Lunes 05 de mayo 2025

Misterios de Lihué Calel

Redaccion Avances 16/02/2025 - 09.00.hs

Con los presentes relatos continuamos la serie de narraciones que don Juan Luis Gallardo recogiera en sus mocedades, al poblar la sierra más de un siglo atrás. Estas tradiciones hacen a la singularidad de esa sierra, un oasis en medio del desierto.

 

 

Juan Luis Gallardo *

 

 

Las toscas del tajamar

 

La historia que sigue también nos la contó Gauna. Y en ella tiene participación el padre Buodo, benemérito sacerdote salesiano que recorrió La Pampa a uña de caballería, haciendo el bien a manos llenas. Como reconocimiento a tan esforzada labor cuenta con un monumento, erigido a su memoria en la ruta que une Santa Rosa y General Acha, justo donde nace la que conduce a Río Colorado.

 

Dos muchachos jóvenes se alojaban en una casa próxima a un tajamar, grande y profundo. Uno de ellos, como era pleno verano y el calor apretaba, decidió darse un baño en el tajamar. No se sabe qué le pasó, quizá perdiera pie y no supiera nadar, quizá estuviera nadando y se acalambrara, lo cierto es que empezó a ahogarse. En situación tan apurada alcanzó a gritar pidiendo auxilio. Lo oyó su compañero y se tiró al agua para prestarle ayuda. Pero, fuere cual fuere el motivo, terminaron por hundirse y morir los dos.

 

El desgraciado suceso causó impresión en la zona. Y alguien, tiempo después, pasó a habitar aquella casa que albergara a los infortunados jóvenes. Alguien que, pronto, vería turbada su existencia por un extraño fenómeno, repetido.

 

Ocurrió que, sin previo aviso, sin que nada lo anunciara, en la casa empezaron a caer grandes pedazos de tosca que golpeaban el techo o se estrellaban contra el piso haciéndose añicos. Se trataba de la tosca extraída al cavar el tajamar, trozos de la cual se amontonaban junto a sus orillas. Y que, como digo, caían dentro de la casa o atravesaban el techo de chapas sin agujerearlo. En cualquier momento caían las toscas, produciendo un gran ruido al estallar, deshaciéndose.

 

Pero, pese a tratarse a veces de fragmentos grandes, nunca rompían nada ni lastimaban a nadie.

 

La noticia hizo camino rápidamente, difundiéndose en leguas a la redonda.

 

Llegaron vecinos y forasteros para verificar la realidad de los hechos, que vieron así producirse ante sus ojos. El tajamar estaba bastante alejado de la casa y el peso de los pedazos de tosca era considerable, de modo que no había brazo humano capaz de arrojarlos. Pese a ello se vigilaron las inmediaciones, comprobándose que nadie lo hacía. Pero las toscas seguían cayendo, pulverizándose con estrépito dentro de la casa, sin causar daños ni lesiones.

 

Por fin a alguno se le ocurrió dar intervención en el caso al padre Buodo. Que concurrió al lugar y ofreció sufragios por las almas de los muchachos fallecidos. Con lo cual cesó el fenómeno, que no volvió a repetirse.

 

Es de buena doctrina admitir que las almas del purgatorio puedan pedir sufragios para salir de allí y entrar al cielo, valiéndose a veces de medios extraordinarios. Posibles manifestaciones de ello volveremos a ver más adelante.

 

 

Los estribos de plata

 

Otro de Gauna. Que, diría, ocurrió en algún lugar relativamente próximo a la tranquera que custodiaba el jinete del overo.

 

Varios hombres estaban reunidos con ocasión de algún trabajo, que pudo ser un rodeo a campo abierto, la apertura de una picada o el tendido de un alambrado. Ya había anochecido, ardía un fogón y el mate circulaba de mano en mano. En eso, tal como había sucedido noches antes, una luz se levantó sobre el fachinal que los rodeaba. Alguno hizo referencia a ella y, ante el comentario, declaró un mocetón del grupo:

 

- Dicen que donde sale una luz hay plata. Voy a ver si encuentro el lugar para cavar mañana allí.

 

Pese a alguna recomendación en contrario se alejó el mozo, dispuesto a establecer el sitio en que aparecía la luz.

 

A la mañana siguiente, interrogado el explorador por sus compañeros, respondió ambiguamente. Y, aprovechando la pausa del mediodía, se perdió entre el monte provisto de una pala.

 

Durante algunas jornadas se repitió la situación: el muchacho respondía las preguntas con vaguedades, aunque admitió que había encontrado el lugar buscado y que estaba excavando en él; y ya no sólo se internaba en el monte a mediodía sino también a la caída del sol.

 

Una tarde, por fin, estaban los hombres mateando junto al fuego y ausente el mozo, entregado a su búsqueda. Hasta que lo vieron venir, corriendo, desmelenado, jadeante, con expresión de pánico. Como alma que lleva el diablo pasó junto al grupo, demorando apenas su carrera para tirar entre sus compañeros un par de estribos de plata y seguir huyendo, vaya uno a saber de qué.

 

Varios se lanzaron tras él, hasta alcanzarlo y reducirlo. También hubo de ser tratado en Bahía Blanca a raíz de la impresión sufrida. Y, recuperado el juicio parcialmente, explicaría lo siguiente: Que ya era bastante profundo el pozo que estaba cavando, cuando la pala golpeó algo que produjo un sonido metálico. Fue así que desenterró aquellos estribos, saliendo del pozo con ellos en la mano. Pero no había terminado de hacerlo cuando, proveniente de un lugar impreciso, sonó una voz grave, ronca, aterradora, que dijo: -No agarre lo que no es suyo.

 

El protagonista de esta historia, años después, trabajó en la construcción de la casa que papá alzó en las sierras.

 

* Escritor

 

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