Un escándalo que deja ver lo oculto
La semana que pasó tuvo como rasgo destacadísimo en el orden internacional uno de aquellos escándalos tremendos a los que no suele ser ajena la realidad inglesa, esta vez con un aditamento tan insólito como alarmante, y hasta peligroso: fue protagonizado por uno de los grandes diarios de la isla propiedad, a su vez, del Robert Murdoch, tenido por el más poderoso magnate del mundo en materia de comunicaciones, con potestad sobre más de un centenar de medios periodísticos en todo el planeta, especialmente en el hemisferio Norte.
El hecho expuso ante la opinión pública una cantidad de elementos que sacudieron las raíces mismas de la política inglesa, ya que reveló que el New of the World, el tabloide sensacionalista de mayor tirada en el Reino Unido, dedicaba considerables esfuerzos al espionaje de vida y andanzas de un variopinto espectro social y económico. El procedimiento abarcaba desde políticos a personajes de la realeza, pasando por familiares de soldados muertos en alguna de las aventuras bélicas del país. El motivo de ese fisgoneo es mezquino y no del todo convincente: conseguir primicias dignas de su escandalosa primera plana y mantener el ritmo de ventas del periódico. Además parece que la policía británica, que conocía la actividad, no ponía demasiado énfasis en frustrarla y que, oh casualidad, un alto jefe policial -que debió renunciar- había recibido favores materiales de un directivo del conglomerado mediático. Las críticas se acercan peligrosamente al primer ministro quien -ahora se supo- mantenía una discreta relación de amistad con el magnate periodístico.
Pero si a este sórdido asunto le faltaba algún condimento de mayor y más temible significado ya ha aparecido: un ex empleado del News, quien denunció que los periodistas del diario -a cambio de sobornos a los agentes- tenían acceso a tecnología policial para poder localizar personas mediante señales de móviles, apareció misteriosamente muerto en su departamento.
Obviamente el escándalo ha salpicado con fuerza a Murdoch y sus principales colaboradores, pero la condición del hecho se presta para ahondar el análisis respecto al ser y quehacer del llamado "gran periodismo" y constituye un caso paradigmático de cómo la actividad puede ejercerse en forma espuria. En principio es fácil ver que el diario cuestionado no es más que la pequeña punta de un gigantesco imperio mediático que le ha dado a su poseedor un poder enorme. El caso obliga a recordar aquella conocida máxima: "el poder absoluto corrompe absolutamente". No de otra forma puede comprenderse ese afán de información que no repara en medios. Pero también queda en evidencia lo que puede ocurrir cuando un medio de comunicación, o un conjunto de ellos, se trasforma en un megagrupo económico, con múltiples intereses cuya defensa pasa a ser el principal objetivo, dejando a un lado la misión de formar e informar, que se usa como vestimenta según la ocasión.
Cualquier similitud que se encuentre con hechos y personajes de estas latitudes no parece ser casual; basta recordar el poder que aquí se les dio a los grandes diarios porteños durante el menemismo cuando se les permitió que compraran las radios y canales de TV más importantes, algo que les estaba prohibido y las consecuencias de ese acto. El hecho se inserta dentro de una no nueva pero recién advertida tendencia del papel que cierto periodismo hegemónico juega en el acontecer mundial, no precisamente por intereses altruistas. El escándalo sacó la situación a plena luz pero conviene recordar que los intentos de las Naciones Unidas por mejorar esa situación y reducir el poder de las grandes corporaciones de medios fueron torpedeados por los países más poderosos décadas atrás.
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