Lunes 22 de abril 2024

Los árboles que nos miran

Redacción 24/07/2022 - 11.08.hs

Siete árboles que se habían plantado en homenaje a las víctimas del campo de concentración alemán Buchenwald fueron aserrados y volteados esta semana, en lo que se interpreta como un acto de vandalismo por parte de grupos negadores del Holocausto. Las jóvenes hayas habían sido plantadas en 2015 a lo largo de un camino de casi 190 kilómetros, el mismo por el cual, en abril de 1945, los nazis obligaron a marchar a los prisioneros de ese campo de detención, ante la inminente llegada de las tropas aliadas. Uno de esos árboles recordaba a los 1.600 niños que murieron en ese campo, uno de los más importantes escenarios de la barbarie nazi, por donde se calcula pasaron, entre 1937 y 1945, unos 250 mil prisioneros, de los cuales se estima que al menos 56.000 murieron allí.

 

Hayas.

 

Buchenwald -que en alemán significa "bosque de hayas"- tiene no poca importancia simbólica, además de las terribles cifras de víctimas. Cercano a la ciudad de Weimar, allí se cometió todo tipo de atrocidades, incluyendo experimentos médicos con los prisioneros. Cuando arribaron las tropas norteamericanas -al mando de quien luego sería el presidente Dwight Eisenhower- descubrieron a 21.000 internos que, tras amotinarse, acababan de tomar el control del campo y aprisionar a los guardias. El comandante norteamericano insistió en que ciudadanos alemanes de ciudades vecinas al campo fueran a conocerlo, para ver el horror que el gobierno nazi había perpetrado en sus nombres.

 

Parece más que adecuado que se recuerde a aquellas víctimas plantando árboles, como en este caso hicieron sus descendientes. Eso hace también especialmente atroz el ataque de estos vándalos anónimos, que de este modo continúan apostando a la muerte. Incluso a sabiendas de estar cometiendo un delito grave: en Alemania la ley pena como tal a la negación de la verdad histórica en relación al Holocausto.

 

Pero si algo hemos aprendido durante la pandemia es que nunca existirá unanimidad entre la raza humana, y que siempre habrán entre nosotros algunos aliados de la muerte. Mientras la mayoría nos esforzábamos por el aislamiento y la vacunación, otros estaban conspirando, traicionando a sus congéneres.

 

Noticia.

 

Curiosamente, durante esta semana los discretos árboles, tan dados a pasar desapercibidos, fueron noticia por varios motivos. Un artículo del periodista Sach St. George, de Baltimore, EEUU, da cuenta de la vigorosa existencia de un movimiento universal dedicado a la plantación de árboles, que viene haciendo progresos significativos. El objetivo -tal como lo formulara ante la ONU en 2011 un niño alemán llamado Felix Finkbeiner- implica la incorporación global de un billón de nuevos árboles al ecosistema, que se ve como la alternativa más directa y eficaz para combatir el cambio climático.

 

Como es sabido, los árboles están compuestos principalmente de carbono, tan luego el mineral que causa el calentamiento global: por su capacidad para almacenar ese elemento, son un recurso natural y accesible, mucho más sencillo que los "créditos de carbono" propuestos desde la Convención de Kyoto. Para no hablar de su función en el mejoramiento de la atmósfera, y como hogar para la biodiversidad.

 

Es realmente estimulante tomar nota de la enorme cantidad de organizaciones no gubernamentales que hoy por hoy están dedicadas a este esfuerzo, que por cierto tiene mucho sentido, si lo que se busca es revertir el impacto que ha tenido la humanidad en el ecosistema. Conforme un estudio publicado en la revista Science en 2019, por un grupo de investigadores liderados por Jean-François Bastin, la agricultura es responsable de la desaparición de la mitad de los árboles que existían en el planeta antes de su advenimiento.

 

Anillos.

 

Otro artículo publicado esta semana da cuenta de una ciencia poco conocida, que también involucra a los árboles y al medio ambiente: la dendrocronología. Básicamente se trata del estudio de los anillos que se van formando en el tronco de los árboles, los cuales reflejan el nivel de crecimiento anual, y por ende, sirven como un registro irrefutable sobre los períodos de bonanza y de sequía en el clima circundante.

 

Es hasta poético observar cómo esos troncos seccionados, con su centro oscuro y radiante, del que parecen salir rayos hacia el exterior, se parecen curiosamente a las imágenes que -también esta semana, gracias al telescopio James Webb- nos vienen del universo y su miríada de estrellas.

 

Como es sabido, algunos árboles llegan a vivir varias centenas de años, por lo que proveen un registro fidedigno de la historia climática del área donde se encuentran plantados. Si a eso le sumamos que -sobre todo en Europa- sobreviven troncos que fueron empleados para construcciones medievales, se ha llegado a escribir una historia climática que se remonta a más de un milenio detrás. Como el período histórico en cuestión va mucho más atrás que la Revolución Industrial del siglo XIX, hoy se ha determinado con certeza que el presente ciclo de sequía que asola vastas zonas del planeta es el más severo del que los árboles tengan memoria. Y nosotros somos los principales sospechosos.

 

De modo que -sin necesidad de acudir a la ficción de Tolkien y su "El Señor de los Anillos"- tal parece que los árboles no sólo nos acompañan, silenciosos, y nos regalan su sombra, incluso a los vecinos que insisten en arrancarlos de su vereda. También nos están observando. En las tardes ventosas, incluso, se los escucha murmurar. Si se quejan, es con razón.

 

PETRONIO

 

' '

¿Querés recibir notificaciones de alertas?