Un peligro inminente para la salud pública
Pese a su origen demócrata, Kennedy intentó lanzarse como candidato independiente a la presidencia y sólo desistió de ese intento cuando, previa negociación, el hoy electo Donald Trump le prometió un puesto en su gabinete.
JOSE ALBARRACIN
Conforme datos estadísticos irrefutables, durante el siglo XX la humanidad experimentó una virtual duplicación en su expectativa de vida, debido a los avances científicos en el control de bacterias perjudiciales para la salud humana. Sin embargo, el presidente electo de los EEUU ha designado como futuro ministro de Salud, a una persona que descree de buena parte de esos avances científicos: propugna eliminar el uso del cloro para potabilizar el agua, prefiere consumir leche cruda, sin pasteurizar, y se proclama escéptico sobre la efectividad de las vacunas. Hasta incluso, sostiene que las vacunas contra el Covid-19 provocan autismo en los niños -una teoría conspirativa que ha sido totalmente desvirtuada- y que la hidroxicloroquina es un tratamiento efectivo contra esa enfermedad, otra falsedad científica.
Kennedy.
El futuro funcionario, Robert Kennedy Jr, es sobrino del ex presidente John Kennedy, asesinado en 1963. Su padre a su vez fue asesinado en 1968 en momentos en que disputaba la candidatura presidencial por el Partido Demócrata.
Pese a su origen demócrata, Kennedy intentó lanzarse como candidato independiente a la presidencia este año -actitud que fue repudiada por su familia- y sólo desistió de ese intento cuando, previa negociación, el hoy electo Donald Trump le prometió un puesto en su gabinete. Allí, este abogado sin formación en medicina se propone desarticular buena parte de las medidas sanitarias establecidas desde hace más de un siglo, y no contento con ello, también ha prometido despedir al menos a 600 empleados del ministerio de Salud.
Su postura parte de una desconfianza básica en las compañías farmacéuticas y alimenticias, a las que considera -no sin razón- motivadas más por el afán de lucro que por la salud de la población. Esto lo lleva a algunas posturas que tienen aval científico, como por ejemplo, oponerse a las comidas ultraprocesadas que están directamente vinculadas con la epidemia de obesidad que asola a la nación del norte. Incluso ha hecho campaña contra revistas científicas -como "The Lancet"- por publicar estudios engañosos financiados por estas multinacionales.
Vacunas.
Probablemente su tío JFK, que hizo todos los esfuerzos posibles para imponer la vacunación contra la poliomielitis, se alarmaría de ver las ideas del flamante ministro, en particular, con respecto a medidas que -está demostrado- han salvado millones de vidas humanas.
Sin ir más lejos, en 2019 RObert Jr. visitó la isla de Samoa para promover sus posturas anti-vacunas, con tanto éxito que, efectivamente, se produjo una baja en el porcentaje de niños vacunados contra el sarampión, lo cual resultó en la muerte de 83 pequeños por esa causa.
Esta experiencia no le ha impedido continuar difundiendo teorías conspirativas sin basamento alguno, como por ejemplo, la de que el COVID19 estaría diseñado para atacar específicamente a las razas negra y caucásica, en tanto los chinos y judíos asquenazi serían menos afectados por ese virus.
Estos podrían ser considerados errores "inocentes" si no fuera porque el movimiento anti-vacunas mueve millones de dólares a nivel global, varios de los cuales -conforme reporta el New York Times en un informe reciente- fueron a parar a los bolsillos de Kennedy.
Ego.
Si hay algo saludable en Robert Jr. es su ego. Buena parte de su prédica de lo que considera saludable lo practica personalmente, y lo exhibe públicamente. Septuagenario, no vacila en publicar videos en los que se lo observa levantando pesas con el torso desnudo, o comiendo animales salvajes. También consume habitualmente leche sin pasteurizar, pese a que está demostrado que ese producto puede contener bacterias como la e-coli, salmonella, y otras.
Y aunque su batalla contra las comidas ultraprocesadas -que incluye una crítica a la dieta que lleva adelante su empleador Donald Trump- y las azúcares adicionadas tengan asidero científico, no puede decirse lo mismo, por ejemplo, de su reiterada postura en contra de los aceites vegetales provenientes de semillas como el girasol o el maíz.
A no dudarlo, el poder que han adquirido últimamente estas posturas a-científicas e individualistas, tiene relación con el estrés experimentado por las sociedades durante la última pandemia. Seguramente las autoridades sanitarias no hicieron un buen trabajo en la difusión de sus medidas, y todavía nos deben un estudio realmente abarcativo que explique cómo se encaró esa crisis, dónde se falló y dónde se tuvo éxito, para prepararnos mejor ante la próxima crisis que a no dudarlo ha de venir.
Seguramente también debería investigarse la conducta de los laboratorios que embolsicaron subsidios millonarios para el desarrollo de sus drogas y vacunas, y que luego antepusieron el propio lucro a cualquier consideración humanitaria, en particular, cuando se negaron a liberar sus patentes farmacéuticas para que las vacunas llegaran a los países más pobres..
Pero cualquier proposición que implique llevar la ciencia médica al estado en que se encontraba en 1900, cuando un tercio de los niños no llegaba a cumplir un año de edad por enfermedades hoy prevenibles, no puede sino considerarse un retroceso. En especial, cuando este tipo de ejemplos del norte no tardan casi nada en permear entre los gobernantes serviles de todas partes del mundo.
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