Domingo 03 de septiembre 2023

El aborto salva vidas

Redaccion 14/12/2020 - 21.43.hs

El derecho a interrumpir voluntariamente un embarazo de manera legal, segura y gratuita es una deuda, entre tantas otras, que el Estado argentino mantiene con las mujeres y cuerpos gestantes.
VICTORIA SANTESTEBAN
El jueves 10 de diciembre, en una sesión histórica de Cámara de Diputados cubierta por las noticias del mundo, la despenalización del aborto obtuvo una media sanción más holgada que en 2018. El clima en el recinto fue más pacífico que hace dos años, tal vez por la naturalización -por fin- de la palabra «aborto», tanto en la agenda parlamentaria como en el diccionario argento.
La vigilia verde aguardó en las calles y en las casas, estuvo en la soledad del aislamiento y en los aquelarres domésticos; impregnaba el aire la energía revolucionaria que alcanzaba a quienes vemos la esperanza de decisiones libres en el verde de los pañuelos.
El recinto dividido en colores después de más de 20 horas de sesión poroteó 131 a 117, imponiéndose el derecho a decidir de las mujeres y cuerpos gestantes.

 

Voces celestes.
La platea celeste se apropió del discurso del derecho a la vida, como si les verdes defendieran algo distinto. Otra vez se escuchó desde las bancas antiderechos los discursos hipócritas, mentirosos y poco empáticos, que tapados por la marea se agarraban de la potencialidad de la persona humana como la balsa desde la que buscaban salvar su doble moral. Sesgos clasistas e inquisitoriales se colaron en diputados y diputadas que usaron su fe para justificar la negación de derechos. El clasismo evidente tachó de reclamo burgués al de las de pañuelo verde y romantizó la pobreza disfrazando de «tradición» de las mujeres pobres el tener muchos hijos.
El debate por el aborto legal, seguro y gratuito ya registra antecedentes en 1930 en esta región del mundo y Alberto Fernández hace más de veinte años se pronuncia por la despenalización, pero el celestinaje insistió con que era oportunismo político y cortina de humo del oficialismo. Como toda vez que se discute la ampliación de derechos de personas históricamente vulneradas, la campaña del desprestigio y la banalización tildó el debate de jugada política: sucedió con el voto femenino, con el divorcio vincular, con la ley de matrimonio igualitario. También las vísperas de Nochebuena fueron recurso de los fieles para la evitación de algo tan sacrílego como la libertad y el goce de las mujeres. Corearon como villancicos que se acercaba Navidad, dando cuenta del disparate de su inventiva y del pretendido amalgame ciudadanía-credo. El miedo de quienes se rehúsan a compartir las bondades de la democracia impulsó los manotazos de ahogado. En la desesperación por un poco de aire en medio de la marea que sube alborotada, dijeron también que el número de muertes por abortos no era significativo y que las mujeres pampeanas no estaban preocupadas por el tema, como queriendo tapar el sol con la mano: el Foro Pampeano por el Derecho al Aborto es parte de las enormes olas verdes que los dejan en la orilla, desencajados.

 

Legal.
Desde 1921 el Código Penal permite el aborto en casos de violación o cuando la salud de la madre y/o de la persona por nacer se encuentra en riesgo. Los celestes mienten cuando dicen que no hay mujeres presas por abortar en Argentina, y omiten mencionar que incluso en los casos donde el aborto es legal desde hace un siglo, la dilación estatal adrede obstruye este derecho y criminaliza. Por esto la Corte Suprema en el fallo F.A.L. (2012) exhortó a agencias judiciales y de salud a abandonar las artimañanas ilegales que violentan, revictimizan y torturan a niñas, adolescentes y mujeres, obligándolas a parir y maternar.

 

Rol de madre.
El discurso celeste no defiende la vida: condena a muerte a las mujeres que osan desafiar el mandato hegemónico de maternidad. Los estereotipos de género encargados de dividir dicotómicamente al mundo, naturalizan imposiciones culturales, normalizando la reproducción como el rol femenino por excelencia. En sentencias que criminalizan a mujeres y cuerpos gestantes que descarriaron de la orden reproductiva no son fundamentos legales los que sustentan la condena, sino estereotipos de género demonizantes. Las mujeres son condenadas por abortar, las carátulas de sus expedientes rezan «homicidio calificado por el vínculo» en este afán punitivo de castigo ejemplar a eventos obstétricos, a decisiones sobre el proyecto de vida, sobre el propio cuerpo. Mientras el rol de padre se invisibiliza y aparece como opcional, se lee en sentencias que la mujer que abortó «incumplió con su rol de madre», que no es una «buena mujer», que tiene «frialdad afectiva» y carece del «natural amor materno filial». La abortera es la bruja que concibió con placer un hijo del diablo, al que descarta, sin remordimiento.

 

Aborto.
«El aborto es interrupción, porque es una práctica contra-hegemónica, que cambia la gestión y regulación de la reproducción familiar y heterosexuada, interrumpe el destino mandatado y resignifica los vínculos y el deseo», define Martha Rosenberg con precisión científica y poesía militante. Martha, como tantas otras argentinas, lucha desde hace más de medio siglo por este derecho postergado y recuerda que la maternidad no puede vivirse como obligación ni el aborto como estigma sociocultural y religioso. La penalización del aborto es una hoguera más contra la libertad sexual, contra el derecho al goce y al placer. La lectura del mundo en clave heteronormativa confunde sexualidad con reproducción y como castigo divino persigue, encarcela y condena a muerte a las pecadoras que disfrutan sin culpa, o a pesar de ella.

 

Será ley.
El 2018 marcó un hito en la historia argentina porque el aborto tomaba finalmente estado público con una intensidad sin precedentes. Aparecieron las voces acalladas por el miedo y la vergüenza que la clandestinidad hace carne, para decir por primera vez, «yo aborté». Las historias en primera persona confirman la denuncia de Favaloro: las ricas abortan sin problemas, las pobres mueren o van presas.
La sesión del jueves recuperó los años de lucha, y resumió sobre todo estos últimos dos, en los que la marea de glitter fluorescente encandiló al mundo. Los varones dijeron que debían empezar a escuchar más y hablar menos. Que debían acompañar, entender, deconstruirse y empatizar.
El 29 de diciembre la marea inundará las calles nuevamente, expectante, ansiosa por coronar la lucha que abuelas y madres empezaron. Para que hijas y nietas gocemos de derechos sexuales y reproductivos a la par de hijos y nietos. Para vivir vidas que elegimos. Para no tener miedos, ni culpas. Para no estar solas. Para ser iguales. Para ser soberanas. Para que a la libertad del alma la acompañe el cuerpo. Será ley.

 

Abogada, magíster en Derechos Humanos y Libertades Civiles.

 

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