Hombres con bolsas, parte del paisaje
Van como deambulando sin rumbo. Taciturnos, con su mirada perdida en ninguna parte, sin tomar en cuenta a quienes pasan a su lado, ni el tránsito de los autos que circulan casi sin reparar en ellos.
No hablan con nadie. Andan por los calles silenciosos, anónimos… sólo llaman un poco la atención porque siempre van con sus manos ocupadas portando algunas bolsas –muchas veces de plástico- que atesoran como si dentro llevaran quién sabe qué.
¿No les resulta extraño a quienes los ven andando? Es verdad que no molestan ni hablan con nadie. Van inmersos en su propio mundo.
La historia de “Carlitos”.
Por aquí recordamos a quien en su momento llamaban “el linyera de la Catedral”. Era Rubén González, pero a quienes conocíamos a “Carlitos” -vaya a saberse por qué- de alguna forma y a su manera todo un personaje de Santa Rosa. Hace algunos meses supimos que había muerto en Buenos Aires –confirmado por un familiar-, donde llevaba la misma vida que aquí, vagando por las calles porteñas en cercanías del Hospital Rivadavia.
Era común observarlo en la Catedral, a veces barriendo las veredas del templo; o leyendo ávidamente algún papel que había caído entre sus manos.
Era parte de la postal de la ciudad, y la gente lo miraba con extrañeza y también con cierto cariño, porque “Carlitos” no molestaba a nadie. Se lo podía ver con su piel morena, el pelo largo y descuidado y una larga barba negra, vestido con mucha ropa –abrigado aunque fueran meses de verano-, con un viejo y raído saco gris, una gorra colocada sobre sus rastas, y para completar un par de zapatos gastados y sin cordones.
Cargado de bolsas.
Pero lo que no dejaba de llamar la atención es que se desplazaba de un lado a otro cargando algunas bolsas que –después supimos- contenían entre otras cosas una frazada, comida y hasta un tarro de café en el envoltorio de esa ropa que le iban dando por aquí y por allá.
Algunas mañanas, de madrugada, aparecía durmiendo plácidamente en una vereda, en el vano de la puerta de una oficina pública, o de un comercio, aunque el invierno golpeara duro. Hacía tiempo había desaparecido de los lugares que solía frecuentar, y contó alguna gente que “paraba” a la salida de un supermercado cercano a la Plaza Miserere, en Once, Buenos Aires. Había dejado de ser esa figura cotidiana de las calles de Santa Rosa.
Otros como él.
Un día uno de sus hermanos –cartero él- contó que había fallecido en Capital Federal. Hoy pocos se acuerdan de “Carlitos”.
Esta referencia tiene que ver que –prestando atención- se pueden ver otros personajes como “Carlitos”. Sí, hombres –no se han visto mujeres en la misma condición- que peregrinan por la ciudad también ellos cargados con bolsas –algunas de plástico negro, como “Carlitos”- y van de aquí para allá.
Está dicho. No molestan, no hablan con nadie. Sólo vagan cargados con sus bolsas y no parecen tener un rumbo. ¿Tienen alguna perturbación mental? Todo indicaría que sí. La nosología tiene su caracterización acerca de esos comportamientos que a nosotros –presuntamente “normales”- nos llaman la atención.
Su propia realidad.
Un profesional consultado por esa conducta nos ha dicho que “efectivamente, yo también veo a esa gente”. E hizo su evaluación: “Parece ser personas que están fronterizos entre una psicosis o una neurosis. La mayoría son fronterizos y viven su propia realidad, luego de haber padecido, quizás, fuertes depresiones o angustias, o desengaños que los llevaron a un estado de enajenación de modo tal que viven su propia realidad subjetiva”.
El mismo profesional explicó que “no hay un patrón general respecto de qué es lo que interpretan o qué es lo que creen que llevan ahí en esas bolsas. Cada uno llevará lo que puede, lo que siente y lo que su psiquis le permita. Pero pueden ser casos distintos, porque así como somos todos distintos, a ellos también los atraviesa su historia y los atraviesa su patología de forma diferente. Un estado de locura tiene otra lógica que la que tienen los supuestamente cuerdos”, completó.
Van quién sabe dónde.
No se trata –al hablar de ellos- de querer estigmatizar a nadie (ni siquiera se mencionan nombres), sino simplemente de mostrarlos como parte del paisaje cotidiano. Quizás porque nos resultan extraños en su modo de conducirse… y que siempre vayan cargados de bolsas en las que llevan quién sabe qué… (M.V.)
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