¡Qué rara la Tierra!
Aunque cueste creerlo, el mercado de las tierras raras es en realidad muy poco significativo en términos económicos. Ese sector representó una cifra ridícula si se la compara con el mercado de la energía y hasta con el del café.
JOSE ALBARRACIN
Cumplido el objetivo de ganar un mayor control sobre Sudamérica, al establecer un gobierno títere en Argentina -favorecido por las nuevas tecnologías que permiten manejar la botonera desde Washington- Donald Trump se encaminó esta semana, victorioso, a su viaje asiático. Allí lo esperaba su encuentro con la nueva primera ministra de Japón (primera en todo sentido, ya que nunca antes una mujer ocupó ese cargo) Sanae Takahichi, una ex baterista de rock metálico que comparte la afición de Trump por el béisbol, y que ya asumió conociendo el protocolo de halagos y pleitesía obligatorio para tratar con el presidente norteamericano. Pero a éste lo espera una tarea mucho más delicada y definitoria para la suerte de su gobierno, y es la negociación con Beijing por un acuerdo comercial global, en el cual debe lidiar con la planificación, la paciencia, la efectividad y la superior memoria de mediano y largo plazo de su contraparte.
Liberación.
Cuando el pasado 2 de abril, proclamado como "Día de la liberación" la Casa Blanca estableció un inédito aumento de aranceles de importación a casi todos los países del mundo -pero especialmente a China- se le generaron varios problemas que no parece haber calculado demasiado. El primero de ellos fue que, lejos de apichonarse, China contestó imponiéndole aranceles recíprocos a las importaciones norteamericanas, lo que no dejó contentos a los productores yanquis de soja, que perdieron así ese mercado a manos de Brasil y Argentina.
Esos mismos sectores agroindustriales, que están en el corazón de los estados que más respaldan el movimiento MAGA, pusieron el grito en el cielo cuando la misma administración decidió un salvataje de 20 mil millones de dólares a favor de nuestro país, que de tal suerte habría sido doblemente beneficiado en detrimento de los propios norteamericanos.
Por supuesto, el plan no es "hacer grande de nuevo a Argentina": si EEUU consigue desacoplar el comercio argentino de China, en particular, desactivando el SWAP de monedas vigente entre ambos países, peligra seriamente la venta de soja argentina con ese destino. Y eso sería sólo el comienzo. Como ya hizo con Ucrania, Trump seguramente querrá imponer el control norteamericano sobre el litio y las tierras raras nacionales.
Raro.
Lo cual nos lleva al tema central de las negociaciones bilaterales que se avecinan entre Trump y Xi Jinping. Si de algo le ha servido a Trump esta movida de los aranceles, ha sido para descubrir la importancia de estos minerales respecto de los cuales China tiene un virtual monopolio mundial, y que el presidente norteamericano tiene dificultades para nombrar, tal como han bromeado al respecto los cómicos nocturnos de TV (los llama "raw earth" -tierras crudas- en vez de "rare earth", tierras raras).
Washington venía anunciando que a partir del mes próximo impondría a China unos aranceles del 100%, cuando el 9 de octubre Beijing impuso nuevas restricciones al acceso de Occidente a la importación de estas tierras raras. El inmediato efecto negativo en Wall Street hizo recular a Trump, y ponerlo en modo negociador: "No se preocupen por China, va a estar todo bien!", posteó.
En realidad, la medida china no era más que una réplica de las que desde hace años viene tomando EEUU con relación a la provisión de tecnología de punta a esa nación asiática. Y la escasez de los imanes provenientes de esos minerales representa un jaque mate a la producción tecnológica occidental, en particular a la industria militar, desde los aviones de combate hasta los misiles, para no hablar de la fabricación de autos.
El que lo puso en términos bien crudos (no raros) fue Marco Rubio: "Ellos han estado por todo el mundo comprando derechos mineros, y ahora controlan no sólo la extracción sino el refinamiento y la producción de estos minerales. Así que si deciden desabastecernos de estas cosas, estamos en un verdadero problema, porque nosotros renunciamos a nuestra capacidad industrial en este campo". Efectivamente, EEUU sólo tiene un yacimiento importante de tierras raras (Mountain Pass), y ninguna planta para su refinamiento.
Crudo.
La cruda verdad es que nadie puede acusar a China de traición: este desarrollo lo vienen perfeccionando a viva voz al menos desde 1992, cuando Deng Xiaoping anunció que las tierras raras serían el petróleo chino. Hoy, de los 17 minerales que integran este selecto grupo de elementos altamente magnéticos, Beijing ostenta el monopolio casi del 100% en siete de ellos: samario, gadolinio, terbio, disprosio, lutecio, itrio y escandio. Y no sólo tiene asegurados los derechos mineros en lugares como África -donde está un tercio de estos yacimientos- sino que tiene una ventaja tecnológica absoluta y domina casi el 90% mundial en el proceso industrial de refinamiento. A tal punto que Australia, el cuarto producto mundial, refina todas sus tierras raras en China.
Desde Washington se quejan de que este liderazgo chino se construyó a base de mano de obra barata y poco cuidado por el medio ambiente. Pero la verdad es que para llegar a ese nivel de desarrollo de esta tecnología, tendrán que trabajar arduamente por lo menos una década.
Hay varias ironías en toda esta situación. Una de ellas es que, aunque cueste creerlo, dada su importancia estratégica, el mercado de las tierras raras es en realidad muy poco significativo en términos económicos. Ese sector de la economía representó apenas unos 8.420 millones de dólares en 2024, una cifra ridícula si se la compara con el mercado de la energía (1.2 billones) y hasta con el del café (256 mil millones).
La otra paradoja es que -como acaba de reconocerlo Scott Bessent- para empardar el desarrollo chino en esta materia, EEUU deberá copiar la hoja de ruta de sus rivales orientales, esto es, recurrir a la planificación estatal y a la virtual monopolización estatal de la producción, refinamiento y comercialización de tierras raras, como ya comenzó a hacer con el yacimiento de Mountain Pass, cuya producción acapara el gobierno.
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