Sabado 27 de abril 2024

El que roba de un ladrón

Redacción 07/09/2023 - 08.29.hs

Un escándalo estalló en momentos en que el Museo Británico estaba comenzando la tarea de recaudar fondos para una renovación edilicia de consideración, que se supone costará más de mil millones de dólares.

 

JOSE ALBARRACIN

 

Que el Museo Británico con sede en Londres tenga un nuevo director, no debería ser una gran noticia internacional. Aún tratándose del tercer museo más visitado del mundo, su vida institucional suele estar teñida de esa aburrida solemnidad, tan habitual en Inglaterra. Sin embargo, este cambio de mando se produce en una situación bastante divertida, con la inesperada renuncia del anterior director (el historiador del arte Hartwig Fischer, de origen alemán) en medio de un escándalo por el robo de artículos de la colección que se encontraban en depósito. Todo lo cual renueva el histórico cuestionamiento a que Gran Bretaña tenga en su poder reliquias rapiñadas en todo el mundo desde sus tiempos imperiales.

 

Gemas.

 

Dos años atrás, un comerciante de arte había advertido a las autoridades del Museo que algún empleado infiel estaba intentando vender por E-Bay una cantidad indeterminada de "gemas de piedras semipreciosas y vidrio" que databan de varios milenios atrás. Aquella denuncia no fue atendida, y la situación se mantuvo callada hasta que el mes pasado se anunció el despido -aunque no el inicio de investigaciones penales- contra un empleado al que se sindicó como responsable.

 

A la evidente negligencia en el manejo de esta cuestión, que demuestra un nivel de seguridad preocupantemente bajo, se suma también el hecho insostenible de que esta institución sólo tenga inventariadas digitalmente unas 4.5 millones de piezas, lo cual representa apenas la mitad de su colección total.

 

Para colmo de males, el escándalo estalló en momentos en que el Museo Británico estaba comenzando la tarea de recaudar fondos para una renovación edilicia de consideración, que se supone costará más de mil millones de dólares. Habrá que ver cómo se las arregla el nuevo gerente (Mark Johnes, ex administrador del Victoria and Albert Museum) para convencer a los potenciales donantes de que esta vez se harán bien las cosas.

 

Rapiña.

 

La cantidad, tamaño y variedad de piezas exhibidas en Londres es impresionante. Desde una enorme estatua moai de la Isla de Pascua, hasta momias egipcias, pasando por los frisos del Partenón griego, nada escapó a la rapiña colonial del Imperio Británico. Algunas de esas piezas tienen historias complejísimas: por ejemplo, la llamada "piedra de Roseta" es un enorme fragmento de roca granodiorita "descubierto" por la expedición invasora de Napoleón a Egipto, en el cual se transcribe, en tres idiomas distintos, un edicto publicado en Memphis en el año 196 DC. Quiso la buena suerte -y el talento del científico Jean-François Champollion- que ese artefacto permitiera descifrar, por comparación y traducción, los jeroglíficos en los que se escribía el egipcio antiguo, y con ello tenemos hoy acceso a la fascinante historia de esa cultura de la Antigüedad.

 

Una hazaña científica, desde luego, pero también el producto de una gesta imperialista -la de la Francia napoleónica- y luego confiscada por los británicos en 1802 tras derrotar militarmente a los galos. Los frisos del Partenón tienen una historia parecida: el Museo Británico se apropió de más de una tercera parte de los 160 metros que originalmente tenía este exquisito bajorrelieve en mármol. Quiso la mala suerte que otro imperio (el Otomano, en 1687) tuviera la mala idea de transformar al Partenón de Atenas en un polvorín, que al estallar, hizo que el edificio y las esculturas que contenían sufrieran daños irreparables. Fue Lord Elgin, embajador británico en Constantinopla (hoy Estambul) quien consiguió que el emperador otomano le vendiera buena parte de esas estatuas.

 

La postura oficial del MB es que estas joyas de su colección no pertenecen a los países de las que fueron extraídas, sino a toda la humanidad. Sostienen que no existe una continuidad histórica ni política entre -por ejemplo- el antiguo imperio de Egipto, o la Atenas de Pericles, con los modernos estados de Egipto y Grecia. Y, en un tono más o menos racista, más o menos condescendiente, sostienen -al menos hasta este incidente de los robos- que estas obras están mejor cuidadas en Londres que en sus países de origen.

 

Reclamo.

 

En estas últimas semanas, varios gobiernos, incluyendo Grecia y Nigeria, han renovado sus reclamos de restitución de las obras apropiadas por los ingleses. Lina Mendoni, la ministra griega de Cultura, se despachó con una declaración afirmando que "el deplorable incidente del robo" en el MB provocaba "un serio cuestionamiento acerca de las condiciones de protección y seguridad de todas las obras exhibidas", y que "cualquier argumento sobre si los frisos del Partenón están más seguros en Londres que en Grecia ha caído al suelo".

 

Curiosamente, hace veinte años -cuando seguramente ni soñaba el puesto que le acaba de deparar la suerte- el nuevo titular del Museo Británico, Jones, adhirió a una campaña para "compartir" los frisos del Partenón entre Inglaterra y Grecia.

 

Por estos días se producen constantes noticias, en el ámbito del arte, acerca de obras que, por haber sido requisadas por la Alemania nazi a sus propietarios judíos, ahora están volviendo a los descendientes de las víctimas del Holocausto. El celo que se ha puesto en esta búsqueda y en la persecución de los mercaderes de estas obras robadas, ciertamente contrasta con la indulgencia que se dispensa a estos otros ladrones de guante blanco, que no sólo se niegan a restituir estos botines de guerra, sino que además los exhiben sin pudor, como muestra viviente de su pasado imperial.

 

El imperialismo, entonces como ahora, no sólo se dedica a empobrecer a los pueblos dominados quitándoles sus alimentos, sus recursos naturales y sus riquezas materiales. También los empobrece con el latrocinio de sus artefactos culturales, para lo cual cuenta -como siempre- con la colaboración de abyectos agentes locales. Esos que, desde la dominación imperial en la India, se conocen internacionalmente con el merecido nombre de "cipayos".

 

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