Martes 23 de abril 2024

Las redes antisociales

Redacción 03/11/2022 - 08.39.hs

Parece una buena noticia que las compañías dedicadas a la explotación de las llamadas "redes sociales" vengan teniendo un mal año y acusando un declive prolongado en el tiempo.

 

JOSÉ ALBARRACIN

 

La semana pasada un hombre ingresó en California a la casa de Nancy Pelosi, la líder de la bancada de diputados demócratas en EEUU, y atacó a su marido con un martillo, fracturándole el cráneo. Su plan era secuestrar a Pelosi -acaso la mujer más poderosa de Washington- y "fracturarle las rodillas por mentirosa". Los investigadores que lo arrestaron y procesaron detectaron rápidamente que el sujeto tenía la cabeza carcomida por teorías conspirativas, adquiridas en redes sociales. Acaso una pericia psicológica revele un cuadro similar en los involucrados en el intento de magnicidio producido en Argentina el 1 de septiembre.

 

Declive.

 

Desde esta perspectiva, parece entonces una buena noticia que las compañías dedicadas a la explotación de las así llamadas "redes sociales" vengan teniendo un mal año, y acusando un declive prolongado en el tiempo. Meta -la compañía propietaria de Facebook, Instagram y Whatsapp, entre otras aplicaciones- tuvo una caída en la cotización de sus acciones de un 60%. Twitter, que acaba de cambiar de dueños, dejó de cotizar en bolsa para evitar esos avatares. En todas estas empresas se vienen verificando recortes de gastos y despidos de personal, cuando hasta hace poco tiempo, parecía que no había techo para su crecimiento.

 

Facebook cambió de nombre por "Meta", tratando de posicionarse como pionera en el llamado "metaverso", una suerte de realidad virtual aumentada, asociada con los juegos electrónicos y la inteligencia artificial. Los inversores y publicistas no se han impresionado con la novedad: los números marcan una continua pérdida de usuarios, especialmente jóvenes, que están migrando hacia otras redes como Tiktok.

 

Para mayor desgracia del CEO Mark Zuckerberg, la compañía ha perdido billones de dólares en ingresos publicitarios, desde que el año pasado Apple introdujo modificaciones en su sistema operativo, para proteger mejor la intimidad de los usuarios del Iphone y hacer más difícil que las apps los rastreen para bombardearlos con ofertas. Sería saludable que otras compañías fabricantes de teléfonos imitaran ese ejemplo.

 

Pajarito.

 

Twitter, en tanto, nunca tuvo ni la cantidad de usuarios ni los ingresos de Facebook, pero tenía una buena fama como plataforma para el debate político, en particular, por su sistema de moderación de contenidos, y de control de las noticias falsas y teorías conspirativas, en cuyo nombre hasta llegó a cancelar la cuenta del entonces presidente Donald Trump.

 

Sin embargo, desde que la semana pasada se concretó finalmente la adquisición por parte de Elon Musk, la compañía atraviesa una crisis profunda, con despidos masivos, retracción de los contratantes de publicidad, y una creciente incertidumbre con respecto a los cambios que se vienen en materia de moderación de contenidos. Los políticos de derecha se vienen restregando las manos avizorando un escenario más propicio para su prédica ponzoñosa. Mientras tanto, un reporte reciente revela la existencia de una preocupante cantidad de contenido antisemita en el tráfico de información de esta plataforma.

 

La que viene cosechando a todos los descontentos, en cambio, es Tiktok, la app china que no para de crecer en cantidad y fidelidad de seguidores. Sin embargo, tiene un punto vulnerable, y es precisamente el origen chino de su compañía madre, Bytedance. Aunque ya no con la virulencia de los tiempos de Trump, las autoridades regulatorias de EEUU la tienen entre ceja y ceja por la sospecha de que la información que recolecta entre sus usuarios pueda representar una amenaza para la seguridad nacional.

 

Sin embargo, la enorme popularidad de este sistema -que comenzó como una red de intercambio de coreografías de danza amateur, para extenderse a virtualmente todo tipo de contenido- hace difícil que los políticos en Washington se arriesguen a una clausura directa.

 

Las otras.

 

Fuera de estas tres, el mercado se divide en una miríada de otras aplicaciones como Snapchat, True Social o Rumble, que se presentan como sitios alternativos con énfasis en la libertad de expresión, pero que apenas si alcanzan a levantar el amperímetro. Sobre todo, porque los beneficiarios directos de esa "libre expresión" son activistas y políticos de derecha que aprovechan esas vías para divulgar contenido tóxico, que los medios de comunicación serios se niegan a considerar.

 

Por debajo de ese radar vienen creciendo lentamente otras aplicaciones más destinadas al público joven, como BeReal o Gas, pero el propio público al que apuntan, cambiante por definición, las hace más volátiles (¿alguien se acuerda de Fotolog?)

 

Como quiera, resulta innegable que las regulaciones estatales siempre están varios pasos por detrás de estos desarrollos, y que independientemente de los efectos políticos perniciosos que están teniendo (¿alguien duda de que la proliferación de movimientos fascistas está relacionada con este fenómeno tecnológico?) los efectos sobre la psiquis y la intimidad de las personas son de por sí preocupantes, cuando no delictivos.

 

A nadie se le escapa que cuando contrata a un plomero o se vende un artículo usado, ese nuevo contacto de Whatsapp luego aparece como "amigo" en Facebook o Instagram. O que cuando estamos hablando en casa sobre la lista del supermercado, el teléfono nos está escuchando, y nos aparecen publicidades de los artículos que pensábamos comprar.

 

Las redes sociales no son medios de prensa, exentos por definición de la regulación estatal. De hecho, se escudan en que precisamente, no son quienes producen los contenidos que divulgan. Según dicen, son como un bibliotecario que no hace más que alcanzarte el libro que escribió otro, de cuyo texto no se hacen cargo. Pero un bibliotecario no te persigue para venderte cosas, ni se hace millonario a tu costa, ni te espía, ni violenta tu intimidad y tu imagen para usarlas como mercancía y venderla a terceros.

 

Está visto que, tanto aquí como en tantos otros campos, la "autorregulación" no ha funcionado.

 

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