"Piñón Flojo", un "artista urbano"
MARIO VEGA
La calle es un ir y venir de personas, una vocinglería que marea, porque el desorden del atardecer santarroseño alberga un gentío que camina apurada buscando quién sabe qué cosa... Cae la tarde sobre la ciudad, el sol ya no se ve y las sombras van dejando paso a las primeras luces del alumbrado público, en tanto las vidrieras brillan ante los ojos admirados de los paseantes...
No voy a decir que tenemos una Santa Rosa cosmopolita, pero sí que hoy es una ciudad que aparece con la pretensión de tornarse grande. Un sitio en el que de a poco se va mezclando el ayer con aquellas tardes bucólicas con este presente donde conviven, en sus calles y veredas, las más diversas formas. Aquí, en la misma esquina de la plaza, frente a las más céntricas confiterías, el puesto ambulante de panchos de "Dino"; más allá, en la vereda de enfrente los vendedores ambulantes ofrecen su mercancía... y entre ellos los senegaleses con sus prendas vivaces y una presencia que ya no nos resulta extraña. Por allí camina Carlitos con los posters bajo el brazo, que ofrece a cada uno que pasa; un poco más allá -también en la plaza-un grupo de bailarines -que ha instalado un equipo de música- invita bailar un tango al transeúnte que se detiene por un instante.
Piñón Flojo.
Sí, mi Santa Rosa está cambiada. Muy cambiada.
Pero aquello que describo antes no es lo único, porque en la acera de una de las confiterías una figura llama la atención de todos. Vestido con un traje de fuerte amarillo, camisa multicolor y el rostro embadurnado de maquillaje, el payaso procura que los chicos, y sus papás, se le acerquen. Es otro personaje que se ha instalado por allí, haciendo lo suyo y arrancando una sonrisa al que asiste, divertido, a una "atracción" más del centro de la ciudad. Sí, está cambiada Santa Rosa.
¿Quién sos? "Soy Luis, o el payaso Piñón Flojo", responde casi entre dientes mientras despliega su arte de artista callejero ("poné que soy un artista urbano", pide respetuoso). La verdad, me llamó la atención su gracia tan particular para conseguir que los chiquitos se interesen por lo que hace, y lograr a su vez que los padres le compren los globos con los que previo a entregarlos hará las figuras más insólitas: desde darle la forma de una espada, pasando por la de un perro, un pez o la representación que al chico se le antoje... "Tengo este inflador -me muestra- y hago globología... con un globo te dibujo cualquier figura", precisa,
¿Payasos tristes?
A quién en nuestra infancia no le llamaron la atención los payasos. Esos que veíamos en los circos, con sus trajes multicolores, el maquillaje que era capaz de mezclar el rojo furioso con el blanco o el amarillo, y esas chalupas enormes que los hacían caminar torpemente por la pista para ensayar el chasco. Pero los circos ya casi no se ven, y obviamente tampoco los payasos. Sólo algunos por televisión intentando transmitir alegría a los más chicos.
Hay viejas historias que hablan de que los payasos son, en general, gente que en su vida personal suelen ser tristes, personas que cuando se caracterizan se transforman y dejan de lado sus penas y viven desde ese momento un mundo de fantasía, que es por otra parte lo que se proponen transmitir. Obviamente hay de todo en la vida del señor, y no todos tendrán el mismo carácter. Pero a mí se me ocurre que, en general, los payasos guardan en el fondo de su alma alguna angustia.
La familia.
"Puede ser... o no. No lo sé", me dice sobre ese tema Víctor Luis Saavedra (42), este hombre que hoy está parado frente a La Recova y acepta gustoso la charla. Hijo de Luis Saavedra, un hombre que muchos años se desempeñó como maestro mayor de obras, y de Ramona Miranda, ama de casa, tiene cinco hermanos: Carlos, Claudia, Gastón, Silvina y Ana Laura.
Cuando pasamos al interior de la confitería para compartir un café, Luis va contando su vida. Un poco reticente al principio, diciendo algunas cosas pero guardándose otras. "Tengo una hija de siete años, Ariana Agustina, que espero poder ver el mes que viene, porque está viviendo en Neuquén con la mamá, Élida Esther".
"Piñón Flojo", que así se hace llamar, no lo admitirá totalmente, aunque me parece que no le erro cuando pienso que tiene en el fondo de su alma una gran pena. Pero también es verdad que guarda dentro de sí un halito de esperanza: "No me quiero hacer muchas ilusiones, y por eso casi no quiero hablar del tema", dice mientras uno adivina que la visita que recibirá de Neuquén puede ser decisiva para su vida.
Trabajo golondrina.
"Anduve por muchos lados, nací aquí pero después con mis padres vivimos un tiempo en Bahía Blanca, hasta que volvimos a Santa Rosa. Ya más o menos a los 15 ó 16 me dije que había que trabajar, y quise ser peluquero, pero resulta que después se descubrió que la academia en que hice el curso era trucha, así que el diploma que me entregaron era falso", sonríe ahora recordando aquello. De todos modos aprendió el oficio, y de vez en cuando la emprende con las tijeras.
