdos de aquella época que no va a volver... Pero sabés, aunque la nostalgia me gana pienso que tengo que ser feliz de atesorar toda esa vida, y repaso con la mente a cada uno de los vecinos apreciados que habitaron este barrio. Hoy en cada casa hay otra gente, que tendrá su propia historia, otra esencia... Hace poquito se fue Miguelina y me voy quedando solo, aunque vos pasás seguido por aquí (me dice como agradeciendo)... Yo permaneceré hasta que el de arriba me lo permita para ser el que, de alguna manera, apague la luz del barrio que fue y que tanto quisimos... Me queda esa angustia, y ese consuelo", cierra emocionado.
Como dice Homero.
Y lo entiendo. Claro que sí. A lo mejor tiene razón Horacio y nos estamos poniendo grandes, pero lo cierto es que a mí también me agita su conmovida nostalgia. Esa que nos traslada en el tiempo y nos ubica entre la realidad y el más allá, para vernos como entonces. Con ese candor de muchacho, o de muchacha, que imaginábamos venturosos los tiempos por venir, sin suponer que un día este barrio en el que fuimos felices un día no sería más el de los rostros conocidos, el de las ternuras y los sueños compartidos... Porque cambió la vida... si al cabo, como dice Homero, "las calles y la luna suburbana... todo ha muerto. Ya lo sé".
Más que un montón de ladrillos.
¿Qué pasó con la conformación de los antiguos barrios de la ciudad?
Horacio Lambert ensaya algunas especulaciones: "Los viejos vecinos ya no están, y los hijos y descendientes o edificaron en otro lugar o fueron adjudicatarios de alguna vivienda. Y bueno, cuando a los más grandes les tocó irse muchas familias vendieron las casas paternas... Desde ya que si yo no estuviera, no tengo dudas, esta en la que estuve toda mi vida ya estaría vendida".
Se pone melancólico y sigue: "Para muchos es una calle con un montón de ladrillos... pero para mí cada espacio, cada rincón de esta casa, tiene recuerdos que morirán conmigo. Y en cada uno de ellos están presentes mis padres, mis abuelos, que vaya a saberse con cuánto sacrificio la construyeron".
"Me preguntás de Santa Rosa -contesta-, y digo que la veo muy cambiada, y que el progreso va borrando aquella ciudad en la que todos o casi todos nos conocíamos. Y creció mucho aún cuando es una de las capitales mas nuevas del país si la comparamos con las provincias de Cuyo, del Norte o el Litoral. Y para mí siempre será hermosa... habría que trabajar un poco más en el tema seguridad y saneamiento en los barrios más alejados, aunque como a todas las ciudades la pandemia fue uno de los motivos que afectaron a muchos sectores, y particularmente al comercio".
Considera a La Pampa "una provincia bien administrada. Para mí una de las cinco mejores aunque también sentimos el golpe de la pandemia, si bien nuestro gobierno estuvo a la altura de las circunstancias, tanto en salud como en la asistencia permanente, a todos los sectores productivos. Y además a este impacto del Covid hay que sumar que con el gobierno de Macri estuvimos muy postergados", opinó.
Es muy peronista Horacio, y se mostró optimista que el país saldrá adelante a pesar que el Presidente Alberto Fernández "recibió un país super endeudado. Ahora la prioridad es salir adelante, y en 2023 será la ciudadanía la que diga si sigue o no", completó.
Artículos relacionados