Miércoles 30 de julio 2025

Carnaval con murga y con otros paisajes

Redacción 09/02/2012 - 03.54.hs

Señor Director:
Cosas de mandinga. No lo digo por el carnaval sino por algunos de sus efectos.
En todo el tiempo que pasé en las redacciones, febrero y sus carnestolendas eran tema heredado, del que había que hablar. Desempolvábamos sinónimos de carnaval: carnestolendas, comparsa, mascarada. Preguntábamos acerca de Momo. Le buscábamos parentescos con Baco y con Dionisos, las dionisíacas y las bacanales y hasta glosábamos algunas de las advertencias del cura, pues estas festividades remitían a usos y costumbres que habían sido expulsados porque tendían a agotar el sentido del existir en esta estada tan breve en la Tierra. Este, nos decían, era un lugar de tránsito y de prueba que decidía sobre lo que nos tocaría en el reparto de la eternidad. Cuando exprimíamos el magín creíamos entender que las carnestolendas subsistían y que, aunque execradas, eran toleradas porque descomprimían presiones subsistentes. Hacían el papel de los "disipadores de energía", de cuya existencia y función tuve conocimiento al conocer el puente dique de El Sauzal. Luego vería que nuestro cuerpo pedía más y más momentos de disipación... de energías. Eso me permitió entender por qué se había dicho que "el cuerpo es la morada del enemigo". Algunos colegas creían haber descorrido otra punta del secreto y proclamaban o repetían eso: que "Todo el año es carnaval". Sí, pero de eso no se habla, advertían otros. ¿Entonces?
Comencé a hacer periodismo cuando ya se empezaba a escuchar el dicho: "carnavales eran los de antes". Al principio descartaba la frase por entender que era fruto de la nostalgia. Contrastada con el efecto de los años sobre cada persona: uno tiende a descargar en el tiempo lo que es vivencia personal de la transitoriedad y brevedad de las experiencias que nos toca vivir en cada una de las etapas etarias. A medida que pasan los años el pasado se esmera en su maquillaje y cada vez parece más el paisaje de la edad dorada. Con el mismo ritmo, el futuro pierde esa capacidad de incitar o llamar hacia él, tentando sin precisar su oferta. En mitad del camino de la vida, diría sin menoscabo del Dante, cada persona tiene su momento de Jano, mirando hacia el futuro, pero creyendo ver que algo hay en el pasado que valdría recuperar o repetir. Después de ese momento, comienza el del tango: "toda mi vida es el ayer". Nos desalojan la esperanza y nos dejan a la intemperie.
Y ahora, dicen que vuelven, que han retornado. Las carnestolendas. La televisión busca convencer al mostrar morosamente a las comparsas que brotan en todas las ciudades y en sus barrios con tradición. O que son armadas porque ahora hay que llenar esos dos feriados "recuperados". Hay que llenarlos porque, además de todo, estimulan el consumo. El eje de la economía ha buscado apoyo en el consumo a la espera de que se recupere la producción. El ahorro es cosa de lejanos tiempos, aquéllos de la escuela y la libreta de la Caja, donde uno "compraba" la seguridad de su futuro.
¿No es esto el cielo? Fue lo que dijo Enrique IV en Canosa, luego de asegurarse la triple corona a cambio de haberse humillado a la intemperie casi desnudo durante tres días. El carnaval parece abrir las puertas de algún cielo, al que se puede entrar danzando frenéticamente, cada vez más expuesto, menos vestido, más cuerpito gentil... siempre que estemos hablando de cuerpos jóvenes, senos rotundos, traseros mórbidos, músculos, bultos todavía recatados. ¿Hasta cuándo, joven, para cuándo?
En mis últimas redacciones me obligaba a sembrar nostalgias de carnaval y corsos. De cuando los bailes se adueñaban de la noche, en lo que llamaban BASE Club: Belgrano, All Boys, Santa Rosa y Estudiantes: los cuatro clubes misteriosamente concertados para actuar en común. Ahora el baile es todo el año, en cien lugares, cada noche y la noche entera. Los madrugadores asisten al regreso de las bacantes y los faunos. Dionisos reina. Fausto dormita.
Atentamente:
Jotavé

 


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