Luis rememora que anduvo "siempre en la calle. Haciendo venta de distintos productos, rifas, ropa, ballenitas... lo que haga falta. No le tengo miedo al trabajo", menciona. No obstante una de las actividades que desarrolló en calidad de gastronómico -"fui desde cocinero hasta mozo, pero no fue una buena experiencia", cuenta- no le dejó buenos recuerdos. "Por eso prefiero trabajar por mi cuenta, y después de andar un tiempo por distintos lugares como mochilero, Córdoba, Mendoza, Santa Fe, y distintos lugares, empecé con esto de ponerme el traje de payaso. Esto es un arte, y requiere tener un carácter especial. Si me preguntás a mí te digo que tengo 'swing' con la gente. Sí, eso es", se define.
Así empezó en Neuquén con su oficio de payaso. "Un tiempo trabajé fijo en la Feria de Espectáculo para Chicos, en la entrada invitando a la gente que pasara. Pero después me largué solo, empecé con esto de la globología, aprendí a hacer todo tipo de figuras sólo con observar como se hace, y es lo que me ves haciendo aquí en la vereda. Trato de atraer a los clientes, a través de los chicos, o de los padres, le inflo el globo con la figura que quieren y ellos me pagan a voluntad... me las rebusco bien, y soy independiente, sí", reafirma lo que parece ser una condición especial para él, eso de sentirse un hombre libre.
El circo no.
"¿Si tuve la oportunidad de trabajar en un circo? Eso no, nunca me cerró, porque no sólo tenés que trabajar como payaso sino que además tenés que hacer otras tareas, limpiar la pista, alimentar los animales, ayudar a armar y desarmar la carpa. No es para mí... te la pintan muy lindo, pero a mi no me gusta nada, Yo hago lo mío, y me va bien", completa.
Mañana, como todos los días se levantará en el departamento que alquila desde hace algunos meses en la ciudad, tomará su desayuno y empezará a caminar la calle para ofrecer artículos de limpieza, posters, cremas, "o lo que venga. Más o menos a las 6 de la tarde me vengo para el centro y me cambio aquí, en el baño de la confitería. Es gente que tiene confianza en mí y me deja hacerlo... paso dos o tres horas allí afuera, mientras anda la gente y me hago la mía", relata. "Si te sabés administrar ganás para vivir. Lo que te digo es que me pongo el traje y sé que lo mío pasa por transmitirle cosas a la gente, lograr sacarles una sonrisa a las personas. A veces, cuando hay alguna fiesta por allí me voy, si es en el interior arreglamos con el pochoclero, o con alguien que salga a buscar la plata a su manera y nos vamos a hacernos la diaria", agrega.
Postales de la ciudad.
Cuando le pregunto a qué payasos admiró, Luis no tiene dudas: "Carlitos Chaplin fue el más grande, un fenómeno. Después hubo muchos, y algunos muy conocidos, como "Pepitito" Marrone, que antes de hacer televisión también fue payaso, o Carlitos Balá, que si bien no es lo que se puede definir como un payaso es un gran humorista", reconoce.
""Piñón Flojo" se para en la vereda y empieza con su show: silbidos, palabras graciosas para atraer al pequeño, o a la mamá o al papá. Y más de uno se para y lo escucha y le pide un globo inflado "de una manera especial. Yo digo que es un trabajo golondrina... hoy estoy acá, mañana veremos...", me cuenta.
Alguien que me vio conversando con él -otro periodista- me dijo que "Piñón Flojo" es, a su manera un lumpen. Y la verdad, no lo comparto. Me parece que es, al cabo, un emergente más de una sociedad que cada día se torna un poquito más abierta, un poquito más tolerante. Como para aceptar que cada uno puede elegir el modo en que quiere vivir.
Final: a lo mejor es nada más que una ocurrencia mía, pero es probable que Luis, el payaso Piñón Flojo, alguna vez se mirará al espejo y lentamente se irá quitando el maquillaje. Tal vez, alguna vez, advertirá, sin contarle a nadie, que un par de lágrimas rodarán por sus mejillas. Porque tiene una pena, que no la quiere contar.
Los payasos de la antigüedad
Hay diversas referencias de cuáles fueron los payasos más antiguos de la historia. Hay quienes refieren que cuando se construía la muralla China, hace 4.000 años, el emperador Chiiu Shih huang-ti tuvo la ocurrencia, además, de que había que pintarla. ¡Pintar la muralla china! Cuentan que quien lo disuadió fue su bufón Yusze. Se atrevió a sugerirle, medio en broma, medio en serio, que no lo hiciera. Y el emperador le hizo caso.
Los bufones -a la postre los primeros payasos- tenían el privilegio de poderse burlar del rey, hacerle sugerencias, e influir en sus decisiones, aunque todo dentro de un marco de cautela que no llevara a arriesgar su vida... por demasiado gracioso.
Por otra parte en oriente aparecieron los "Lubyet ", u "hombres frívolos", que caminaban y tropezaban llevando parasoles haciendo una pésima imitación de los miembros de la realeza.
Fue en Grecia, hace 2.000 años, que los payasos aparecieron en lo que podría ser denominado como el antecedente de las atelanas, tradición seguida por los romanos en la que se presentaba una obra teatral y los payasos aparecían en los intermedios, o al final, interpretando una propia versión cómica de la obra. Homero se refirió a Tersites, que divertía a los guerreros griegos en las retaguardias de las áreas de combate.
Fueron famosos algunos payasos romanos, que en general fueron patrocinados por los patricios, gentes adineradas que disfrutaban de los espectáculos ambulantes de bufones, entre los que se contaban algunas mujeres.
Con el tiempo los payasos empezaron a actuar en las plazas y mercados de los diferentes países europeos.
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