Martes 26 de marzo 2024

Furcios y olvidos sobre tablas

Redacción Avances 12/09/2021 - 14.50.hs

En el artículo a continuación, el autor rememora y comparte momentos vividos en el teatro, detallando accidentes y olvidos de los actores o actrices. Muchos, son recordados hasta la actualidad. 

 

Juan Aldo Umazano *

 

Con el tiempo uno va recordando momentos que en el teatro son furcios, olvidos y otros accidentes. Esos que ni el actor ni el público esperan que suceda. Cuando se corre el telón, el actor como el boxeador, queda solo ante el público. Si se equivoca no puede decir “Esperen, me olvidé la letra” o, el boxeador, “no saqué el cros”. Una vez hecho el gesto o dicha la palabra, el tiempo no retrocede. A muchos de estos accidentes en el ambiente se los recuerda con humor. Voy a comenzar por casa.

 

Uno.

 

Cuando hacíamos La Tercera Palabra de Alejandro Casona y el protagonista tenía que tomar un látigo que debía estar arriba de un piano, resulta que el utilero se había olvidado de ponerlo. Apurado lo colocó en el mismo momento que el actor fue a tomarlo –el espectador vio una mano que ponía el látigo y otra que se lo llevaba–. A esto el público lo registró como un olvido del utilero, aunque el actor también es responsable porque antes de comenzar la función debe revisar si toda esa utilería liviana que utilizará, está en su lugar.

 

Dos.

 

En una creación colectiva, un personaje debía entrar rengo y decir “Aquí están las velas para las tortas”, pero dijo “Aquí están las tortas para las velas”, y salió por donde había entrado caminando sin renguear. Creo que estaba ganado por el susto de su debut en el teatro.

 

Tres.

 

Hay muchas que no suceden en escena, como la vez que fuimos a un pueblo y el encargado del salón dijo que no había camarines. Le preguntamos ¿dónde nos cambiamos? Hay que buscar un lugar. Veremos, dijo el hombre. Al rato regresó, puso un hilo dividiendo el espacio que estaba al lado del escenario, y detalló: “en este lado se cambian las mujeres y en este otro los varones. Cuando se fue reímos como locos. Después, vino otro señor, nos abrió dos piecitas que había en un lateral del escenario que eran los camarines.

 

Cuatro.

 

Otra, es aquella cuando un actor debía decir “Los cuervos nadarán en la abundancia”. Como tenía mala ortología, el público escuchaba “Los cuervos nadarán en la ambulancia”.

 

El director lo ayudó reemplazando la palabra abundancia por alegría. Entonces quedó,

 

“Los cuervos nadarán en la alegría”. La obra se llamaba La Gota de Miel, de León Chancerel. Quién la vio o la leyó no la olvidará; el argumento es un pastor que va a comprar miel a la pulpería y al llenarle el frasco, al pulpero se le cae una gota de miel. Entones el gato del pulpero va hacia la gota para lamerla, el perro del pastor va hacia el gato y lo ataca, el pulpero va hacia el pastor para defender su gato, el pastor va hacia el pulpero para defender su perro; de esa manea se desata una guerra mundial donde los hombres terminan peleando con ametralladoras, ejércitos, y aviones.

 

El texto es importante en el teatro, y en este caso se cambió una palabra sin traicionar al autor.

 

Cinco.

 

En una Ardiente noche de Verano, del inglés Ted Willis, un actor que estaba con catarro y debía gritarle a otro poniéndole la cara cerca y decirle “¡¡Noooo!!”, le salió flema de su pecho y se la pegó en la punta de la nariz. El que lo recibió, sorprendido trató de limpiarse con una mano, pero debió recurrir al pañuelo. Creo que sólo se dio cuenta el público de la primera y segunda fila, mientras el autor acatarrado no podía contener la risa.

 

Seis.

 

En una obra para niños donde se representaba la escena de un circo, antes de comenzar la función uno de los actores estaba fumando. Se acercó el encargado de la sala y le ordenó que apagara el cigarrillo por seguridad. El actor, pidió disculpas, y dijo: “Ya empezamos”.

 

Se apagaron las luces de la sala y el animador entró a escena anunciando. “¡Y ahora, nuestro  primer número: ¡Malabarismo con antorchas!!”

 

Siete.

 

Estos momentos, y otros que seguramente desconozco, sucedieron en el ámbito provincial. Pero en Buenos Aires, cuando se realizaban funciones durante toda la semana y sólo los lunes se descansaba, los actores se despedían y en la última función hacían algunas bromas. Hecho que el director no podía decirles nada porque el elenco al día siguiente estaba desintegrado y cada uno tenía su proyecto.

 

A esa última función, concurría gente del ambiente con las expectativas de saber cuáles eran esas travesuras. Cuentan que en una escena donde había una cuna de palo y bolsa (supuestamente adentro había un bebé) cuando dos actrices (la madre y la abuela del bebé) debían correrla, estaba clavada al piso. Hubiesen improvisado llevándose la criatura, pero la cuna estaba vacía. Entraron los tramoyistas, que eran los autores de la clavadura, y las ayudaron.

 

Ocho.

 

Eugenio Filippelli –el Tano– director argentino que realizó varias puestas en Santa Rosa, contaba que durante una función en Córdoba, el bombero que estaba en el teatro por seguridad y miraba la función entre bastidores, llevado por el drama entró a escena. Los espectadores no entendían por qué aparecía ese personaje, cuando se dieron cuenta, hubo una risa general. El bombero, registró lo que había hecho y volvió rápido a su lugar. La gente lo aplaudió.

 

Nueve.

 

En otra, el Tano hizo una puesta donde en tercer plano había un grupo de enmascarados. Como uno de ellos debía retirarse antes que termine la presentación, Eugenio lo autorizó y sin que nadie lo supiera, utilizó su disfraz y lo suplantó. Cuando en primer plano se jugaba la escena escuchó que un enmascarado le decía a otro; –“¿Dónde cenamos hoy?”–,– “No sé, yo ando seco”–, –“Que pague el Tano”–; –“Ese tiene un cocodrilo en el bolsillo”–, y rieron bajito.

 

–“Guarda que está en la platea–.

 

Diez.

 

En fin, las travesuras, los furcios, y las equivocaciones, suceden y sucederán siempre en el teatro y no son propiedad de lugares geográficos determinados.

 

Quizás las que suben al podio, son aquella cuando en Buenos Aires una actriz de renombre debía quejarse del dolor y decir “¡Que jaqueca que tengo!” y dijo, “¡Qué cajeta que tengo!

 

Once.

 

Otro, fue cuando un actor en “Fundación del Desengaño”, mientras miraba arribar una embarcación a lo lejos, debía comentar “Ya se ven las velas de Ayola”, dijo, “Ya se ven las Bolas de Ayela”.

 

* Colaborador. Actor, dramaturgo, director y titiritero.

 

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