Miércoles 20 de marzo 2024

Treinta y cuatro con noventa y nueve

Redacción 08/05/2022 - 00.51.hs

Se llamaba Nero Claudius Drusus Germanicus. O quizá no, quizá fuera un hijo de Pompeyo el grande. Los historiadores no se ponen de acuerdo al respecto, hasta se han ido a las manos en ese debate. Pero dejémoslos a ellos y sus escenas de pugilato. Lo que importa aquí es que este personaje de la antigua Roma, sobre fines del siglo primero de nuestra era, fue retratado por un ignoto escultor, que lo inmortalizó en un busto de exquisito mármol. Veinte siglos después, ese busto apareció en una tienda de caridad de Austin, Texas, donde lo compró una cazadora de antigüedades, Laura Young. ¿El precio? Treinta y cuatro dólares con noventa y nueve centavos.

 

Bingo.

 

La señorita Young no podía creer su suerte. Esa suma no alcanza ni a pagar la materia prima, mármol de primera calidad. Mucho menos, un trabajo escultórico soberbio. Y menos aún, de esa antigüedad. Se lo llevó a casa en su auto, no sin antes ponerle el cinturón de seguridad. El sticker amarillo con el precio todavía puede verse en la foto que registró el gran evento.

 

Pero, como la mayoría de esas cosas que ocurren sólo una vez en la vida, era demasiado buena para durar. No bien comenzó su búsqueda en internet, nuestra heroína pudo confirmar, casi de inmediato, que se trataba de un busto romano antiguo y auténtico. Pero ¡mascalzone! resulta que tenía dueño. Al poco tiempo comenzó a recibir mensajes oficiales desde la coqueta ciudad de Aschaffenburg, Alemania, reclamando la obra, que había sido adquirida por el Rey de Bavaria, Ludwig I, en 1833. El busto lucía en las jardines de Pompejanum, una réplica de villa romana que el tocayo de Beethoven había mandado construir en la ciudad, satisfaciendo su berrinche histórico. La villa había quedado en ruinas tras los bombardeos aliados.

 

La explicación de cómo ese busto terminó en Texas es bastante sencilla: fue producto de un saqueo perpetrado por algún soldado norteamericano que, tras la derrota alemana en la Segunda Guerra Mundial, decidió traerse un souvenir de vuelta a casa. Se ve que no sólo los nazis andaban robando obras de arte.

 

Siglos.

 

Lo que no tiene explicación son los dieciocho siglos previos: ¿qué pasó con esa obra durante todo ese tiempo? Los bávaros dicen que se trata de "un pedazo de nuestra historia", lo cual tendría cierto sustento, ya que el viejo Drusus Germanicus -si de él se trata- era un general romano asentado en esas tierras bárbaras. Pero ¿y si no? ¿No tendrían que estar reclamándola los italianos?

 

Parte de la fascinación con la historia tiene que ver con esos enormes huecos que quedan en todo relato, y que cada uno llena como mejor le place.

 

Esto es especialmente así en el caso de los retratos, que no se desarrollaron como concepto artístico sino hasta el Renacimiento, en que nace la figura del artista célebre, y también el afán de la burguesía por obtener la inmortalidad a través de este artefacto. Los Leonardo, los Miguel Angel, abrevaron en el arte clásico de Grecia y Roma, pero con la ventaja de contar con el recurso geométrico de la perspectiva, de la que carecía el ícono medieval (y ciertamente, también los conductores televisivos actuales).

 

Brevemente explicada, la perspectiva -se dice que fue un descubrimiento árabe- se basa en componer la obra en base a líneas que confluyen, en algún momento, en el llamado "punto de fuga", que no debe ser confundido con la República Oriental del Uruguay de nuestros días.

 

Texas.

 

Pero dejemos este interludio cuasi erudito y volvamos a la historia que nos convoca. La señorita Young pronto comprendió que no era la legítima poseedora de esa obra, por mucho que haya gatillado los casi treinta y cinco dólares de la etiqueta amarilla. Conservarla, o venderla, la hubiera hecho cómplice de un crimen de guerra, situación que le generaba cierta incomodidad.

 

Llegado el caso, se llegó a una solución conveniente para todas las partes. El busto será despachado, convenientemente embalado, de vuelta a Alemania. Y Laurita recibirá una compensación cuyo importe no ha sido revelado.

 

Allá partirá nuestro Drusus, o Pompeyo, o como catzo se llame. Con su expresión melancólica, algo abúlica. Con esa mueca en los labios, casi un pucherito, que -hay quien lo jura- se hace más pronunciada con el paso de los siglos. Con las cosas que habrá presenciado, no es para culparlo.

 

PETRONIO

 

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