Sabado 20 de abril 2024

Lecturas de inodoro

Redacción 18/06/2023 - 00.22.hs

Como suele decirse en la inmensidad leguminosa de La Pampa agreste e indómita por estos tiempos de feroces heladas, "a cada chancho le llega su San Martín". El porcino de turno es el ex presidente Donald Trump, a quien esta semana le cayó su segundo procesamiento por los crímenes cometidos durante su paso por la Casa Blanca. Por supuesto, seguimos con asuntos colaterales, nadie lo juzga por las cuestiones realmente importantes como el haber atentado contra la democracia y promovido un golpe de Estado. El anterior procesamiento fue por haberle pagado a una prostituta para que no cuente historias. Ahora lo llevan a juicio por haberse llevado a su casa una tonelada de documentos oficiales clasificados.

 

Amiga.

 

El hombre tiene suerte, no hay duda. Este juzgamiento justo le vino a caer en manos de una juececita novata de la Florida, que él mismo designó en el cargo, y que tiene casi cero experiencia en juicios penales. No se sabe cuáles habrán sido los favores prometidos, pero se sabe bien que Trump (aunque no se le conozcan habilidades de costurero) nunca da puntada sin hilo.

 

Los detalles de la investigación no dejan de ser pintorescos. El tipo cargó cajas y cajas de documentación pública y se los llevó a su mansión (casi un parque temático de Disney) de Mar-a-Lago, en Palm Beach, cerca de Miami, y, lejos de mantenerlos más o menos en secreto, se los mostraba con entusiasmo a cuanto visitante llegara a su morada. Muchos de esas personas ni siquiera tenían autorización oficial ("clearence") para acceder a material tan delicado, que incluía datos sobre el sistema de armas atómicas de USA, y estudios de sus vulnerabilidades para el caso de un ataque militar externo. Vale decir, documentos que realmente comprometían la seguridad nacional.

 

Pero bueno, ¿quién no ha fanfarroneado un poco, en un asado con amigos, con alguna pertenencia algo exótica o inusual? El hombre habrá creído que tenía derecho a conservar algunos souvenires.

 

Inodoro.

 

Pero no acaban ahí las excentricidades del caso. Resulta que, como se puede comprobar en las fotografías reveladas por el FBI cuando allanó las distintas dependencias de esa enorme propiedad inmobiliaria, las cajas en cuestión no estaban estibadas en lugares adecuados, ni siquiera estaban reunidas en un archivo formal. De hecho, una de las fotos muestra una gran cantidad de esas cajas apiladas en un baño, más precisamente, junto a un inodoro.

 

Existe la tentación de suponer que Trump las contemplada cantando "Promesas sobre el bidet" de Charly García, pero es bien sabido que el ex presidente no tiene ningún talento para la música, ni para el idioma español (que detesta con pasión racista) y, para el caso, tampoco tiene bidet en su baño, como la enorme mayoría de sus connacionales. Y eso que el mercado les ofrece unos bidets con una tecnología espectacular, incluso para practicarse selfis durante el aseo.

 

La escena no tiene nada de artística. El obeso hombre naranja, sentado en el toilete, acariciando fojas y fojas de información confidencial con sus dedos algo contaminados, mientras por el otro extremo de su humanidad, la biología hace su trabajo de eliminación de residuos patológicos.

 

Al fin y al cabo, estamos hablando de una personalidad compleja. A lo mejor leer sobre bombas atómicas le proporcionaba alguna explosiva solución a su problema de tránsito lento.

 

Constanza.

 

No es una escena agradable, es más bien un asquete. Pero nada en Trump es original, y de hecho, ya la TV se había encargado de proveernos una situación similar, hace tres décadas, en una de las series cómicas más exitosas de la historia, llamada "Seinfeld". Un programa que, según sus creadores, se trataba "de nada", aunque en realidad ponía el bisturí sobre la neurosis urbana neoyorquina, encarnada por cuatro personajes que -como Trump- eran banales, algo pusilánimes, y estaban empeñados en no crecer ni en comprometerse.

 

En uno de los capítulos, uno de ellos, George Constanza -un gordito pelado bastante poco atractivo y con cero talento- visitaba una de esas enormes librerías de la Gran Manzana, y se llevaba un libro con ilustraciones para entretenerse mientras hacía sus necesidades en el baño. Una cajera que lo descubre, lo obliga a comprar el maldito libro, cosa que él pretende resistir como a la peste, pero sin éxito alguno.

 

De un episodio tan miserable la serie se encargaba de sacar un enorme jugo de comicidad, encadenando uno tras otro los chistes sobre la desventura de Constanza y la maldición de tener que cargar con un libro contaminado (casi, casi como el de "El nombre de la rosa" de Umberto Eco).

 

No le hará gracia a Trump que lo asocien con George Constanza. Pero comparte muchas de las facetas de esa personalidad ficticia. También Trump odia la lectura. También -para el caso- vive en y de la televisión. Y seguramente podría suscribir, como el embustero personaje de "Seinfeld", que "No es una mentira si vos mismo te la creés".

 

Mundo curioso, ahora parece que los que en el frente de guerra en Ucrania le hicieron un homenaje a Constanza, con un tenebroso grafitti que diría, más o menos: "No es un crimen de guerra si vos lo disfrutaste".

 

Como dicen, la vida imita al arte. El problema es que, cada vez, la vida es menos vida, y el arte es menos artístico.

 

PETRONIO

 

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