Martes 16 de abril 2024

Consecuencias inesperadas

Redacción 16/02/2023 - 08.44.hs

Las consecuencias de las guerras siempre son dolorosas, pero en oportunidades también resultan inesperadas, insólitas. La observación puede aplicarse al ya prolongado conflicto entre Rusia y Ucrania, en el que uno de sus muy dolorosos aspectos ha pasado a incorporarse a nuestro país.

 

Es sabido que, ante la invasión de Ucrania por parte de Rusia, hubo una casi unánime reacción de Occidente –en especial Europa, que funciona como furgón de cola de los Estados Unidos— aplicando progresivamente varios tipos de sanciones, de intensidad progresiva, que fueron respondidas con similares por parte del país del este, dando lugar a un peligroso caos internacional que oscurece el horizonte futuro.

 

Sugestiva y aparentemente relacionada con la circunstancia bélica se ha dado en el país la llegada de una verdadera ola de mujeres rusas embarazadas, todas con el propósito explícito de dar a luz en la Argentina mientras ejercen una suerte de “turismo de parto”.

 

Los justificativos para esa actitud llaman a la prevención, si no a la desconfianza. El principal, se alega, es la legislación abierta y favorable que tiene el país para con los inmigrantes, condición esta que no tienen las mujeres rusas, ya que regresan a su país mayoritariamente. La otra es que, al nacer en Argentina, los niños tienen ciudadanía del país, que puede hacerse extensiva a los padres. Resulta endeble un tercer argumento que alega una prevención para que, teniendo nuestra nacionalidad, no puedan ser llamados a filas militares cuando tengan la edad debida, es decir dentro de alrededor de dos décadas.

 

Lo que resulta evidente es que un pasaporte como el que otorga la nacionalidad argentina abre muchas posibilidades en viajes y radicaciones internacionales.

 

También, hay que reconocerlo, Argentina resulta un lugar atractivo para las mujeres en trance de parir ya que cuenta con un buen servicio de salud, pública y también privada. Y es a partir de esa condición que las acciones llaman a una cierta desconfianza ya que aparecen organizaciones a caballo de ambos países que ofrecen todo el trámite, alojamiento e intérpretes incluidos, por la considerable suma de cinco mil dólares, ciertamente no al alcance de cualquiera, en Rusia o en otra parte. También –y ello es muy sugestivo— que esas entidades, que tienen declaradamente fines de lucro, están respaldadas en nuestro país por abogados (¡y jueces!) dispuestos a echar una mano cuando los organismos pertinentes, Dirección de Migraciones, por ejemplo, han comenzado a analizar el tema. Y no es para menos: se han registrado más de diez mil mujeres llegadas a Argentina durante el año pasado. El principal amparo legal de esos viajes es el preámbulo de la Constitución Nacional, que abre las puertas del país a las gentes de buena voluntad. Sin embargo –como señala un analista— “chicas con 33 semanas de embarazo no encajan con la figura de turista que alegan. Y lo mismo ocurriría en casi cualquier país del mundo, que no admiten falsas razones de ingreso”. Además mayoritariamente regresan a su patria.

 

Es que, al margen de la legalidad en que se amparan las organizaciones que promueven y ofrecen el servicio, late la posibilidad y el temor que detrás de esta curiosa tendencia funcionen algunas organizaciones relacionadas con la trata de personas, en cualquiera de sus variedades: vientres alquilados, venta de niños, tráfico de órganos… A esta altura de los acontecimientos se diría que es imprescindible seguir la pista de los recién nacidos y sus madres y, también, sus eventuales padres, de los que poco se dice.

 

Quienes sospechan de estas organizaciones subrayan la fluidez con que consiguen los ansiados pasaportes para niños y madres, un trámite que implica alrededor de cuatro meses. Una gestión similar, tratándose de latinoamericanos, conlleva como mínimo dos años.

 

Curiosidad o motivación buscada: en los anuncios promocionales del servicio (que las tiene en ambos países) la tradicional cigüeña es reemplazada por la imagen de un pingüino junto a un pasaporte de la Nación Argentina.

 

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