Cuando la choza no es ajena sino propia
Señor Director:
Cada vez que aparece la noticia sobre alguna actividad de la agrupación Farolito, asociada al Proyecto Muralista (Cultura de la municipalidad) me viene a la memoria un trabalenguas que aprendí en la primera infancia y que me ha acompañado por siempre.
Hablo de María Chucena (a veces se escribe Chuzena), que dice: "María Chucena su choza techaba. /Un techador que atento miraba /le dijo: ¿Qué haces, María Chucena /techas tu choza o techas la ajena?" y continuaba "Ni techo mi choza /ni techo la ajena /techo la choza de María Chucena". Lo aprendí de mi madre y a medida que fui creciendo se me hizo presente de manera diferente. Hubo un tiempo en que me preguntaba por la interpelación del techador, que es todo un tipo. Pasaba por ahí (una versión dice: "y un techador que por ahí pasaba") o "atento miraba", o hacia ambas cosas: miraba atentamente en tanto pasaba, hasta detenerse para interpelar a María. Uno atiende aquello que le interesa, así que imaginé que estaba molesto, siendo techador, porque María no era del oficio y le quitaba trabajo. La respuesta de María suena disparatada; bien podía ser, sin embargo, que, fastidiada por el curioso, le contestase de esa manera para que supiera de su enojo, aunque tal vez se defendía al establecer que era su choza y allí hacía lo que le viniese en gana. Por cierto que yo había entendido que por tratarse de un trabalenguas no debía buscar otra intención que jugar con las palabras. Sin embargo, siempre he sospechado que la apariencia de inocencia y de juego es otra manera de sugerir, inducir o comunicar algo de manera hermética. O sea, esa cosa filosófica que toma lo aparente como telón detrás del cual se representa la verdadera comedia de la realidad. Todo puede ser un portador de sentido, aunque sea un mensajero inocente del trastelón.
Si alguien, ahora, se está preguntando qué tiene que ver María Chucena con la pintada del Mate, realizada merced al empeño de El Farolito, el proyecto municipal y el apoyo de Rossotto, le diré que a lo mejor nada. Nada de este lado del telón, salvo porque lo que hacemos nunca es algo gratuito (digo, sin sentido ni consecuencias). No existe el acto gratuito, a veces porque la falta de presentación esconde una intención, pero muchas veces, también, porque lo que hacemos responde a un impulso cuyas raíces sorben muy lejos. O cuyos efectos avanzan más allá de lo discernible en el momento. En notas recientes he mencionado el "impulso bueno", que mentaba un joven victoriquense en la revista Palestra. Este joven, creo, se había sorprendido ante actitudes y actos que no tenían explicación inmediata, y él sentía que debía develar ese sentido, porque era algo "bueno", algo que hacía bien a la comunidad donde se producía al tiempo que daba luz y transparencia a un aspecto de la vida de las personas del común, el cual aspecto confirmaba que todos, alguna vez, de algún modo, luchamos por hacer algo que va más allá del egoísmo, del interés, de la ganancia, de la fama. No techamos nuestra casa. Tampoco la ajena. Techamos (pintamos) la casa común, la que compartimos, la que nos contiene y nos posibilita.
Algunos dudan del valor educativo de algunas actividades que a veces emprenden maestros y alumnos de una escuela o del algún grupo vecinal. Tales como limpiar una calle abusada por la basura o los sitios del parque Don Tomás, no menos abusados por los que no tienen siquiera comprensión de que lo hacen contra sí mismos, contra "el rayo de su alma", como se lee en el verso de Víctor Hugo que menciono con cierta frecuencia. He participado o realizado en solitario algunas acciones de este tipo y puedo decir algo al respecto. No es que tales acciones revelen todo su significado, pero es indudable que en el momento de ejecutarlas los partícipes se sienten bien, distintos, mejores.
Dejemos, pues, que la eterna María siga techando. Nunca terminaremos de hermosear y consolidar la casa común. La cosa de todos.
Atentamente:
JOTAVE
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