Entre el fantasma del Capitolio y la promesa del indulto
Como en la ley del gallinero, todo estiércol político termina por derramarse hacia abajo. Ocurrió en Brasil, donde en un complot se procuró evitar la asunción del presidente Lula da Silva. Y podría ocurrir también más abajo, en nuestro país,
JOSE ALBARRACIN
El lunes pasado tuvo lugar, en el Capitolio de Washington, el acto de certificación, por parte del Congreso de EEUU, del resultado de las elecciones presidenciales de octubre pasado, tal como dictaminara previamente el Colegio Electoral. Se trata de un acto protocolar -previsto en la Constitución- que normalmente no atrae demasiada atención. Este año, lo más llamativo hubiera sido que la candidata demócrata derrotada fue quien, en su condición de vicepresidente, tuvo la tarea de presidir estos procedimientos, y cumplió su rol con el profesionalismo esperable, en el marco de un proceso de transmisión pacífica del poder de un partido a otro. Sin embargo, y aunque no haya mediado palabra alguna al respecto, se cernía en el horizonte el fantasma de otro 6 de enero, el de cuatro años atrás, cuando los partidarios del presidente que asumirá en dos semanas irrumpieron violentamente en el Capitolio intentando evitar, precisamente, la certificación de la derrota que éste había sufrido en las elecciones de 2020.
Evidente.
Lo que ocurrió aquel día no admite mayores dudas, y lo vio todo un mundo espantado. Hay decenas de miles de horas de filmaciones, miles de celulares secuestrados, y casi mil seiscientas personas que fueron sometidas a proceso por aquellos desmanes. Es que aquel acto de vandalismo, que arrojó pérdidas por un monto estimado en más de mil setecientos millones de dólares, constituyó acaso el crimen colectivo más grande de la historia de la humanidad.
De aquellos procesados, más de la mitad se declaró culpable de sus crímenes, y otros 200 fueron condenados -tras el debido proceso legal- a penas que variaron entre unos pocos días en cárcel, hasta 22 años de prisión por sedición. El mismo lunes, en la misma conferencia de prensa en que anunció su voluntad de anexar a EEUU el Canal de Panamá y la isla de Groenlandia, sin descartar el uso de la fuerza, el presidente electo Donald Trump se excusó de adelantar lo que es un secreto a voces, e incluso él mismo ha adelantado en varias oportunidades: que una vez en el poder indultará a todos estos fascinerosos partidarios suyos.
Esas miles de personas no fueron al Congreso de picnic: fueron convocadas por el propio -entonces presidente- Trump, con la falsa narrativa de que las elecciones que perdiera habían sido fraudulentas, y tras un discurso callejero en que les pidió que fueran a protestar "pacífica y patrióticamente", aunque no sin resaltar que "nosotros peleamos como demonios". Sólo el apoyo de los genuflexos legisladores republicanos impidió que prosperara el juicio político al instigador de aquellas tropelías. Y es que aquella tarde, lejos de impedir los desmanes, permaneció horas mirando todo por TV, para luego convocar a la retirada, con este mensaje a los perpetradores: "Los amo. Son muy especiales. ¡Recuerden este día para siempre!"
Narrativa.
Aún cuando ese probablemente sea el verdadero pensamiento del lider republicano -en estos días se refirió al 6 de enero de 2021 como "un día de amor"- su narrativa fue variando con el tiempo.
Cuando parecía que se le venía la noche, trató de distanciarse de los sediciosos, describiendo lo ocurrido como "un atroz ataque al Capitolio" o "una calamidad", prometiendo que los responsables "deberán pagar" por sus actos. En esos momentos soportó la condena de muchos miembros de su partido, y las encuestas indicaban que más del 60% de la población lo consideraba responsable del ataque. De hecho, por decisión suya no existió un comité de transición entre gobiernos, y hasta faltó personalmente a la toma de posesión de su sucesor Joe Biden, algo inédito en la historia.
Sin embargo, poco a poco las fake news y las teorías conspirativas inundaron las redes. Y personajes de peso comenzaron a poner en duda las causas de lo ocurrido. En principio le atribuyeron la autoría a Antifa, una organización militante de izquierda, que se hizo notoria en las marchas de 2020 por la muerte del ciudadano negro George Floyd, en Minneapolis, a manos de la policía.
Ni lerdo ni perezoso el periodista de Fox News, Tucker Carlson, lanzó su propia hipótesis, según la cual todo habría sido un show armado por el FBI y el "estado profundo", una barrabasada que, de todos modos, fue repetida por Trump en su conferencia de este lunes. Para esta versión, los revoltosos habrían sido actores disfrazados de simpatizantes de MAGA, cuando los auténticos partidarios presentes observaron la conducta de "una visita turística normal".
Un hit.
Con el cambio de tendencia, y con la necesidad imperiosa de volver al poder para salvarse de los múltiples procesos civiles y penales que se le seguían, Trump pronto comenzó a cambiar el discurso, refiriéndose a los sediciosos como "héroes" y "patriotas", y a los encarcelados por el hecho como "rehenes" y "perseguidos políticos".
En un gesto inequívoco, el propio ex presidente participó con su voz en la grabación de una canción, basada en el himno nacional, cantada por un grupo de reclusos del así llamado "Pabellón de los Patriotas", que le permitió luego fanfarronear que ese tema musical era el más reproducido en las plataformas de iTunes y Amazon.
Ahora se sabe que -gracias a la Corte Suprema adicta que él mismo nombró- Trump nunca deberá afrontar a la justicia por sus actos de aquel día. De hecho, ha insinuado que dentro de cuatro años -y aunque la Constitución no se lo permite- permanecería en la Casa Blanca, incluso sin necesidad de elecciones.
Tiene sentido recordar todos estos hechos, porque como en la ley del gallinero, todo este estiércol político termina por derramarse hacia abajo. Ocurrió en Brasil, donde en un complot casi calcado -y hasta con cierta participación militar u policial- se procuró evitar la asunción del presidente Lula da Silva, y se vandalizaron las sedes de los tres poderes del Estado. Y podría ocurrir también más abajo, en nuestro país, actualmente gobernado por el presidente del club de admiradores de Trump, que como éste, se ha caracterizado en su primer año de mandato por el más olímpico desprecio por la institucionalidad y la Constitución nacional.
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