Lunes 22 de abril 2024

El ratón y el elefante

Redacción 02/05/2022 - 00.27.hs

El romance de más de medio siglo entre la corporación Disney y el soleado estado de la Florida, está tambaleando. Y el viaje de los sueños puede desaparecer del mapa.

 

PETRONIO

 

De un tiempo a esta parte es moneda corriente en los sectores medios argentinos, reemplazar la tradicional fiesta de los 15 años para las niñas de la familia, por un viaje con sus amigas al Walt Disney World de Orlando, Florida. Seguramente con la devaluación constante de la moneda en los últimos años esta tendencia haya declinado en algo, pero parece haber venido para quedarse. Las ventajas de este cambio son discutibles: el regalo del viaje viene a reemplazar lo que en realidad era un "rito de pasaje", o como se decía en otros tiempos, una "presentación en sociedad" de las niñas que habían alcanzado la madurez reproductiva y estaban aptas para el matrimonio. ¿Qué es mejor, seguir con costumbres atávicas del siglo XIX o promover en cambio la apertura mental que los viajes suelen deparar? ¿Mantener un rito de unión social u optar por una temprana exposición a la meca del capitalismo?

 

Mickey.

 

En cualquier caso, el consejo para las niñas que están haciendo planes de ir a conocer a Mickey Mouse en persona, es que se apuren en cumplir los quince. Porque, tal parece, el romance de más de medio siglo entre la corporación Disney y el soleado estado de la Florida, está tambaleando. Y el viaje de los sueños puede desaparecer del mapa.

 

Todo comenzó cuando el gobernador republicano de ese estado sureño, Ron de Santis, impulsó una legislación conocida oficialmente como HB 1557, pero, más popularmente, como "Don't say gay" ("no digas gay") tendiente a prohibir terminantemente en las escuelas una serie de contenidos de educación sexual, y en particular, sobre la cuestión de la orientación sexual y los derechos de la comunidad Lgbtq+. La nueva ley no sólo restringe lo que las escuelas pueden enseñar sobre la cuestión de género, sino que limita seriamente su posibilidad de brindar contención o asesoramiento a estudiantes con problemas derivados de su orientación sexual.

 

No se trata de ninguna originalidad del gobierno de Tallahassee: al parecer, en lo que va del año han habido alrededor de 300 proyectos legislativos presentados en EEUU -obviamente, por legisladores republicanos- que buscan reducir derechos a las diversidades sexuales. El problema es que, en Florida, la corporación Disney, que produce contenidos destinados a la niñez, resolvió contra todo pronóstico tomar una postura crítica contra la HB 1557.

 

Status.

 

La respuesta de Di Santis no se hizo esperar: anunció que ese emporio del entretenimiento perderá su rol privilegiado en el estado, y en particular, sus facultades de cuasi auto-gobierno en el condado de Reedy Creek Improvement District, creado especialmente hace más de medio siglo para permitir el asentamiento del así llamado "lugar más feliz del mundo".

 

Créase o no, como condición para el establecimiento de ese centro vacacional -el más concurrido del mundo- la compañía requirió estar exenta de regulaciones estaduales, y de hecho, hoy por hoy tiene su propia policía, su propio cuerpo de bomberos, su propio sistema de impuestos, y su propio código de edificación. Es lo que ocurre cuando un estado relativamente débil -Florida en los años '60 era un páramo rural con poco más de 6 millones de habitantes- se enfrenta a una gran corporación: es lo que ocurre, por ejemplo, con las condiciones que la FIFA impone a los países organizadores de los mundiales de fútbol.

 

El conflicto, impensado hace unos pocos años atrás, podría llegar a dañar severamente la economía de Florida, hoy por hoy -y en buena medida gracias a DisneyWorld- la décimo quinta economía del mundo, por encima de Holanda, Taiwan o Arabia Saudita.

 

Moral.

 

De pronto el partido republicano estadounidense se ha convertido en una cruzada algo delirante contra enemigos invisibles, producto de las teorías conspirativas que ellos inventan y terminan por creer. Tal parece que les alarmó una estadística reciente que habla de un crecimiento de la población joven que decide "salir del placard" y asumir una identidad sexual alternativa. Y al parecer creen que imponiendo la censura en las escuelas lo van a "remediar".

 

Es curioso que recién ahora se les de por fijarse en la compañía Disney, a la que bien podría acusarse, también, de estar corrompiendo a la juventud con sus mensajes y personajes.

 

Como bien se encargó de señalar hace cincuenta años el chileno Ariel Dorfman en su "Para leer al Pato Donald", los personajes de Disney no representan lo que se dice una familia normal o funcional. Curiosamente, nadie es padre ni es hijo. Nadie procrea, ni siquiera se casan: Donald jamás formaliza con Daisy, ni viven juntos. Será por eso que es tan malhumorado. A su vez, hay tres niños patitos, pero son sobrinos de todo el mundo, sin que se conozca a sus padres. La única forma de establecer alguna jerarquía familiar parece ser el dinero, y la única forma de obtenerlo, un golpe de suerte.

 

Este caos familiar nunca les importó a los conservadores norteamericanos, en tanto y en cuanto Disney se moviera agresivamente como una compañía capitalista, y mientras en sus sus contenidos para la niñez se mantuviera esa impostura de la inocencia. Acaso esos parentescos extraños hayan sido creados ex profeso, para que no aparentar ni la insinuación del sexo que suele preceder a los nacimientos.

 

La pelea va a estar para alquilar balcones. El ratón de Disney contra el elefante del Partido Republicano. ¿Quién ganará?

 

PETRONIO

 

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